Cada vez que Vanesa Molinas va a un recital, su hijo Kenzell le pregunta si va a Cromañón. Desde que supo la historia de su mamá como sobreviviente, el nene de siete años asocia todo lo que tenga que ver con el rock a lo ocurrido aquel 30 de diciembre de 2004. Veinte años después, así de presente está el pasado en las familias atravesadas por el crimen social, al que las familias y víctimas definen en una palabra: masacre.

Mientras escucha a su mamá contar –una vez más– su experiencia, Kenzell busca lápiz y papel y dibuja cómo imagina a Callejeros sobre el escenario. Un cantante, un baterista, un tecladista. Vanesa aún los sigue escuchando, pero respeta a sobrevivientes y familiares a los que les genera rechazo: “No sé si no son responsables, pero creo que ya pagaron una condena”. El nene titula su obra: “Muerte de Cromañón. Estuvo mi mamá”.

El día que apagaron la luz

“Los 20 años pegan por la lucha, por remover cosas, por ver para atrás y saber que había gente al lado tuyo que hoy no está, porque se enfermaron, se desgastaron en el camino. Algunos logramos salir de la situación de dolor, a los tumbos o no. A mí me enseñó a vivir mi primera hija, Morella (de 18 años). Hasta enterarme que estaba embarazada –relata Vanesa– tuve un intento de suicidio, una internación. Hay que aferrarse a la vida después de eso. No todos pudieron”.

El ayer y el hoy se intercalan. Está la herida aún abierta de esa noche imborrable. Y está también la lucha por reclamos actuales. Uno de ellos es hacia la Ciudad, para que reconozca a todas las víctimas, y no solo a una parte del listado. “Está siendo demoledor el aniversario. El número redondo, mucho tiempo. Tuve la suerte de poder vivirlo con compañía, con red de amigos, familia, organización. Pero este año salió la serie y este último mes fue una locura. Que se haya vuelto a hablar tanto de Cromañón y los 20 años y en el medio estar peleando por una ley en Ciudad es fuerte. Es un poco doloroso tener que pelearlo en la ciudad más rica del país. Nos gustaría estar pensando en los homenajes, no en esta ley”, se lamenta Gonzalo Zamudio a poco de la votación en la Legislatura que fue celebrada por familiares y sobrevivientes, pero les dejó un sabor agridulce.

Los recuerdos de Gonzalo tienen forma de flashes. La bengala que se prende, el saxofonista que señala el techo, los empujones, el corte de luz. Todo es borroso. Sabe que duró poco, que estaba del lado izquierdo, cerca de la salida. El resto es historia. De la que forma parte.

Gonzalo estuvo muchos años corrido del tema. Iba a algunos encuentros, habitó el Santuario de Once –ese espacio que se construyó como territorio de memoria al no poder acceder aún al boliche-, pero no participó organizadamente hasta hace cuatro o cinco años: «Durante distintos momentos hice tratamiento. Los primeros años fue muy complejo para los sobrevivientes porque, además de haberlo vivido, los medios fueron muy duros. Éramos muy chicos y hubo un posicionamiento de mucho ninguneo hacia nosotros. De apuntar al público por negros, borrachos, dogradictos. Que dejábamos pibes en una guardería (que el juicio demostró que no existió), pero se sigue hablando de eso. Es algo que está latente y hay que seguir diciendo que no pasó. Creo que fue deliberado apuntar al público. Para pibes de 15 años, era un garrón”.

Vanesa también rememora con flashes. La puerta, la gente que le dice que no vuelva a entrar, los amigos del barrio, los hermanos que ayudó a reencontrarse (y que hoy le siguen agradeciendo). Y tres palabras que todavía analiza en sus sesiones de terapia: cuando llegó a su casa aquella madrugada, en estado de shock, repetía «nena, agua, fuego». Dos décadas después, aún no logra entender a quién aludían.

«Fue una masacre»

“La mayor tragedia no natural en la historia del país”, se decía por entonces tras el incendio que dejó 194 muertos y marcó un antes y un después a nivel político y cultural en la Argentina. Pero familiares y sobrevivientes enseguida empezaron a elegir sus propias palabras: no fue tragedia, fue masacre. A horas del aniversario número 20, esa definición logró cauce formal en la Legislatura. Masacre.

“Eso para nosotros es histórico. Tan histórico como para una víctima de femicidio sería que se dejara de hablar de crimen pasional. Va a haber que exigirle al Estado de la CABA que en todos los documentos oficiales se lo nombre como masacre. Ese triunfo también es nuestro. Porque quienes empezamos a llamarlo ‘masacre’ cuando Aníbal Ibarra decía ‘tragedia’ fuimos quienes estábamos en la calle luchando por justicia”, afirma Silvia Bignami, de ‘Movimiento Cromañón‘.

Aquel 30 de diciembre, Silvia recibió un llamado. Era Florencia, la novia de su hijo Julián Rozengardt. Lloraba. Le costó entender lo que le decía. Cuando lo consiguió, corrió a buscar a alguien con auto que la llevara de Palomar a Once. Peregrinó por varios hospitales hasta que alguien le dijo que el joven de 18 años estaba en el de Clínicas. En la entrada habían puesto una hoja de papel con dos columnas escrita a mano: VIVOS y FALLECIDOS. Julián aún estaba en la primera, pero con los pulmones destruidos. A los dos días falleció. En el entierro en Chacarita, entre un montón de tumbas de Cromañón, Silvia tomó dimensión de la masacre. Y se desmayó.

