El sábado 31 de mayo de 2003, Victoriano Arenas le ganó 2-0 a Juventud Unida en Valentín Alsina por la ida de los cuartos de final del Reducido de la Primera D, quinta y última categoría del fútbol argentino. El segundo gol, a los 20 minutos del complemento, lo había marcado Darío Dubois. En el aire de “Ascenso 950”, por Radio Belgrano, denunció: “El presidente de Juventud Unida nos ofreció plata para perder, para que ellos ganen y para que él entre en una reelección de San Miguel. Rata inmunda, jugamos gratis, igual queremos ganar y nos ofrecen plata. No la vamos a recibir… Pero es un político, ¿qué se puede esperar? Si me ponés para ganar la agarro, pero si me ponés para perder, te la tiro en la cara”. Juan José Castro era entonces el presidente de Juventud Unida y el vice de la D. Hoy es el presidente del Partido Justicialista de San Miguel y el vice del Consejo Deliberante del municipio. En 1998, cuando jugaba en Midland, Dubois había llamado la atención del gran público: jugó 14 partidos con la cara pintada de blanco y negro, como un Kiss, como King Diamond, hasta que la AFA lo vetó. “Este muchacho es mal ejemplo”, les dijo Julio Grondona a los árbitros.
Detrás del clásico maquillaje corpse paint (“pintura de cadáver”) del black metal, había una persona de voz suave. Solidaria. Y, al mismo tiempo, un alterador del orden establecido, también en el fútbol. “Yo salía con una travesti, que tenía un montón de pinturas -contó años más tarde-. Sé que esto molesta porque el fútbol es muy fascista: pelito corto, bien empilchaditos, y yo soy metalero, croto, con cadenas y tachas, pero yo digo la verdad”. Sí: Dubois no mentía.
Justiciero de los futbolistas trabajadores del Ascenso, defensor central de fuerte cabezazo en ambas áreas, Dubois penduló entre la Primera C y la D entre 1994 y 2004: 146 partidos y 13 goles entre Yupanqui, Lugano, Midland, Riestra, Laferrere, Cañuelas y Victoriano Arenas. En 1995, ante el olvido de una cinta aisladora negra, simuló persignarse -era ateo- y se embarró las manos para taparse luego la publicidad en la camiseta de Lugano de una empresa que había prometido pagarles 40 pesos por partido ganado y adeudaba ya tres triunfos. En 2001, de vuelta en Midland, expulsado por primera y única vez, al árbitro se le cayeron, al sacar la tarjeta del bolsillo, 500 pesos, una fortuna para la época: los agarró, corrió al vestuario, lo persiguieron y, después de que el partido se interrumpiera, los devolvió. “Si no, me daban 20 fechas, no jugaba nunca más”. En 1998, cuando las caras pintadas traspasaron el fútbol de Ascenso, Dubois le había dicho a Olé: “No me gusta jugar. Lo hago porque es muy competitivo y me entreno mucho. No como carne roja, no fumo, no tomo alcohol ni drogas. Nunca lo hice. Además, la poca plata que gano me ayuda. Mi posición económica es desastrosa”. Vivía en uno de los monoblocks de Ciudad Evita. Vendía sahumerios en el tren Belgrano Sur y trabajaba por las noches de sonidista en salones de La Matanza.
Adrián Sánchez, 25 años, hizo inferiores en Boca. ExCerro Largo de Uruguay y Curicó Unido y Everton de Chile, mediocampista central defensivo, juega ahora en Atlético Tucumán. Es el sobrino de Dubois, hijo de Alejandra Ana, hermana de la vida. Su tío, quien de chico lo llevaba a las canchas para que lo viera jugar, lo acompaña en los partidos con retratos en las canilleras. Era su ídolo. Quiso ser futbolista por él. Después de mudarse de Ciudad Evita a Don Torcuato, Sánchez empezó a jugar al baby fútbol: “Ya se estaba poniendo la cosa brava. Él me dejó el legado de la constancia y el esfuerzo. Siempre se cuidaba. Su principal virtud era el profesionalismo. Tenía razón cuando hablaba de hipocresía y gente chorra. Me siento muy de acuerdo, pero por cómo estamos hoy hay que decirlas sutilmente porque puede ser perjudicial para tu club o para vos. En el juego, tengo su garra, es lo que me marcó mucho. Hay partidos en los que lo pienso mucho”. Cuando Sánchez entró a Boca a los ocho años, en 2008, su tío estaba internado en el hospital Paroissien de Isidro Casanova. Le habían disparado en la pierna y en el estómago. Llegó a enterarse de que su sobrino había quedado en Boca. Reaccionó: “¡Nooo, que no vaya!”. Su pasión era la música: tocaba el bajo en la banda Tributo Rock, que había formado con exjugadores del Ascenso. También en ¡Corré, guachín!, de cumbia.
Dubois murió el 17 de marzo de 2008, diez días más tarde de los disparos en la madrugada cuando regresaba a su casa después de darle música a una fiesta. Aunque se adujo un robo, aún hoy muchos coinciden en que había ayudado a una víctima de un poderoso de Laferrere. Venganza. En 2005 había sufrido la rotura de ligamentos cruzados de una rodilla: le había iniciado juicio a Victoriano Arenas porque no se había hecho cargo de la operación. Quería jugar hasta los 40 años. Tenía 37. “Para la A no existo; para la B Nacional, no doy; en la Primera B soy buen jugador; en la C, muy bueno; y en la D, soy el mejor”, se definía. Y citaba al Che Guevara: “Dentro de la cancha también tengo conciencia política”.
Futbolista de culto, santo patrono del Ascenso, una banda de música experimental lo homenajea: Darío Dubois Dúo (DDD). Caricatura, mural, remera, muñequito de la torta de Peter Capusotto y sus videos, pintura al óleo del suizo David Diehl. Su historia traspasó las fronteras locales, hasta France Football, la revista que entrega el Balón de Oro. “Balada para un loco”, lo recordó con cariño Walter Marini, amigo y periodista, en El Furgón. “Decime la verdad: ¿a quién le puede interesar lo que diga el 6 de Yupanqui?”, le dijo Dubois a Marini cuando se conocieron en 1996.
En octubre de 2023, Piero Napoli musicalizó la PogoFest en el Club Cultural Matienzo de Villa Crespo. Noche de disfraces. Y de rock. Desde el escenario, Napoli vio a un chico disfrazado y creyó que alucinaba, que no, no podía ser. Cuando terminó la fiesta, bajó a buscarlo. “Vos te disfrazaste de…”. El chico lo interrumpió: “¡Sí, de Darío Dubois! Era mi viejo”. Matías no mentía. Como su padre, cuando se pintó la cara para salir a jugar a la pelota, para plantarse: “Me da polenta: te pintás y salís a guerrear a los rivales. Mis compañeros se cagan de la risa, pero los rivales se asustan. Soy un payaso que se pinta la cara, pero que se mata por la camiseta”.