Leer, aprender a nombrar e intervenir el mundo. Leer, robarle tiempo a la vida. Imaginar, crear universos, explorar. “La lectura es de las cosas más complejas que existen”, escribe Camila Sosa Villada. Hay quienes la miran como una actividad agotadora y dañina (cada vez más deteriorada) en la que parecieran amarrarse las esperanzas de parte de la sociedad que recuerda a la cultura letrada con nostalgia para desde allí sentenciar “los chicos ya no leen”. O si lo hacen, “no entienden lo que leen”. ¿Pero es tan así? Incluso, se podría hacer una segunda pregunta: ¿realmente leen menos que sus padres y madres?

Hay un primer factor: que en los entornos de las infancias haya libros. De acuerdo a especialistas, la no posesión de libros desalienta la lectura. Un informe de la UCA, elaborado meses atrás, advierte que 6 de cada 10 niñes y adolescentes no tienen ningún ejemplar en sus hogares.

El “déficit del comportamiento lector” se incrementa a medida que baja el estrato socioeconómico y el nivel educativo. Un tuit del investigador Gerardo Aboy Carlés apuntó también contra los sectores más pudientes: “las casas de mayor poder adquisitivo cambiaron la biblioteca por el playroom hace varias décadas. No le pidas a la educación que reme todas”.

Hasta el año pasado, el Ministerio de Educación de la Nación distribuía libros escolares en las escuelas de todo el país. Este año, el gobierno de Javier Milei decidió no realizar la compra de 14 millones de ejemplares que estaban previstos por la anterior gestión. Esto es un agravante si se tiene en cuenta que la mayoría de los argentinos solo lee libros en la escuela.

Plan Nacional de Lectura.

De chicos a grandes

Según la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales, quienes tienen entre 13 y 17 años pertenecen al grupo etario que más lee. Un 77% leyó al menos un libro en el último año, por arriba del 46% de los adultos de 30 a 49 años que dijo hacer lo propio.

¿Por qué les exigimos a los chicos que lean en su tiempo de ocio cuando los adultos no leen? Como si la lectura fuese una actividad obligatoria antes de irse a dormir, al igual que lavarse los dientes. Yo no creo que sea crucial para la conformación del espíritu humano. En todo caso el arte en sus distintas formas lo es. Ahora, en la escuela hay que leer porque la lengua atraviesa todas las actividades de la vida”, polemiza Julieta Pinasco, profesora de Lengua y Literatura y asesora pedagógica de manuales escolares.

Viviana Postay es docente de Historia. Integró el equipo directivo de una Secundaria durante 12 años y hoy también forma a maestras y maestros en Córdoba: “si queremos lectores y escritores en las escuelas, tenemos que preguntarnos qué tipo de formación cultural tienen los adultos que son o serán docentes, que en muchos casos tampoco leen.

Nahuel Paz dicta Lengua y Literatura hace casi dos décadas en secundarias de CABA y también forma docentes. En el profesorado, le llama la atención que sus estudiantes leen, sobre todo, manga japonés. “Puede ser una puerta de entrada, pero no es literatura. Si bien es difícil llegar a una definición de la literatura, hay una apuesta que tiene que ver con un trabajo estético sobre el lenguaje y la imaginación. En el cómic, la imagen reemplaza al lenguaje”, analiza.

Comprensión lectora

Docentes que formaron a distintas generaciones en escuelas de gestión estatal y privada coinciden en que hoy encuentran muchas más dificultades que antes en la comprensión lectora. Postay sitúa el 2009 como punto de quiebre: “hasta esa promoción podíamos leer en clase textos repletos de metáforas. Hoy hay una dificultad pasmosa a la hora de comprender el significado de palabras que no conocen. Todo tiene que ser corto, concreto y sencillo”.

“Durante muchos años trabajamos el cuento La fiesta del monstruo de Borges. Tuve que dejar de hacerlo por la cantidad de referencias históricas que había que reponer. La lectura se transformaba en una situación desagradable para todos”, repasa Pinasco.

Paz comparte el diagnóstico y ejemplifica: “me pueden preguntar qué quiere decir la palabra ‘paredón’ sin relacionarla con la de ‘pared”. De acuerdo a los resultados de las Pruebas Aprender 2022, en el área de Lengua del nivel secundario, esto continúa empeorando. La cantidad de estudiantes que se encuentran en los niveles de menor desempeño se trasladó del 38,3 por ciento en 2019 al 43 por ciento en 2022.

Para Nahuel, la proliferación de las plataformas digitales es una de las causas de la distracción en clase que dificulta la concentración en la lectura. En 2009, él empezó a incorporar el celular como dispositivo para leer cuando no se habían popularizado tanto las redes sociales. “Hoy estoy cada vez más convencido de que hay que volver al libro y a copiar en la carpeta”, arriesga.

Y amplía: “están quienes plantean lo contrario, que hay que hacer las clases más ‘entretenidas’, como si un profesor de Literatura tuviera que competir con un video de alguien que baila Break Dance en TikTok. Ahí no hay competencia posible porque estamos en campos directamente antagónicos”.

