Con su contundente veredicto en favor de The Handmaid’s Tale y Big Little Lies, la industria de la televisión norteamericana parece haber emitido, en principio, dos claros mensajes el domingo pasado en la premiación de los Emmy. El primero, que el audiovisual será en streaming o no será, pero no de la manera que Netflix pretende; el segundo, que sea por su historia, temática o protagonismo, las mujeres son el futuro de la ficción.
Con ocho premios en su haber, entre los que se destacan mejor guión, serie dramática, de reparto y protagónico femenino (Elisabeth Moss, tantas veces nominada por la machista Mad Men, recién ganó en ésta, su séptima nominación), la serie con la que la plataforma Hulu intentó dar el salto a las grandes ligas tuvo su reconocimiento. Basada en la distopía imaginada por la novelista Margaret Atwood hace tres décadas, cuenta la historia de un grupo de mujeres esclavizadas para ser explotadas como cobayas reproductoras ante la abrupta disminución de la natalidad en Estados Unidos. La premiación a una serie con tono decididamente feminista -metáfora de cómo del sojuzgamiento se pasa a la lucha-, también debe leerse en concordancia con los premios recibidos por el gigante del streaming, Netflix, y de su punta de lanza en estos Emmy: Stranger Things. La serie de los chicos ochentistas sólo se llevó cinco premios, y todos técnicos (o sea que no se vieron en la emisión del domingo). Por otro lado, pero en el mismo sentido, Hulu es una plataforma que al momento de producir la serie premiada sólo estaba habilitada en Japón y Estados Unidos (por eso la serie no se puede ver todavía en Argentina, por ejemplo, excepto que se acceda a ella por métodos menos convencionales).
La segunda gran ganadora de la noche es también un drama y también de problemática que tiene a la mujeres como protagonistas centrales, en este caso, de la violencia de género. Para clarificar el mensaje, en este caso la industria también dejó de lado al caballito de batalla de HBO, Westworld (sólo cinco premios técnicos), y le dio muchos a su ancho de bastos, por decirlo de algún modo: Big Little Lies (también ocho premios, aunque aquí en el rubro miniserie, en esas divisiones que la industria hace para poder otorgar la mayor cantidad de premios posibles y así evitar la iracundia de alguna parte). Esas mujeres entre las cuales algunas construyen una singular y fuerte amistad, son víctimas de distintas formas de violencia de género, algunas más explícitas y corporales, como el personaje de Nicole Kidman, otra más solapadas y psicológicas, como el de Reese Witherspoon (junto a Kidman dueñas de la productora que conformaron para difundir historias de mujeres, como las de Big Little Lies),
Por si quedaban dudas en cuanto al mensaje sobre las mujeres como futuro de la ficción, ahí están los premios a Feud: Bette y Joan y a la comedia Veep (también HBO) -evidente golpe de autoridad de la vieja escuela ante las novedosas Atlanta (FX, premio a mejor director, y mejor actor: Donald Glover) y Master of None (Netflix)-, y el único premio a The Night Of (mejor actor: Riz Ahmed,), de excelente calidad pero tal vez con temas demasiado masculinos para la ocasión.
La buena cantidad de premios a NBC complementa los mensajes principales de la industria. Canal abierto a la vieja usanza, de sus seis premios, sólo uno corresponde a una ficción: This is Us, un convencional drama que intenta mostrar la parte buena del norteamericano medio (y algo progre). Que sean esa serie y Saturday Night Live -en especial la tan comentada caracterización de Donald Trump que hizo Alec Baldwin- ratifican la voluntad de la industria de preservar la televisión tradicional como una especie de trinchera o barricada contra el avance o la prepotencia gubernamental (y de otro tipo de poderes), línea defensiva sin la que todo el resto de la industria audiovisual se vería en mayores y más diversas dificultades que las que le presentan las nuevas formas de consumo.
Tanto los Oscar como los Emmy (y sus equivalentes en otras disciplinas artísticas) siempre fueron premios de la industria, no del público. Y a través de ellos, quienes hacen la industria, hablan. Pero siempre lo hacen más a futuro que a pasado: con sus premios obturan o benefician tendencias, resucitan olvidados, ponen freno a desenfrenados egos; a la manera de todo en su medida y armoniosamente, intentan mantener el equilibrio en una industria muy propensa al desborde. Deborde que, por lo general, suele arruinar el negocio.