La escritora Liliana Villanueva desembarcó en la puerta del estudio de escritura, después de haber atravesado la Ciudad durante una hora de colectivo. Por el camino de no más de cinco cuadras a pie, antes de ingresar a la entrevista caminó por El Maestro, el pasaje del barrio de Caballito, empedrado y angosto que desemboca en la avenida Rivadavia. El callejón conserva la fachada de una casa familiar de la escritora y cronista y, en guiño literario, lleva parte del nombre de su magistral obra sobre los talleristas emblemáticos del Río de la Plata: Maestros de la escritura (Ediciones Godot).
En el marco del Taller de escritura de Tiempo, Página blanca, Villanueva compartió en charla colectiva los detalles sobre el surgimiento de los talleres vinculados a la última dictadura militar, la tendencia de enseñanza en el presente intercalando cuestiones fundamentales como la voz propia, la relación entre la realidad y la ficción, el vigor del personaje y, en clave de humor, de modo generoso, un anecdotario exquisito.
Villanueva es una arquitecta experta en elevar los cimientos de las entrevistas en crónicas entrañables. Charló con las escritoras novatas del taller como “una más” para dar cuenta de cómo solventó su personal edificio de palabras. Su libro fundacional revive la historia además de sellar un pasaporte de aprendizaje por su viaje de cincuenta entrevistas. Resguardó con voz propia el valor de los géneros literarios, a la vez que agrupó a los ocho maestros: Liliana Heker, Abelardo Castillo, Alberto Laiseca, Hebe Uhart, María Esther Gilio, Alicia Steimberg, Leila Guerriero, Mario Levrero. No se trata de un libro más, no es crítica, no es artificio, no es crónica. No es la primera vez que escribe sobre la escritura en acción, en artesanía (Las clases de Hebe Uhart, Blatt & Ríos). Tal vez, este compendie áreas en un ejemplar que “escribe la escritura” argentina de forma excelsa: narra, entrevista, ficcionaliza, recopila las voces dándole a cada capítulo el estilo propio de su maestro. Pero también encarna entre sus páginas cómo el dolor, el amor y más pasiones atraviesan la escritura sin excepción.
En la mesa de trabajo, entrevistaron a Villanueva acerca de los motivos y las formas del oficio de escribir, la identidad, entre muchos intereses del camino de la escritura, las escritoras integrantes del taller con obras en proceso de creación: Valeria Pujol Buch, Melina Martire, Marcela Judith González y Beatriz Alderete, bajo la coordinación de Juliana Corbelli.
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Los fragmentos elegidos fueron trabajados de modo colectivo y se eligieron ciertos extractos que dan cuenta de su paso por cada taller, un hogar a donde refugiarse cuando el estado de escritura habita cada escritor y escritora. Se recortaron las respuestas de Villanueva, dividiendo los pasajes magistrales con título y en ocasiones se transcribieron las partes narrativas, después de haber procesado su libro como texto modelo y haciendo de esta nota un cruce de caminos al modo en que ella lo propone.
Escribir es como revivir
-El tema del grabador: en muchos casos hacés referencia a que lo usás y otras veces tomás el recurso del «grabador biológico».
-Tengo un método que desarrollé: pongo frase sobre frase sobre frase. El ejemplo más extremo del libro es (Alberto) Laiseca. Estaba en un momento muy difícil, lúcido pero en un geriátrico y no tenía ganas de nada. De la entrevista no agregué nada. Si él me habla del realismo delirante unas cincuenta veces, las escribo todas, las meto en una especie de máquina de escritura y tomo la mejor. Sacás lo mejor del entrevistado, dejando en claro que es un extracto de otras fuentes. Es mucho trabajo que sirve para un libro. Por ahora lo llamo «realidad construida». Uno de los problemas del periodismo actual es que el periodista desgraba y lo deja así.
-Llegaste hablando de los viajes. Hay entrevistas en las que te referiste a tu vida nómade, tu formación como niña nómade. ¿Tu escritura sobre los Maestros puede considerarse una escritura nómade de tu propia escritura?
-Yo lo llamaría «escape» de mis propios temas. Hay temas muy dolorosos de los que uno no quiere hablar. Escribir es como revivir, cuando trabajás desde la realidad. Por un lado, puede ser muy liberador. Me ha pasado en talleres haber escrito cosas que me sucedieron de chica, cuando tendría unos cuatro o cinco años. Mi papá falsificó un documento de identidad. Yo sé cuándo nací, pero durante la primaria tenía menos edad. En ese momento me secuestraron. Ahora lo puedo escribir porque ya lo hice para el taller de Hebe Uhart. Cuando lo leí en clase, sentí: «Ya no me duele». Y me sirvió a mí. Escribir desde la voz del otro como fugarse. «Nómade» fue inventado por Hebe Uhart porque no sabía cómo definirlo pero, en realidad, es un nomadismo un poco forzado porque no es elegido.
