El 10 de diciembre asumió un nuevo gobierno en la Argentina. Cuarenta años de democracia ininterrumpida que nos lleva a contarle a nuestros hijos, cada vez como más distancia, los años de la oscura noche de los 70’, como así también el significado militante del “luche y vuelve” y yendo más atrás los alcances de la constitución peronista de 1949. Nos queda más cercano y palpable contarles que recuperamos los sueños con el viento del sur que nos trajo un flaco desfachatado en el 2003 y que continuó una mujer brillante y valiente en los gobiernos que siguieron, ya consumada la partida prematura de Néstor, hasta el 2015. Ese legado más reciente parió nuestro último gobierno allá por diciembre de 2019. Veníamos del fracaso de una pos-derecha enmascarada que a través de “los dueños” de la Argentina había puesto en la presidencia a uno de sus socios mayoritarios: Mauricio Macri. Quien firma esta nota, fue parte de la fallida gestión de Alberto, y por ende de un fracaso con consecuencias políticas, económicas y sociales aún no mensuradas en su gravedad.
¿Qué pasó?
La memoria colectiva es selectiva, pero los datos de la realidad son efectivos. Triplicamos la inflación que dejó Macri y aumentamos la pobreza y la indigencia. No honramos el contrato electoral que prometió empezar por los de más abajo, mitigar la inequidad y recuperar la esperanza del pueblo. El manual de excusas ciertas es bien conocido (pandemia, guerra, sequía) pero el peronismo en el poder, y sobre todo después de la experiencia de Nestor y Cristina, será revolucionario o no será nada.
Resultado
A la revolución no se llega con buenos modales. No hay factores de poder real que te inviten a pasar y te ofrezcan ceder algún privilegio. No. Por eso, más allá de haber logrado reducir el desempleo y recuperar parte del entramado productivo, los dueños de esos factores se quedaron con la parte del león y el gran esfuerzo de los trabajadores que no vieron aumentada su participación en el Producto Bruto.
La gestión
Es una entelequia, se hace de hombres y mujeres, planes, programas, recursos, toma de decisiones. El Estado es administrado por políticos, Aristóteles los consideraba los mejores de una sociedad porque en sus manos está cuidar lo de todos.
Y claramente no fuimos ni volvimos mejores. Sí hubo buenos compañeros y compañeras que con vocación y responsabilidad histórica honraron sus cargos. Pero una gestión de gobierno requiere coordinación y eficiencia. Nuestra constitución organiza un Poder Ejecutivo unipersonal, en manos de un Presidente, secundado en la toma de decisiones diarias por el jefe de Gabinete y colaboradores directos (ministros/secretarios). Nuestro gobierno careció de esa coordinación. Un fallido jefe de Gabinete en los dos primeros dos años y, como planteara Cristina, funcionarios que no funcionan.
En primera persona
A título de ejemplo, contar que el prometido auxilio a los deudores hipotecarios UVA (una de las tantas promesas de campaña no cumplidas), murió antes de nacer producto de miradas tan contradictorias como disparatadas y la más absoluta falta de decisión política para hacer pagar el costo a quienes fueron y son los más favorecidos:“los bancos”.
Todos
Pero pensar que la derrota de 2023 es la de un Partido, Presidente, candidato o frente político, se puede encapsular sería un error histórico que no permitiría construir el porvenir.
Debemos reflexionar cómo la anti-política llegó al poder: aquí una especial mención al libro de Stefanelli “La Rebeldía se ha vuelto de derecha”, cuya lectura deviene obligatoria para comprender la construcción de un nuevo sentido común, anti castas, anti libertades y anti democrático. Valga cómo síntesis lo que señala el autor: las sociedades se cansaron de los progresismos que la hora de gobernar no transforman para no incomodar a los más poderosos . Volvemos entonces a Perón y nuestros errores recientes. Revolucionarios o no seremos nada.