Desde 1789, religiosamente, cuando aún no existían los partidos demócrata y republicano, los norteamericanos van cada cuatro años a votar a su presidente. Religiosamente, también, el día de la elección es el primer martes de noviembre, siempre que ese martes no sea el primer día del mes. Esta vez de 2024 les toca el 2 de noviembre. Después de 235 años, dentro de once meses volverán a votar sin poder exhibir siquiera un atisbo de cambio en su anquilosada estructura partidaria, donde desde siempre reina el bipartidismo –demócratas y republicanos–, con partidos que cada vez se parecen más entre sí y muestran sin tapujos la ausencia de un debate nacional que permita aflorar nuevas opciones.

Esta vez la disputa –más de lo mismo, según delatan las encuestas más prestigiosas– será entre el anciano y neurológicamente deteriorado Joe Biden, que irá por la reelección, y el expresidente Donald Trump, agobiado por una serie de causas judiciales que, sin embargo, todos dicen que acabarán en la nada. Los datos sobre el descreimiento ciudadano son tan evidentes en los sondeos, que se puede asegurar que el bipartidismo cumplirá como nunca un papel amortiguador. No habrá sorpresas por la aparición de una nueva figura o un nuevo partido, simplemente porque desde 1828 (los demócratas) y 1854 (los republicanos) han estado atentos a ajustar la mordaza para impedir el surgimiento de figuras alternativas, como el senador Bernie Sanders, un independiente que se define como socialista.

Según el análisis de los principales medios, Biden ve caer las acciones a medida que insiste con su política belicista en Ucrania y Medio Oriente y descuida prioridades de los jóvenes y las mujeres. Toman como base los resultados de las principales mediciones de opinión y, en especial, la de Bloomberg/Morning Consult, que constató que el 58% de los votantes de importantes estados de la Unión tienen «una percepción negativa de Biden» y creen que Trump podría manejar mejor lo relativo a la economía. El sondeo halló que si se votara hoy. el 47% del electorado de Arizona, Georgia, Nevada, Pensilvania, Wisconsin, Michigan y Carolina del Note lo haría por Trump, mientras el 42% lo haría por Biden. Esta es la primera vez que el presidente aparece perdiendo en esos distritos. Cayendo allí no puede soñar con la reelección.

En general, los medios y las encuestadoras han optado por no profundizar sobre asuntos tan delicados como la salud mental de Biden, que repetidamente da muestras de tener cada vez más desequilibrios que harían aconsejable que abdicara de su capricho de pelear por la reelección. En cambio, no han tenido reparos a la hora de hablar y escribir sobre las causas judiciales que tienen a Trump en el centro de acusaciones que van desde golpismo hasta sobornos y actos de corrupción sexual.

Los principales líderes demócratas de ambas cámaras legislativas, a los que no agradan las apetencias reeleccionistas de Biden, de todas maneras mantienen fidelidad al presidente y tampoco hablan de sus crisis neurológicas. Dicen que las encuestas sobre una elección tan lejana no tienen valor, pero no pueden evitar la opinión de muchos de sus pares, que hablaron de rendición y entrega de los principios cuando se supo hasta dónde Biden estaba dispuesto a ceder para que los republicanos le votaran en el Congreso un fenomenal aumento de las partidas bélicas para Ucrania e Israel. Eran 106 mil millones de dólares que los republicanos negaron, pese a que el presidente llegó a ofrecerles hasta la revisión de la histórica posición demócrata ante el exilio, los migrantes y los perseguidos políticos.

Repitiendo una imagen que campea cada vez con más frecuencia en aquellas sociedades hartas de escuchar cíclicamente el mismo discurso de los partidos dominantes, y permeables a las campañas de desprestigio de la actividad política, los norteamericanos están dominados por el descreimiento. Mientras dos semanas atrás una encuesta de la agencia Associated Press señalaba que una clara mayoría estaría desilusionada y en actitud negativa si Biden y Trump, como todo lo indica, terminaran siendo en noviembre 2024 los presidenciables de sus respectivos partidos, y sería proclive a tomar caminos reñidos con los usos democráticos. «Rechazan –dice el sondeo de la AP– una repetición de la elección entre las dos mismas opciones de 2020».

Al entrar en ese rechazo genérico a la actividad política habría que ver qué camino toman los jóvenes de entre 18 y 34 años, un grupo etario que ha sido históricamente clave para el partido demócrata. Del análisis de la encuesta, y del resultado de la consulta ordenada por Bloomberg/Morning Consult, surge que empieza a verse un todavía tímido pero persistente corrimiento hacia la ultraderecha. A esos jóvenes no les entusiasma la oferta de Biden –»no le creen»– de condonar las deudas estudiantiles. Tienen trabajo pero no están conformes. Entre ellos predomina la crítica a la obcecada y costosa aventura guerrera en Ucrania, a la que se agrega desde octubre pasado un reforzamiento sin límites de la asistencia militar –armamento y pertrechos– a Israel, el gran socio de Medio Oriente. Pese a que la tendencia es clara, Biden insiste con su política guerrera que, esta vez, los norteamericanos rechazan.