Enseñar a escribir es como amar, no se puede ser tacaño, tenés que tener un grado muy grande de generosidad
-Decís que Alicia Steimberg no formó escritores. ¿Por qué elegiste ponerla dentro de los Maestros?
-Quería poner un ejemplo que no fuera ideal. Si mostrás siempre lo divino, la realidad tiene de todo. Y cuando vas a talleres también tenés malas experiencias. A mí no me sirvió. Sin embargo, cuando se ponía las pilas, sacaba una clase excelente. Tenía mucho para dar, pero no era generosa y para la enseñanza tenés que tener un grado muy grande de generosidad. Helvecia Pérez, la uruguaya, lo define: «Es como en el amor, no se puede ser tacaño». Ella no era tacaña, pero no daba todo lo que podía. A mí no me sirve hacer un ejercicio mirando las chapas de los autos en la ruta.
-En tu libro se plantea que el origen de los talleres en el Río de la Plata tuvo lugar en la última dictadura militar como espacios de libertad. Hoy hablan de un «boom» de talleres, hay «pequeños» maestros y una necesidad de expresión absoluta. ¿Cómo lo pensás?
-Son muchas cosas. No es mi teoría sino lo que fui preguntando y armando. De chica, me acuerdo de haberlo vivido. A los hombres que llevaban barba los paraban en la calle. Y no se podían hacer reuniones en espacios públicos en cafés, en la calle. Investigando, llegué a algo anterior a la dictadura. En el Estado de sitio había limitaciones a la libertad de reunión. Liliana Heker me hablaba del Café de los Angelitos y del Café Tortoni. Discutían la propiedad de un adjetivo o si usaban un verbo u otro. Venía la policía o los paramilitares y los llevaban, esto también en la época de Isabel Perón. Yo sabía que había una prohibición en el espacio público porque mi prima era periodista del diario El Sol, en Quilmes, y tuvo que hacer una nota a cuarenta hippies en la casa familiar. Las limitaciones al derecho de libertad de reunión fueron variando. El decreto es de principios de siglo XX, pero no lo encontré exactamente.
El personaje lleva al lector de la mano, mientras genera la trama
Hebe (Uhart) dice que las tramas abstractas generan cuentos abstractos. El personaje es el que lleva al lector de la mano y así se va generando la trama. Ella siguió pensando esto y dijo que no considera un texto perfecto como perfectamente escrito, sino que la conmueva. Es fantástico, al final de cuentas, qué es la buena literatura, escritura.
Si Tolstoi dice que todas las familias felices son iguales y todas las familias infelices son diferentes, de alguna manera toca porque uno tiene cierta infelicidad en la propia familia. Entonces, puedo tener un tema mío para trabajar. Más allá de que trabajar los personajes lleva a una literatura que emociona.
-¿Y para ir a tu propia voz?
-No sé cómo se hace. Es una búsqueda. Además creo que tiene que ver con diferentes cuestiones. Una, la elección de la primera, segunda o tercera persona; si cuento mi infancia: ¿a quién la cuento? Mi hijo me pide que le hable de Leo, mi hermano muerto. Entonces me pregunto: ¿se la cuento a él? Porque está el pacto ficcional. Yo no digo que estoy rechazando la ficción, pero sí soy escéptica de esa tercera persona. Creo que la pregunta debe continuar porque no hay una sola manera de llegar a la propia voz.
-Es imposible no imaginar cómo entrabas a los talleres, te sentabas y el lugar que ocupabas.
-Eso es ficción, más allá de que haya ocurrido. Esa es mi voz. De repente ocurrió todo lo que cuento, pero en algún momento cerré la puerta de mi casa y me puse a escribir, a reconstruir. No fue tan fácil, tardé dos años. Es muy relativo porque es la realidad. Estamos sentadas acá, alrededor de esta mesa y allá (señala afuera: vista desde la ventana de un balcón) quizás está pasando algo. La realidad no existe. O existe de una manera con infinidad de variaciones.
Soy incapaz de crear realidad porque es desaprovecharla
-¿Por dónde circulan tus proyectos ahora?
