25 de abril
Otoño. Ni los árboles se ven. Es la bruma. No tengo ganas de levantarme. Me arrulla el agua hirviendo en la hornilla. Nomás un mate y salgo. Otro ratito, dale.
Ahora que soy cuidador mi vida es más difícil. Antes, cuando era paciente, hacía lo que me daba la gana. Me dieron de alta y estoy como un boludo parándome a las seis de la mañana para estar a tiempo, allí trabajo. Llego al pabellón y me encuentro a las larvas saliendo de entre las sábanas, no muy blancas. Brazos y piernas desparramados por los colchones sucios. Son ellos, a los que cuido. Espero que hoy estén de buen humor. Y que se quite la neblina.
26 de abril
No se sale, de la colonia no se sale, aunque ahora tenga un horario y termine a las seis de la tarde. Manicomio, loquero, como se diga. Muchos prefieren llamarla colonia.
Al volver a casa, me gusta salir con mi bici para distraerme. Recorro el pueblo, de casas chatas y perros flacos. Me miran raro. ¿Será mi ropa? No me alcanza para comprarme nueva. Me visto con lo mejorcito que les traen a las larvas. No necesitan nada, hasta desnudos prefieren andar. Los viste uno y se quitan todo. Pienso:
–Si querés andar en pelotas y que te dé pulmonía, no es mi problema.
Los parientes traen pura porquería. Pero de repente, algún pulovercito, una campera, un pantalón decente. Entonces me lo guardo ¿algún problema? Total, nadie se da cuenta. Hoy me vestí bien y salí a tomar el fresco. Pero me ven con cara de miedo, las chicas, sobre todo. “El que vive con los locos”, han de decir.
27 de abril
¿Por qué me dieron de alta? Dicen que estoy mejor. Que solo tengo malos días. Malos días… son muy malos. Quisiera romper todo, pero me aguanto. Para eso está mi medicación. Sé que me la tengo que tragar, aunque me atonte. En cambio, ellos… nunca quieren, escupen la pastilla, se la esconden en la boca. Hay que obligarlos.
28 de abril
Hoy en el pueblo seguí a una chica. Qué linda que está.
Un ratito nomás: cuando se dio cuenta, empezó a caminar rápido. Mejor me fui.
Pasé a comprar algunas cosas con don Aldo, el del almacén. Me encontré allí a los padres de una de las larvas. Kiki le dicen. Compraban jamón, el chico tiene obsesión con ese fiambre. Me saludaron, muy amables, y me pre guntaron cómo veía a su hijo. igual, yo lo veo igual que el primer día. Pero les dije que mejor y pagaron mis compras. De haber sabido, echaba más cosas en la canasta.
29 de abril
Yo me ocupo de cuatro locos. Dirán que es poco, pero dan un montón de trabajo. Paco es mexicano y habla como en las películas de charros. Le gusta cantar, sobre todo la música de Jorge Negrete y Pedro infante que también oigo en la radio. Cuenta cada cosa. No creo en sus historias de sombreros y balazos, aunque dicen que a veces se pone violento y por eso lo encerraron. Su novia está muy buena y lo viene a visitar de vez en cuando. Dice que se van a casar cuando Paco se calme.
Miguel, el más chico, tiene como quince y está perdido, lo internaron hace poco. Es lindo, rubio. El papá, muy durito, parece que tuviera un palo de escoba en el culo; así son los milicos. Qué gracia le ha de hacer, él soldado y con un hijo tarado. Su madre reza y le echa agua bendita. Él dice amén y sale corriendo. A veces vienen con sus otros hermanos, como seis varones más grandes, pero a Miguel no le dan ni bola. Salen al campo, a trepar árboles o a jugar.
Kiki es un chico fuerte, alto, pero se porta como un nene de dos años. Sus viejosson losrusitos que me pagaron el almacén ayer. Su mamá es muy linda y el padre tiene la cara triste; a ella me la tiraba sin problema. Le gusta el jamón, ya dije. Y la pelota. La trae de vuelta como los
perros. Corre a buscarla una y otra vez, no se cansa. Al fin se enoja y no la quiere soltar. Me da risa.
