El presidente Mauricio Macri anunció que repatriará la fortuna que posee en Bahamas comprando bonos argentinos. La operación es casi calcada a la que hoy tiene contra las cuerdas al clan Báez: fugar dinero a través de empresas y paraísos offshore, reciclarlo en el circuito financiero y traerlo al país comprando títulos con jugosos beneficios económicos y fiscales.
Los partidarios del presidente dirán que la diferencia entre Macri y Báez radica en el origen de los fondos. Lázaro la hizo con negociados en la obra pública, argumentarán los fans PRO. Cierto. ¿Pero acaso no fue la obra pública la que también alumbró la fortuna del clan Macri, con negocios tan sospechosos y escandalosos como los que ahora involucran al empresario K? Con un detalle adicional: la fortuna personal de Mauricio está directamente ligada al negocio familiar porque, como los hijos de Báez, fue parte activa de las empresas de su papá. De hecho, ese fue su único empleo antes de emprender la carrera política que lo depositó en el sillón presidencial.
La comparación no busca, claro, exculpar a Lázaro de sus eventuales delitos. Tampoco a papá Franco. O a Mauricio. El espejo sirve para establecer un hecho mucho más grave aun: Macri, como Báez, son piezas visibles de un sistema de corruptela, fuga, evasión y blanqueo que está arraigado y activo en el empresariado nacional.
Si algún día la famiglia judicial se animara a trabajar en serio, el desfile de empresarios por tribunales sería masivo. Pueden descansar tranquilos. Nada indica que eso vaya a pasar. «