-Por la voz propia (risas). Hay una crónica con la que me siento muy cómoda, «El último día en Varsovia», en una antología de Blatt & Ríos (Cuaderno nuevo). Quisiera volver a esa persona que está casi por encima de las cosas, un poco perdida en el mundo. Pero no puedo porque estoy contando mi infancia. Eso es lo que no me gusta. Decir “mi infancia”, cuando uno no es dueño ni de nuestro propio nombre. Hay otra cosa que tiene que ver con los tiempos. Me pasa a mí y a otros como a Hebe (Uhart). Desde hace muchos años trabaja la crónica, pero fue dejando el cuento. Ella es una maestra, pero hay algo en sus cuentos que no hay en sus crónicas. Y es un trabajo con el tiempo. Cuando leo un cuento suyo o una de esas novelas cortas, me maravilla que desde antes del punto hayan pasado dos años. El tiempo está metido ahí en la frase. Como cronista uno tiene cierta linealidad que hay que respetar. Y eso puede ser contraproducente porque el recuerdo no es lineal, es fragmentario. La infancia no es poética, y tampoco somos protagonistas. También lo hablamos con Hebe en los talleres: hay un momento en que uno está como metido en la infancia. Porque el espacio y el tiempo es algo muy amplio y fluido, uno tiene todo el tiempo. Cuando sos chico sos eterno. Creo que hay que trabajar eso: preguntarse. Cuál es la primera frase y por dónde la abordo. El fallo de pensar que tiene que ser descriptiva como dice Alicia Steimberg. Por un lado, tiene razón, pero por el otro si yo me pongo a describir, termino con Proust.
-Es como forzar el material en función de la forma.
-Totalmente. Creo que también es ignorancia al material que uno tiene que es la realidad. La realidad es tan rica que la otra vez una editora me dijo “cómo me gustaría que escribieras ficción”. Y le mostré mi libro. “Yo soy ficción”. Todo lo que hablamos es ficción. Es tan difícil contar un momento de sinceridad. Cuántas parejas viven su vida en una ficción. O sus padres con sus hijos. Meterse en las fisuras de la realidad puede ser más interesante que inventar. Mi imaginación no da para todas las cosas que me pasan. Siempre cuento esta historia y se las cuento a ustedes que no la saben. Me pasó viniendo de Montevideo. Entré última al barco, en el último asiento. Había un chico joven, alemán. Nos pusimos a hablar en alemán, se me puso a contar una historia. Cuando era chico soñó con el estadio Centenario. “Yo iba a la escuela, me despierto a la mañana, y le digo a mi mamá: ¿Wo ist Montevideo?’ Ahora tengo 24 años, mi novia se quedó embarazada y es la única oportunidad que tengo. Y me fui a Montevideo”. Del otro lado, había tres rusos que habían entrado más o menos sobrios al barco. Después de que abrió el Freeshop empezaron a tomar whisky, vodka. Cuando ya había pasado una hora de viaje, me dijo: “Hello, beatiful woman” (risas). Y yo le empecé a hablar en ruso. A los cinco minutos me pidió casamiento. Yo le respondí en su idioma algo como “No sé qué va a decir tu mujer al respecto”. El alemán me miraba porque yo estaba hablando ruso. Mientras el otro me mostraba la foto de su mujer y me decía: “Está un poco gorda, ¿verdad? Era tan linda”. Después vino la traductora del ruso a hablarme con un español perfecto y me quedé charlando con ella. ¿Cómo invento yo algo así? Tengo tres novelitas: el cuento del chico alemán, el tipo que me ofrece matrimonio, y yo enamoradísima con todas las mariposas. Soy incapaz de crear realidad porque es desaprovecharla.
-Antes de que llegaras conversábamos y pensábamos que el taller funciona para poder armar el relato colectivo con las devoluciones que te hace el otro. La historia te excede, toma vuelo propio. La riqueza que pueden tener los talleres en ese sentido es que son un espacio que permite armar una historia más grande que uno.
-Te sirve en un momento, en una etapa. En los últimos años a mí me fue contraproducente. La escritura es soledad, uno escribe en soledad, vas al taller y la lectura, la crítica, la corrección pueden ser colectiva y es muy positivo. Una cosa que no hay en el libro pero la repito a cada rato porque lo descubrí después del libro, es que cuando me preguntan qué tienen de bueno los talleres, pienso que el taller es el lugar donde encontrás a tus primeros lectores. Tan simple como eso. Más allá de que después sigas escribiendo. Es la mirada del otro.
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