Gustavo Castaing trabajaba de fotógrafo en Clarín. Hoy vive en San Martín de los Andes. Esa noche estaba de guardia en el diario. Fue el primero en registrar lo que pasaba en el boliche de Once: «Todo era una locura, no se podía ser sutil».

«La primera foto que saqué fue los chicos que sacaban a otros chicos. Generó mucha violencia. Decidí que no era buena idea hacer mi trabajo como cualquiera otra vez, me pareció más importante no llamar la atención. No haciéndome notar».

“Era un mar de gente impresionante. Me quedé contra una pared, apoyadito, y empecé a sacar las fotos. (En relación a la imagen de muertos en el piso) Este tipo de fotos no me gustan, no aportan a quien las ve. Si la gente se acostumbra a esto, se endurece”.

«Muchas de las cosas que pasaron las recuerdo a través de las fotos. A medida que pasa el tiempo los recuerdos son más borrosos. Para mí Cromañón fue un relámpago. Me replanteó muchas cosas de la profesión. Cuál es el límite, hasta dónde sirve. La imagen siempre es muy directa, muy cruda. No se puede cambiar».