Es una obra de teatro que surgió cuando Maruja Bustamante invitó a Lorena Vega a ser parte de un ciclo escénico en el Centro Cultural Rojas (UBA). Lo que iba a ser cuatro funciones ya lleva más de 300, un libro y en estos días se estrenó la película de Imprenteros, codirigida con su pareja, el cineasta Gonzalo Zapico. En estos proyectos junto a Lorena participaron sus hermanos: Federico, contador, y Sergio, imprentero, como el padre de los tres.

Cada una de las formas que alcanzó Imprenteros es una creación artística autónoma y se disfruta por sí misma. La película cuenta centralmente el proceso de producción del libro, pero desde allí habla de la historia familiar y de la centralidad de ese taller al que ya no pueden entrar. A la vez recorre un eje clave de la organización económica y la identidad laboral en Argentina, las pymes familiares. “Imprenteros muestra una organización económica y social que empodera a los sectores populares de nuestro país. Podríamos hablar de esta familia como de otras y estamos contando las historias de todos”, explica Vega sobre la obra.

La película Imprenteros obtuvo una gran respuesta en el BAFICI 2024.

–El comienzo del film parece recorrer un camino algo errático hasta que finalmente entra en un cauce más preciso. ¿Cómo encontraron ustedes la película?

–Surgió de manera muy orgánica, casi accidental, como había pasado con la obra. A diferencia del libro, que nació de una necesidad personal de Sergio durante la pandemia, la película fue apareciendo a partir de que nosotros (Vega y Zapico) estábamos con la cámara encendida en casa, registrando lo que nos pasaba en esos tiempos de encierro. No estaba pensado para ser un documental sobre cómo se hizo el libro, sino que iba para otro lado. Es como si la película hubiese pedido ser filmada. Mientras grabábamos estábamos armando el libro, y fuimos cayendo en la cuenta que eso que filmábamos empezaba a ser un material sustancioso. Hablé con mi amigo Alejandro Israel, el productor de la película, le conté que estábamos registrando ese proceso con Gonzalo y mis hermanos, y me dijo que ese era un material interesante para un documental. Revisamos lo que veníamos filmando y abrimos de nuevo el baúl, como hicimos para la obra de teatro. Así fue haciéndose la película, con material de archivo, alguna escena filmada inesperadamente que servía y el registro de todo lo que iba pasando. Pudimos articular un relato que era muy complejo, porque son muchas disciplinas unidas y trenzadas, y muchas capas, momentos y personas. 

–Lo que hicieron es algo poco común, ya que es obra de teatro que se hace libro y ahora es película, todo producido por las mismas personas. 

–Eso es algo que resulta de la experiencia de la obra. La obra nos colocó en ese lugar como hermanos, nos reencontró y pudimos darle una vuelta. A partir de aquella puerta cerrada del taller y de la pérdida del lugar de la infancia, pudimos refundarnos con un proyecto de un trabajo familiar, a nuestro estilo, con nuestros deseos, con nuestra propia voz.

Vega y Gonzalo Zapico.

–La película cuenta dos procesos de construcción, el del libro y el propio proceso de construcción de la película.

–Sí, como en la obra que se cuenta el proceso de construcción de un gráfico y el proceso de construcción de una de una escena teatral, análogamente en el cine se ve la construcción del libro. Y la de esa película de ficción que no fue y de la que de pronto aparece el documental. La creación artística y la exploración documental permitieron darle lugar a la búsqueda, a las obsesiones y sus fracasos, a las pérdidas, y a escuchar todo aquello que no funciona, lo que tenés como objetivo y no se cumple: todo eso también es relato. Lo que no termina de ser también es parte.

–La película viene a completar el ciclo de la obra y permite repensar muchas cosas de ese trabajo, con el que además convive. ¿Cómo volvés a mirar ahora aquello que ya miraste?

–Es verdad que con la película terminada todavía tenemos que hacer la experiencia de convivir con la obra de teatro, más el libro rodando. Haciendo las funciones fui teniendo una modificación en la mirada respecto de todo, porque la película dimensiona muchísimo el viaje que hicimos desde que decidimos hablar de nuestra propia historia. Un poco la película anuda muchas cosas, el formato permite que se puedan contar tantas historias juntas, la escénica, la editorial, la gráfica, la literaria y la cinéfila, y trae una sensación como de culminación, de que todo este material llegó a un puerto.

–Es muy cinematográfico cómo aparece la máquina al comienzo de la película. Lo que en la obra es una representación acá es concreto. Y lo reponen, al principio y al final, de maneras diferentes, trayendo la máquina como fuerza poética.

–Ahí hay mucha intervención de la mirada de Emi Castañeda, que hizo la segunda etapa del montaje de la película y todo lo que es audiovisual en la obra de teatro. Está vinculada con el proyecto desde el inicio. Trabajó mucho con ese material hermoso, por lo que brinda la máquina conceptualmente, por lo que significa para nosotros y también por cómo lo filmó Gonzalo.

–Para esa construcción fue central el trabajo sonoro, que es rico más allá de ese sonido rítmico y repetitivo de las imprentas.