Me faltó el jovato. Cuántos años tendrá acá. Fue de los fundadores de la colonia. Es chiste, no puede ser. Debe tener como sesenta porque se fundó en 1905 y él estaría naciendo, o era chico porque ahora es 1965. ¿Será? Son tan raros que uno ni sabe su edad. No tiene ninguna gracia. Solo abraza su almohada y mira la pampa, o para dentro no sé.
Estuve todo el día corriendo detrás de ellos.
30 de abril
Anoche no pude seguir escribiendo. Caí como un tronco. Ni la ropa me quité. Huelo a cerdo. Bañarse en este cuarto es un lío porque cuesta encender el calefón a leña por la humedad. En la mañana huele a pasto mojado, todo es campo. Hasta la colonia. Es tan grande que los locos se pierden. Han encontrado uno que otro muerto en las zanjas. Aunque linda es linda. Y el atardecer ni se diga con esas nubes rosas que parecen salidas de un cuadro.
1 de mayo
Hoy es feriado, día de visitas, pero no todos esperan a alguien. Qué cómodo ¿no? Aquí los dejan. Nos hacen el cuento del tío, el doctor Quesada los admite y si te he visto no me acuerdo. Yo no soy tan bueno, solo me ocupo de los que me pagan. ¿Quieren atención especial, comidita en la boca, que los tapen antes de dormir? Paguen.
¿Les parece lindo mi trabajo? Amí, no. El doctor Quesada me dice que estudie para que pueda irme de aquí. Llegar a ser médico es muy difícil, digo yo, ni la secundaria acabé. Unas monjitas vinieron a enseñar primeros auxilios a la sección de chicas y preguntaron quién quería anotarse. Dije que sí, además porque me gusta mirar a las minas. Marieta, la enfermera, también se anotó. Me cae bien. Parece que a ella sí le gusta estudiar en serio. Las monjitas esas estuvieron un rato. Después se fueron, como todos. Piensan que esto es muy lindo, que hacen una buena acción, pero después se van. Nadie aguanta.
2 de mayo
Ayer les entró el remordimiento. Vinieron los familiares de todos, menos del jovato. A ese nadie lo visita, ya lo olvidaron o su familia se murió. Muchos parientes lloran en la visita. Ya para qué. Si eso te tocó… No son malos chicos. A veces saco mi Winco, les pongo música y se mueven al ritmo. Así nos divertimos un rato. Un día, justo pasaba Marieta, con su cofia blanca, y la sacaron a bailar; ella, al principio, estaba contenta. Después se le empezaron a restregar y ya no podía quitárselos de encima. Me tuve que poner un poco violento porque estaban perdiendo el control. Saqué la manguera y les eché agua fría.
Desde aquel día me quedé pensando en esos pobres chicos. Me pregunto qué hacen con su calentura. Ya están grandes. Amí también me cuesta encontrar con quién des fogarme, aunque en el burdel del pueblo siempre se puede. Solo hay dos viejas feas en las que me gasto los centavitos que me sobran. Pero ellos…
Me gustaría tener una novia, como la que tiene Paco, el mexicano.
3 de mayo
El otro día, cuando se fueron los familiares, se pusieron locas las larvas. Y yo también, hasta tuve que tomarme mi pastilla. Estaba muy nervioso. Hacía calor y la primavera anda en el aire. No puedo dejar de pensar que, un día, cuando yo vaya al burdel, debería llevármelos conmigo. Serían felices un rato y se olvidarían que están locos. Pero sacarlos de aquí está prohibido. Necesito encontrar un buen pretexto para que me den permiso. Qué ganas de complicarme la vida. El doctor Quesada podría ayudarme. Él es otro personaje, buen tipo, dice que quiere cambiar las reglas, así dijo. Es amigo de la rusita, la madre de Kiki. Charlan entre ellos y el papá del chico los mira con mala cara; habla poco, con su acento raro, alemán, polaco, o lo que sea, y después se calla. Hay tantos extranjeros en mi país. ¿Por qué no se van para otro lado? En cambio, mi familia es de puros gauchos; aunque ya no queda ninguno, creo. Mejor me cebo un matecito.