Desde su punto de vista, la lectura “es el movimiento más pasivo de todos en una sociedad que tiende a la hiperconectividad e hiperactividad, y una actividad muy frustrante que contrasta con la poca tolerancia que hay hoy a la frustración”.

Para Postay, el celular no colabora en el aula, pero muchas veces es la única forma de acceder a ciertas lecturas: “ya sabemos que alienta la ansiedad en los adolescentes. Si un docente dice que lo usa porque está en una escuela donde no hay biblioteca, libros o fotocopias, asumamos que se hace por eso, que es una didáctica de la pobreza porque los gobiernos que deben invertir en educación no lo hacen”.

De las pantallas que inquietan, al prejuicio y la mirada adultocéntrica

La predominancia de la imagen por sobre la cultura letrada es una tendencia de larga data. Con la aparición de la televisión, pedagogos, familias y medios ya habían sentenciado el fin de las letras. Hoy pareciera haber un movimiento similar, pero con características diferentes. La lectura implica una suspensión del tiempo y la conformación de un espacio específico de silencio y soledad para el pensamiento. Pareciera incompatible con las rutinas de esta etapa del capitalismo donde es muy difícil distinguir tiempo de trabajo -o tiempo escolar- del tiempo de ocio. Con el celular, a diferencia de la televisión, todo sucede en el mismo dispositivo y a la vez.

Guadalupe Castagnola tiene 20 años y es influencer de literatura en TikTok. Es una lectora ávida, capaz de devorar 70 obras en un año. Cuando era niña, sus padres le regalaban libros y los atesoraba como si fueran juguetes. Para ella, leer sí implica sustraerse del mundo. “Es un tiempo mío, de nadie más”, dice. Empezó a los 16 años con reseñas de libros de Alice Kellen, escritora española de literatura romántica juvenil y adulta. Hoy ese tipo de producciones no le gustan, pero las recuerda con cariño. Prefiere leer a Mariana Enríquez, Samanta Schweblin o Gabriela Cabezón Cámara.

Paula Cuestas, socióloga que investigó el fenómeno de booktubers, señala a Tiempo que en las redes también se generan circuitos de lectura y recomendaciones que no se producen habitualmente en la escuela. Sobre todo, reseñas de obras de la literatura infantil y juvenil que alcanzan el 60 por ciento de las ventas de ciertas editoriales.

“A veces hay una mirada muy adultocéntrica que critica lo que los jóvenes leen porque no son los clásicos que leeríamos nosotros. También, un prejuicio con las pantallas. Tal vez ahí están ocurriendo experiencias de alfabetización interesantes que generan socialización y comunidad. En un hilo de Twitter puede haber experiencia literaria”, opina.

Postay cuestiona la idea de que hoy existen distintos modos de leer y escribir: “Puede ser distinto, pero los docentes necesitamos establecer un parámetro de calidad, no caer en un relativismo mentiroso. Sin dudas uno es superior, porque a través de la lectura de textos canónicos y la escritura de géneros tradicionales como el ensayo la capacidad de expresión es mucho más amplia que la de un video de Tiktok de un minuto. El acceso a bienes culturales de una mayor complejidad es una llave a los estudios superiores y al mundo del trabajo”.

La ficción, reflejo de la imaginación de una época

Betina González, escritora argentina, plantea que hoy en día la literatura es casi la única área de nuestras sociedades que puede oponerse a la cosificación del mundo. “La ficción es tanto un testimonio de la imaginación de una época, de sus libertades y de sus limitaciones, como un laboratorio de la experiencia humana. Escribimos y leemos ficción para pensar otros mundos posibles y otras formas de organizarnos en comunidad”, reflexiona en conversación con Tiempo.

Pinasco cita una idea del escritor John Berger cuando apareció el ebook: el problema no es el soporte, lo que va a desaparecer es el lector de literatura. “La lectura de ficción requiere un nivel de compenetración que la vida cotidiana lentamente está borrando”, explica la docente. Para Paz, si tomamos que “la literatura no sirve para nada”, no nos estamos perdiendo de mucho, pero al mismo tiempo la vida sería “mucho más aburrida” sin ella: una repetición constante de lo mismo.

Los tres profesores discuten el mandato de que la escuela debe alentar experiencias placenteras de lectura en los estudiantes: “Los docentes enseñamos textos literarios significativos que se insertan en una tradición; por ejemplo, los fundacionales de la literatura argentina: Facundo, La cautiva, el Martín Fierro. Y una puede contagiar entusiasmo, pero el placer no se puede enseñar, como tampoco se pide en Matemática que haya disfrute en aprender a sumar”, indica Pinasco.

En 2023, Abril cursaba el último año del secundario en una escuela privada del norte de la Ciudad de Buenos Aires. Al principio, cuando agachaba la cabeza durante una explicación, su docente tenía el reflejo de pedirle que guardara el celular. Entonces, ella levantaba el libro que estaba leyendo por elección propia casi como un trofeo. Un día era la poesía completa de Idea Vilariño. Al otro, Ayer de Agosta Kristof. Retrato de una excepción, dirán varios, o de lo viejo que no termina de perecer.