–Sí, llevó mucho trabajo. El director de sonido es Adriano Mantovani, que había trabajado con Gonzalo. Con las personas que fueron parte de la película venimos trabajando hace años y eso también hace sistema. Esta es una construcción de familias, y toda nuestra saga creativa es sobre los oficios hechos con vínculos afectivos. En lo sonoro la película tiene muchos planos. Son muy diferentes los exteriores de los interiores, hay sonido directo de las escenas de la obra, usamos la voz en off, la música original, y tiene el sonido de las máquinas, que no solamente está presente cuando se ve la máquina funcionando, sino que también suena en distintas situaciones que no tienen que ver con el taller de imprenta. Fuera de la imprenta siguen sonando las máquinas, a veces como separadores, a veces como música, a veces como recuerdo, a veces como pulso. Y las máquinas tienen sonidos que no son solo los propios, sino que tienen sonidos del cuerpo humano. Tiene mucha trama ese sonido. Sumale a eso la música de Andrés Buchbinder, que también es el músico de la obra de teatro, con un tema hermoso que se llama «Fantasmas». La dedicación que le pusimos tiene sentido, porque para mí la memoria es sonora.

Lo familiar también puede ser político.

–Desde esas cuatro funciones en el Centro Cultural Rojas al presente, Imprenteros es mucho más que una obra o un libro o una película, es una unidad creativa donde se borran los límites de las disciplinas y los soportes. ¿Se te ocurrió pensarlo en términos del campo artístico del presente, que cada día está más atravesado por lo multidisciplinario?

–Siento que esto es mucho más de lo que esperaba. Todo lo que pasó, lo que brotó a partir de ese primer germen que fue hacer un experimento en el Rojas era inesperado. Porque el proceso creativo yo lo trabajo puertas adentro, y lo que hago es trabajar minuciosamente cada detalle, cada cosa chiquitita. Después de afuera aparece como algo grande, pero hacia adentro es estar pensando todo el tiempo pequeños detalles, pensar colores, pensar bordes, pensar sonidos, palabras. De modo que nunca fue un objetivo todo esto. Simplemente fui dándole espacio a lo que necesitaba hacer, a lo que nos entusiasmaba hacer y un poco a lo que inevitablemente nos íbamos dando cuenta que teníamos que hacer. Son caminos que tienen que ver con nuestro trabajo, pero que muchas veces se hacen con otros espacios, otros artistas u otras instituciones. Por esto a mí me gusta rescatar la importancia de los espacios que dan lugar a la experimentación. El Centro Cultural Rojas es histórico en eso y es muy importante que tenga presupuesto para poder acompañar la experimentación de los artistas, que muchas veces deriva en trabajos que alcanzan un gran impacto popular. Es fundamental que se revise esa cuestión de lo presupuestario, porque el Rojas no lo tiene y eso es un golpe para las fuerzas motoras creativas que son parte de nuestra identidad. «


Imprenteros

Dirección: Lorena Vega y Gonzalo Zapico. Participan: Sergio Vega, Lorena Vega, Federico Vega, Eugenia Díaz (Yeni), Dante Zapico, Gabriela Halac, Carla Ciarapica. Hasta el 8 de agosto en la sala Leopoldo Lugones, Av. Corrientes 1530 y sábados de agosto en el auditorio del MALBA, Av. Figueroa Alcorta 3415.

Lorena Vega.



Mandatos y «terapias de conversión»

Además del estreno de la película, la grabación de la serie y las tres obras de teatro en las que actúa, en febrero estrenó como directora Testosterona, una obra que navega entre la performances y la investigación periodística, cuyo texto escribió junto al periodista Cristian Alarcón, quien la protagoniza. “Es sobre las ‘terapias de conversión’ en personas a las que se fuerza a cambiar su género, que sobre todo se aplicaban indiscriminadamente antes de que la Organización Mundial de la Salud sacara a la homosexualidad de la lista de enfermedades. Es una investigación abierta que nutre constantemente a la performance con nuevas informaciones que van apareciendo y se van sumando a las funciones. Habla de todo un arco de expresiones, de cosas que fueron pasando con la relación con el cuerpo, la idea del cuerpo y los mandatos y las propias decisiones son parte de esta investigación abierta que tiene un tratamiento escénico. Si bien Cristian no actuó antes, es muy buen espectador de teatro y de performance y de danza, y entonces comprende mucho la disciplina”. Testosterona tendrá nuevas funciones los días 25 Agosto y 22 Septiembre en el Teatro Astros.



Los intereses detrás de los ataques a la cultura

En los intervalos de la muy exigente grabación de En el barro, la serie que produce Netflix como spin-off de El marginal, narrando la vida dentro de una cárcel de mujeres, Lorena Vega también habló sobre el momento que se vive en torno a la situación de la cultura en la Argentina en los últimos meses. La actriz y directora hizo suyo un comunicado de la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica rechazando las últimas medidas que ponen en jaque a la industria audiovisual y agregó: “Los permanentes ataques al campo cultural no son ingenuos ni desarticulados, por el contrario, me parece toda una decisión ideológica que tiene que ver con horadar un espacio que saben que tiene mucha potencia, porque lo que se expresa en el campo cultural tiene que ver con una fuerte raíz de convicción y de identidad. Entonces se ataca ahí para debilitar las fuerzas motoras creativas, que son las que realmente mueven al mundo. Pero tengo la convicción de que no hay que dejar de hacer nuestra tarea artística, y que siempre vamos a encontrar el modo de vehiculizarla. No hay que dejar de dar la lucha que haga falta para defender nuestras fuentes de trabajo.”