“Somos nosotros en situación de calle”
Gabriel Sodikman
Un pensador aristocrático como Theodor Adorno decía que la televisión es un mundo de enanos, en ese sentido, las redes sociales representan un grado más de empequeñecimiento de las vidas. Pero, sobre todo, a esos personajitos pixelados, escondidos detrás de un pseudónimo, a su vez, detrás de una pantalla, a esos espíritus resentidos sin cuerpo les falta calle… les falta vida.
Sin la necesidad de romantizar la vida cruel de la calle, sin la nostalgia bohemia por los linyeras filósofos que, de Bepo Ghezzi a Diógenes trazan una historia de vidas alternativas, es posible afirmar que la experiencia quebradiza de nuestras y nuestros amigos callejeros entraña una intensidad y una densidad, incluso una cercanía a lo que significa vivir ajena a nuestra comodidad culpable y aburguesada.
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Esa es la paradoja: reconocer lo más vital de los “brutti, sporchi e cattivi” (feos, sucios y malos), sin pedir en ellos un ápice de moralidad, y desearles y luchar para que puedan vivir más amablemente. No se trata de una forma de amor al prójimo que se contrapone al odio prefabricado de un par de intendentes de morondanga y sus séquitos, sino de una imagen de la vida en común, es decir, de que todos podamos vivir más amablemente. Primer punto en el que no hay “ellos y nosotros”.
No podríamos desde nuestra vida más o menos resuelta hacer una especie de apología de la vida en la calle… pero vivir en la calle no es moco de pavo. Tampoco es un mérito, justamente, no se trata de eso. ¡Qué triste justificar la propia existencia por el mérito! El problema es otro: qué hacemos con lo que nos toca. Cómo nos movemos en una situación imprevista, qué mirada nos inventamos, de qué máscara somos capaces, de dónde sacamos el coraje, cómo nos llevamos con nuestra fragilidad. Se llama vida y no se puede merecer. Hay una ética posible ahí…
En Arte Sin Techo aprendimos algunas cosas. Gracias al descaro de Felicitas Luisi, su fundadora, que no cedía a lugares comunes de esos que brotan a borbotones en el universo asistencial, nuestro trabajo no diferenciaba “ellos” y “nosotros”, sino que todo lo confundía en un mismo deseo de quién sabe qué cosa. El deseo nunca es claro ni teledirigido, sino que es, por excelencia, algo que nos pasa. Entonces, la apuesta de Arte Sin Techo, consistía en investigar ese deseo compartido por una tallerista, un músico, una trabajadora social, un flaco que dormía en la calle, un psicoanalista, un hombre que rebotaba de iglesia en iglesia, una mujer externada del Borda, una trans que soñaba con ser ama de casa, un busca encantador de serpientes, y así.
¿Gente buena y pobrecita? Seguro que no. ¿Por qué habríamos de negarle a quien experimenta semejante periplo los dobleces que nos callamos para con nosotros mismos? En el fondo, no hay nada más pueril que querer ser “mejor persona” y no hay nada más canalla que pedirle a alguien que vive en la calle que se vuelva el mejor burgués posible. Nuestras amigas y amigos de la calle dieron la vuelta, apenas como máscara aceptan semejantes cometidos, su cinismo es más fino que el nuestro y sus jugadas movilizan fuerzas que en nosotros no se manifiestan. Por eso decíamos que es incomparable la experiencia de cualquiera que vive en la calle con vidas apagadas, grises, pusilánimes como la mayoría de las personas que quieren “limpieza” y se dejan interpelar por los pelafustanes del momento. Somos nosotros en situación de calle… otro aspecto en el que se desdibuja la distancia entre “ellos y nosotros”.
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Organizaciones como No Tan Distintes o Yo No Fui dejan ver hasta qué punto desde el dolor más profundo –generado por la insensatez de esa señora insulsa que llamamos “sociedad”– se puede engendrar el deseo de una vida amable. Entre la cárcel y la calle, entre la disidencia de género y la maldita economía, hay personas que ensayan entre márgenes muy estrechos, que inventan cuando pueden, que resisten, que piensan, que fabrican libros, remeras y formas de convivencia. ¿Es necesario comparar esa vitalidad con la pereza existencial de quienes ahora también se la agarran con quienes viven en la calle?
Además, esa violencia no es neutra ni inocua, sino funcional a lo más rancio de una ciudad hipócrita, aspiracional y, finalmente, mediocre. Para decirlo con ‘charm’, una ciudad con presupuesto de Barcelona y villas de Río de Janeiro. Negociados inmobiliarios, campañas demagógicas de “mano dura”, estructura parapolicial (como fue en su momento la UCEP y hoy ni siquiera sigla), la policía con más denuncias de violencia institucional en un país en el que la policía es corrupta y asesina. ¿Realmente los habitantes de semejante ignominia piden más policía?
¿Seríamos capaces de vivir en la calle? Es una buena pregunta que, para algunos, sólo resultaría tolerable como juego de sobremesa. ¿Seríamos capaces de arreglárnosla? ¿Aprenderíamos códigos y subterfugios? ¿Enhebraríamos la mejor estrategia posible? ¿Tendríamos el coraje de afrontar una pelea, un robo, una ocupación? ¿Podríamos dormir y hasta soñar?[1] ¿Seríamos capaces de amar, de ilusionarnos en vano? ¿Llegaría el momento en que estuviéramos en condiciones de salir?
No lo sabemos. Quienes acompañamos un tramo de esas vidas con un tramo de nuestras vidas, quienes llevamos en nuestros cuerpos algo de esa desolación y también la llegada de unos cuántos soles, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ni los políticos que juegan con veneno, ni los policías que se prestan como perros de presa, ni los comunicadores cómplices, ni mucho menos los que se babean tras una pantalla aguantarían. Pues la vida real les provoca alergia, un miedo mal llevado, un odio poco elaborado, el deseo inconfesable de querer salvarse a sí mismos y sólo a sí mismos. Ustedes –eso que les pasa– son la lacra de nuestro tiempo. No un chango o una flaca de la calle. Y al resto nos cabe asumir esta agresión que se hunde como una herida de guerra sobre nuestras buenas consciencias. Nos cabe organizarnos mejor, fortalecer nuestras redes y advertirles que todos estos improperios y toda esta violencia no será gratis, que tomamos nota y que no olvidamos. No vayan a sorprenderse de nuestro propio principio de crueldad.[2]
[1] Es muy recomendable, al respecto, la película Sueños, de Marcos Martínez (2022).
[2] https://www.tiempoar.com.ar/ta_article/arenga-donde-esta-nuestro-principio-de-crueldad/