Ante las políticas que prometían bonanzas en un futuro lejano, John Maynard Keynes, justo él, replicó hace justo un siglo: “En el largo plazo todos estaremos muertos”. Tal vez en su afán obsesivo por oponerse al británico, Javier Milei regurgita cifras estridentes y cuentas disparatadas, intenta confundir con tercios y otros porcentajes incomprobables, como si su costumbre de hacer copypage hubiera contaminado a su incontinencia verbal.
Pero maneja el destino de 45 millones y juega con cosas que no tienen remedio. Es el espejo exagerado de su casta, empapada del axioma goebbeliano de “mentir que algo queda”. A Macri, hasta su propia madre, impensada K, lo azotaba (¿se le habrá ido la mano?) por su vicio de falsear la realidad. La ministra Pato, quien tras una campaña que no la rejuveneció, cada vez muestra más dificultad para articular frases. Otra de sus ministras, Pettovello, le reclamó a cada uno de los integrantes de su equipo la absoluta convicción de que su acción estaría determinada por “las fuerzas del cielo”. No es broma ni ironía.
Mesianismo en simbiosis con enajenación o delirio monárquico. No corresponde descarrilar (como otro periodista) y hacer diagnósticos de demencia a distancia. Aunque el propio presidente acaba de darle la bienvenida oficialmente de ese modo místico a Espert, un ex aliado, luego ex adversario, ahora de nuevo coligado, todo en horas, lo que derrumba cualquier signo de credibilidad. En la complicidad, nada importa. Como la desbordante arrogancia tilinga, desafiante, de Bertie Benegas Lynch hablando de la gente que “come de la basura”.
Es verdad, Milei anticipó en campaña buena parte de lo que haría. Allá, los que no le creían e igual optaron por él. Allá, los que compraron la peor foto de sus flagrantes contradicciones y por eso lo votaron, elevándose a su repulsivo nivel de maldad, individualismo, locura, autoritarismo y violencia. Acá, la resistencia.
Resistencia a las múltiples tragedias que provoca este gobierno. Por caso, a la naturalización de la mentira, a decir cualquier cosa como si todo valiera lo mismo, a la degradación de la inteligencia y el respeto al pensamiento ajeno. Se mueven con desprecio, con odio. Otro robo que perpetraron, la añorada máxima peronista: “A los enemigos, ni justicia”.
Ellos sí volvieron igual, pero peor. Asumido Macri, González Fraga dijo sin pudor: “Creyeron que un empleado medio podía comprarse celulares”. Lo imita ahora, burdo, Guillermo Marul: “Debemos generar la costumbre de que va a costar andar en auto. Era muy barato y todos querían ir en auto”.
Otro metamensaje: “Los 500 echados de Radio Nacional son todos K”. Una perla que surgió esta semana, con vergonzosa y antigua pátina gorila que la grieta alimenta, aplicada a todo trabajador estatal: para ellos, tienen la merecida condena de convertirse en pobres o, mejor, en indigentes.
Es una batalla cultural perdida, por el momento, por las clases populares, que acaba en el concepto de libertad, también saqueado por la derecha y su extraordinaria destreza para las construcciones mentirosas. Son genios del mal: la libertad es la de los empresarios negreros y no la de los trabajadores en negro; la de los formadores de precio y no la de los consumidores; la de los importadores a costa de la industria nacional; la de los apellidos que firman cada una de las transformaciones… (Sigue la lista merece varias páginas).
La de estos mentirosos que dicen querer convertir a la Argentina en Irlanda, omitiendo o falseando la historia de ese pueblo que ama con fruición a su tierra, que carga con un heroico bagaje de luchas por la nacionalidad, que se desvive aún hoy ante los opresores imperiales. Y que lo hace por su libertad. «