4 de mayo
Les enseñé a tomar mate a las larvas. Después me dio miedo que se quemaran. Me meto en cada lío. Les gusta, pero con azúcar. Yo lo prefiero amargo, es más de gaucho y acá es puro campo. Solo está el edificio de la colonia que parece una casa de fantasmas.
Dicen que cuando la hicieron era muy elegante, francesa o algo así. Ahora es una ruina. Vi una foto de cuando la inauguraron; decía: “Los oligofrénicos –¿qué quiere decir?– en el comedor”. Eran bien poquitos y con cara de boludos. Ocho o nueve. Ahora no saben ni cuántos hay. Y se les pierden en la pampa.
5 de mayo
Anoche fui a pasear por el pueblo. Acabé en el burdel, como siempre. La gran novedad era la chica nueva: re fulera, pero buen cuerpo. Dominga se llama. Seguro viene de la Capital porque se ve menos tímida. Más cara, pero valió la pena. ¡Qué buen polvo! Le caí bien, creo, porque me preguntó sobre mi vida. Le conté que trabajo en el loquero y le dio risa.
Con razón dijiste cosas raras mientras te venías.
–¿Qué dije? –le pregunté.
–Cosas raras. Estás bien chiflado.
–Quiero que las larvas te conozcan –le susurré.
–¿Larvas? –quiso saber.
–Así les digo.
–¿Por?
–Son muy feas, pero encierran un misterio.
Traelos –me dijo–, si me pagás, traeme a quien quieras.
Le gusta la plata a la chica. En mi cuarto me puse a pensar cómo llevárselos. Me empecé a calentar, tomé mi pastilla y me dormí.
6 de mayo
Laburé todo el día. Dejé a las larvas acostadas y vine al burdel. Ahí seguía Dominga. Se estaba yendo un fulano. Ella me vio y me echó una sonrisota con sus dientes feos.
–¿Y esa cara? –se rio–. ¿Celoso?
La verdad me dio una bronca ver salir a ese tipo…
Pero es puta, así que mejor me aguanto porque yo no la voy a mantener. Me sorprendieron sus preguntas sobre la colonia. La colonia… ni que fuera un parque de diversiones.
7 de mayo
Hoy las larvas estaban en el piso, tiradas. Hace calor acá, 30 grados marcaba el termómetro, y con la humedad… Así se refrescan. igual que los animales. Pero me parece que su calor también era del otro y no quiero ni mirarles el bulto. No vaya a salir yo ahora con el chiste de que soy maricón. ¡Ya sé! El sábado es buen día, no hay tantos enfermeros ni doctores. Quesada ese día no viene. Podría decir que los llevo a la kermés del pueblo. ¿Pero con qué plata? Nunca voy a poder pagarlo.
Les tiré su ropa para que se la pusieran, pero no les dio la gana, aunque los pateé. Llegó Quesada y se vistieron, no sé la razón, pero a él le hacen caso.
8 de mayo
Quesada me tiene podrido, ya ni he podido pensar en el burdel. Ahora anda con que quiere organizar un partido de fútbol con los locos. No entiendo lo que dice, habla del trastorno ¿de qué? del vínculo o algo así y que los que tienen esa enfermedad se pueden curar. No es cierto. De aquí nadie sale, ni yo.
10 de mayo
Ayer me enfermé. Quise ir con Dominga por la noche, pero no pude. Ni quien me echara una mano. Aunque abrí la ventana, me faltaba el aire y era noche cerrada. Para que el día llegara más rápido me puse a pensar en mi vieja. Cuando me preparaba panqueques, qué rico, de dulce de leche. Un día se fue y también los panqueques.
Mañana es domingo, día de visitas. El prostíbulo no abre.
