De Carlos Bilardo para acá, quienes dirigieron a la Selección argentina dejaron de ser entrenadores para convertirse en buenos, regulares o malos hacedores de listas de apellidos de 22 o 23 futbolistas para después largar 11 a la cancha e intentar que jueguen bien.
Ese trabajo, que nada tiene que ver con el de un director técnico en el sentido amplio de la profesión, se vio incluso más limitado en la medida en que un altísimo porcentaje de esos apellidos no sobreviven a demasiadas discusiones.
Así entonces dio casi lo mismo José Pekerman que el Checho Batista, Daniel Passarella que el Tata Martino o que Marcelo Bielsa, más allá de las consideraciones, características, estilos y hasta filosofía futbolera que pudiera tener cada uno de ellos.
Hoy es el momento de Edgardo Bauza. Méritos aparte, el Patón repite la sencilla tarea con la misma obediencia que sus antecesores. Poco para sorprenderse o para discutir ante cada convocatoria. Encima, en estos últimos años resultó que la pobre discusión quedó limitada a la ofensiva de la Selección.
Discusión paradójicamente generada por el exceso de talento de apellidos rutilantes en la vidriera europea. Cualquier polémica entonces se centró en si se debe jugar con dos, con tres, con cuatro o hasta con cinco delanteros, cualquiera de ellos liderado por la magia del mejor jugador del mundo.
La coyuntura obliga a Bauza a encarar los dos próximos partidos, ante Brasil como visitante y ante Colombia como local, en un contexto que podría definirse aun a riesgo de pifiar feo como decisivo en la pelea eliminatoria por llegar a Rusia 2018. Digamos que con poco margen para cometer un error que en términos prácticos no existe la posibilidad de cometer.
El Patón simplemente deberá volver a elaborar una lista de veintipico de apellidos, cambiando alguna que otra figurita. Le hablará al grupo de elegidos un par de veces antes de que salgan a la cancha. Les tirará conceptos recontra básicos sobre los rivales. Simplemente esa será su tarea.
La competencia y los resultados en la cancha son otras cuestiones. Juegan los rivales, por inferiores que sean. Juegan los momentos, los estados anímicos, los traumas psicológicos de cada cual. Lo que juega cada vez menos es la táctica, porque los entrenadores de la Selección argentina, como se explicó, no están para entrenar. Entonces Bauza podrá cambiar su dibujo y poner menos delanteros y más mediocampistas; resignar dosis de talento en los metros cercanos al área adversaria para sumar marca, rigurosidad física y algo de obediencia estratégica en la zona donde se define el volumen de juego de un equipo. No mucho más que eso, aunque parezca una cuestión de Estado si el Marcos Acuña de Racing es mejor que el Ángel Di María del París Saint Germain.
Después, claro, volverá a jugar Lionel Messi. Y ese sí es un motivo más que suficiente para que todos hagamos un poco de silencio.