“Todos te preguntan por Cromañón. Algunos por morbo, otros por interés, o para saber a quién culpás. En lo personal, para mí fue una masacre. Con Estado ausente. El responsable es el Estado porque tenían habilitado un lugar inhabilitable. Yo con 18 años no miré la media sombra, las puertas. No me correspondía. Estaba todo cerrado, el sistema de salud no estaba preparado. Fue una masacre”, repite Vanesa, de la organización ‘Sin derechos no hay justicia‘.

Gonzalo, militante de ‘El camino es cultural‘, coincide: “El Estado no se terminó de hacer cargo nunca de Cromañón. Todo lo que logramos fue arrebatándoselo. Tenemos que lograr que se visibilice que fue una masacre, que el Estado fue responsable y que puede volver a pasar todos los días. Hoy hay un corrimiento cada vez más notorio del Estado de la vida de las personas y es peligrosísimo. Porque fue la principal causa de la masacre: el accionar del Estado corrupto. No creemos que desmantelar el Estado sea la solución”.   «

Sobrevivientes

Pasaron 20 años y 194 muertes. Pero también más de 1400 sobrevivientes sufrieron heridas. Cuando se cumplía la primera década, 150 continuaban bajo tratamiento. Aunque la capacidad del boliche era de algo más de 1000 personas, había entre 3000 y 4000. El universo de afectados es mucho mayor. En el camino hubo por lo menos 17 suicidios, así como familiares que enfermaron y fallecieron reclamando. La edad promedio de las víctimas fatales de aquella noche fue de 22 años. A dos décadas, gran parte de los que salieron lleva más de la mitad de su vida lidiando con lo que dejó Cromañón.

La lucha por la Ley de Reparación Integral

Cuando faltaban 19 días para que se cumplieran 20 años de Cromañón, sobrevivientes y familiares lograron que la Legislatura porteña reconociera algunas de sus demandas: que la ley de reparación integral sea vitalicia, la apertura del padrón de beneficiarios –que sólo incluía a unos 1600, cuando se estima que hubo más de 4000 afectados, tal como surge de los programas de salud y causas judiciales- y la admisión de que lo que pasó no fue tragedia, fue masacre.

El resultado de la sesión fue un logro colectivo, pero dejó un sabor agridulce. “Van a terminar reconociendo a dos mil y pico de sobrevivientes y éramos más de 4000. Es una ley mejor, estamos contentos, pero cansados de que la política siempre, siempre, encuentre una manera de cagarnos”, se queja Gonzalo Zamudio, uno de los sobrevivientes que quedó afuera de la ley de reparación por haberse anotado en el programa de salud posterior a la fecha que se impuso como corte. De hecho el cartel de la estación de Once 30 de diciembre del subte H reconoce a 4500 sobrevivientes.

“Me da mucha tristeza a 20 años haber tenido que pelear una ley de esta forma. Y tengo un sabor agridulce porque, si bien es superadora, si hubieran escuchado más hubiera sido mejor”, plantea Silvia Bignami, mamá de Julián. “El Estado de la Ciudad no me puede decir que está tratando de pagar lo menos posible. Sobre todo a los sobrevivientes, con toda una vida por delante y que algunos se han pasado luchando casi la edad que tenían cuando ocurrió Cromañón. No les pueden decir que no sigan exigiendo –insiste–. Al Estado nunca le interesó saber quiénes eran y cuántos eran. De hecho, no lo sabemos. Fue responsable y esto se probó en el juicio contra Ibarra, se probó en los juicios penales. Vamos a seguir peleando por quienes dejaron afuera”.

El Santuario de la Memoria y la Enseñanza

Cuando faltaban 33 días para que se cumplieran 20 años de Cromañón, la Cámara de Diputados dio media sanción al proyecto para extender por cuatro años el plazo para concretar la expropiación del boliche dirigido en ese momento por Omar Chabán, quien fue detenido en 2012 y falleció dos años más tarde. La iniciativa tuvo 211 votos a favor y cuatro en contra, de La Libertad Avanza.

En 2019 la Justicia resolvió devolverle el inmueble ubicado sobre Bartolomé Mitre, a metros de Plaza Once, a su dueño Rafael Levy, quien se lo alquilaba a Chabán. La decisión generó repudio y más lucha. La ley de expropiación (27.695) fue aprobada por unanimidad en ambas cámaras el 27 de octubre de 2022 y rápidamente promulgada. Cuando asumió Javier Milei quedaba pendiente que el Tribunal de Tasación fijara el valor del lugar. Desde entonces, no huno novedades.

“Tuvimos que volver al Congreso a pedir que prorroguen la expropiación por las dudas, porque no tenemos certeza sobre lo que se hizo y hoy no tenemos comunicación con el Estado Nacional. Durante la gestión anterior la Secretaría de Derechos Humanos fue parte de la presentación del proyecto en la Cámara –hubo muchas discusiones pero tuvimos muchos encuentros–. Hoy no tenemos ni información”, lamenta el sobreviviente Gonzalo Zamudio.

Si bien hay distintas ideas en torno al local, el consenso apunta a que sea un sitio de memoria y enseñanza: “Tenemos en claro que tiene que ser un espacio que pueda establecer las distintas miradas de las organizaciones, que pueda ser respetuoso y construya una política de memoria sobre Cromañón. No podemos permitir lo que pasó en estos años: una serie vino a traerlo a escena pero es un tema incómodo para hablar. Tenemos que lograr que se visibilice que fue una masacre”.