11 de mayo
Me sentí mejor y decidí acercarme a la colonia, a ver quiénes habían venido de visita. Estúpido. Siempre metiéndome en líos. Cuando el viejo de Kiki me hizo un gesto con la mano me acerqué a ellos. Me preguntó qué hacía falta para el partido de fútbol. Así dijo. No supe qué contestar y me quedé viendo a Quesada que por suerte estaba charlando con la madre.
–Ya habíamos quedado en que te ibas a hacer cargo, Aurelio. ¿Te acordás? –y agregó volteando hacia ella: –Los puede ayudar a mejorar ¿no te parece?
Ella asintió con una sonrisa y le brillaron sus hermosos ojos claros.
Pero a mí el guacho no me había dicho nada. Yo no estaba al tanto. Tuve que decir que claro, que ya lo estaba organizando. Agregué al pasar que, otro día, los iba a llevar al pueblo, a la kermés, a que se divirtieran. De repente, todos voltearon a verme y se callaron. Hasta yo me sorprendí. ¿De dónde me salió el valor para decir esa mentira? Quesada solo dijo: “Bien, bien. ¡Gran idea!”. El rusito abrió los ojos y yo le pedí plata. El viejo abrió la cartera y me dio un buen fajo, sin chistar. Me va a alcanzar para el prostíbulo, va a sobrar. Hasta yo me voy a echar un palito. Me aguanté la risa.
De la nada, apareció el doctor Ortiz, el jefe de Quesada, y me miró fijo. Un frío me recorrió la espalda. Él pone orden por acá y saca las camisas de fuerza de vez en cuando.
12 de mayo, lunes
Hoy le dije a la Dominga que ya tenía plata para los polvos de las cuatro larvas. Se rio. Vuelven loco sus dientes chuecos.
–Voy a necesitar refuerzos –me dijo–. Traelos el jueves que nunca hay nadie –agregó y me dio la espalda.
Yo había pensado el sábado, pero el jueves será. Ese día empieza la kermés. Podemos pasar por ahí y seguir de largo para el prostíbulo, lo más disimuladamente posible. Aunque con las larvas a cuestas no hay manera de no llamar la atención. “Me voy pal pueblo, hoy es mi día, voy a alegrar toda el alma mía”, así canta Paco, el mexicano.
13 de mayo, martes
¿Cómo voy a hacer para llevarlos hasta allí? La calle está llena de peligros. Me da miedo que no me hagan caso y unos están más locos que otros. Paco, el mexicano, parece normal. Me puede ayudar si no se raya. A veces le pasa, como hoy que andaba contando historias raras: de chico vivía en el desierto y cazaban alacranes para vender su veneno. “Qué cosas decís, boludo.” “¿No me crees?” “A quién le van a pagar por agarrar unos insectos asquerosos”. De pronto, ahí estaban, los vi, trepando las paredes, con la cola levantada. Se subieron a mi mano y me la sacudí para quitarlos. Yo sabía que no era cierto, pero me entró el pánico. Lo debe haber notado porque el hijo de puta se empezó a reír de mí y los otros también, por contagio, aunque no entienden nada. Salí corriendo, asustado.
Me interceptó Quesada:
–¿Estás bien? Te ves pálido. ¿Cómo va lo del fútbol? –no supe ni de qué hablaba–. Qué buena idea lo de la kermés. Nomás tené cuidado porque los chicos se pueden descontrolar en un espacio abierto y vas solo. ¿Querés que te acompañe? Le dije que no hacía falta. Pero estaba azonzado. Todavía me parecía que se me estaban trepando los alacranes a la mano.
La autora
Verónica Langer nació en Buenos Aires, vive en México desde 1975. Como actriz, participó en innumerables obras de teatro, proyectos de televisión y cine. Dos veces Premio Ariel. Impartió por 30 años talleres de Guion, Lectura y Escritura en la UAM-X. Publicó las piezas teatrales Visitas inesperadas (1996, UAM) y Ojos abiertos, ojos cerrados (2004). En la actualidad, sigue presentado su biodrama Detrás de mí la noche. Kiki es su primera novela.