Su nombre de origen es Voria Stefanovsky, pero en sus documentos figura como Ana Paula Castelo Branco Soria. Entre sus pérdidas se contabiliza la de su apellido gitano. Su tesis doctoral sobre literatura romaní e identidad gitana fue considerada la mejor de 2016 de la Universidad de Brasilia. Vive en Brasil y está de paso por Buenos Aires, ciudad a la que la trajo una historia de amor que lleva ya muchos años.
-Vos sos la primera mujer gitana en haber obtenido un doctorado en América Latina. ¿No es así?
-Sí, en este momento estoy haciendo la revisión de mi tesis de doctorado para convertirla en un libro. Está traducida al castellano porque estoy buscando un editor que quiera publicarla aquí. Por otra parte, estoy terminando una novela en la que hablo de la mujer gitana desde mi experiencia personal para que desde allí se puedan ver las dificultades y los retos que afrontamos, para que se pueda conocer algo más de esa cultura desde una mirada femenina, porque las mujeres gitanas estamos muy silenciadas.
-¿Más silenciadas que las mujeres de otras comunidades o de la sociedad envolvente?
-Sí. Las mujeres, en general, sufrimos una discriminación por género, pero la mujer gitana está discriminada también por cultura y por etnia. La cultura gitana es muy patriarcal y muy machista. En el resto de la sociedad hay una mirada crítica sobre ese machismo, pero dentro de la comunidad gitana no la hay, hay un machismo asumido y se piensa que está bien que sea así. Es algo que es parte de la cultura, es algo que se espera que sea así, está naturalizado. Dado que se considera algo natural, muchas mujeres piensan que no tienen por qué criticarlo. Por eso digo que las mujeres gitanas están más silenciadas. Por otro lado, está la subalternización por etnia, la discriminación por el prejuicio del otro. Por eso, estamos tres veces silenciadas. Se piensa que estamos en el mundo para adivinar la suerte, para vender cositas en la calle, pero la mujer gitana tiene mucho más para hacer y para decir.
-Sé que no te ha sido fácil estudiar. ¿Cómo fue tu historia?
-Crecí en un circo internacional, un circo de mi familia. Todos trabajábamos en él.
-¿Vos qué hacías?
-Era payasita, también hacía malabares y bailaba. Hacía las cosas más graciosas, lo que puede hacer un niño. Como payasa era muy chistosa, me gustaba contar historias. Además, en la entrada del circo vendía flores. Recuerdo que para mí cada flor era una muñeca. Le ponía un nombre a cada rosa e imaginaba cuál iba a salir e inventaba una historia para cada una. Mi padre se dedicaba a la administración del circo, también era músico y, además, domador de animales. Mi madre no trabajaba en el circo, pero sí mis tres hermanos y mi hermana. Todos hacían cosas de chicos, ayudaban a los otros payasos y mi hermano aprendió a hacer equilibrio sobre el caballo. A medida que crecíamos íbamos aprendiendo nuevas cosas.
-¿Qué edad tenías cuando trabajabas en el circo?
-En una primera etapa trabajé desde chiquita hasta los diez años. Luego, en una segunda etapa, de los 12 a los 15, pero ahí ya trabajaba menos porque comencé a estudiar.
-¿Por dónde andaba el circo?
-Por América y también por Europa.
-¿De dónde proviene tu familia?
-Mis ancestros vienen de Rusia y el grupo sinto, que es el que más gente perdió durante el Holocausto, está en la frontera entre Italia y Alemania. El grupo se achicó porque muchos fueron exterminados, por eso hubo casamientos con otros grupos para que aumentara el número. Lo habitual es que la mujer que se casa siga a la familia del marido, pero en ese momento se acordó que el marido no pagara la dote correspondiente para que se quedara en la familia de la novia y, de esa forma, el grupo se agrandara. Recuerdo que mi bisabuelo tenía una letra Z marcada en la parte interior de la muñeca. No recuerdo si tenía un número, pero esa Z era la marca del campo de concentración. Había quedado muy afectado por lo que vivió en ese campo, por lo que no estaba mucho en este mundo. Nunca hablaba de las cosas que había vivido. Cuando yo escribo sobre el Holocausto romaní que se llama Samudaripen o Porraimos, recuerdo a mi abuelo que quedó tan traumado. A veces decía “hay que matarlos a todos”, otras veces lloraba. Un día prendió fuego dentro del circo. El 2 de agosto de 1945 los aliados recuperaron Auschwitz y se estableció el 2 de agosto como el día en que se conmemora el Holacausto gitano. Pero la matanza masiva de gitanos fue en el mes de febrero del 44. Por eso, en algunos lugares se conmemora en febrero y, en otros, en agosto, según se tome el día de la matanza o el de la recuperación. Hay gente que no quiere usar el nombre Porraimos porque significa “devoración” que es una metáfora que se puede usar en otros campos como la gastronomía o el sexo y no es tan precisa. Pero en mi tesis yo hablo de Porraimos.
-Entiendo que gran parte de la población gitana no accede a la escuela. ¿De qué forma accediste vos?
-Puedo decir que accedí a la escuela por un tema de prejuicio. Estábamos con el circo en una ciudad de frontera en Brasil. No pensábamos quedarnos allí por un tiempo largo, sino que íbamos a presentar algo e irnos. En esa región se produjo una pelea y alguien fue asesinado. Se generó entonces un problema con los gitanos, como suele pasar siempre. A mi papá junto con otros hombres de la comunidad lo acusaron del asesinato y lo llevaron preso injustamente, porque luego se descubrió quién había sido el asesino y no había sido un gitano. Pero, claro, los gitanos huyeron porque saben que no tienen voz, que no tienen derechos, pero para los demás, si huían era porque eran culpables. Además, como yo era rubia, hubo gente que denunció ante las autoridades que yo era una niña robada por los gitanos. Eso es algo que sigue pasando hasta hoy. Llegó la policía y sin comprobar si la denuncia tenía fundamento o no, me sacaron de la familia y fui llevada a una institución religiosa donde estuve un año y unos meses. En ese momento me dieron documentos brasileños. Yo no sabía dónde había nacido.
-¿No es importante para los gitanos saber el lugar de nacimiento?
– No, dado que es un pueblo que tiene una tradición nómade. Sí importaba que éramos gitanos y hablábamos en nuestra lengua, el sinto, además de aprender las lenguas de los diferentes lugares en los que estábamos. En la institución en que me internaron aprendí a leer. Yo decía que era gitana, como mis padres y mis abuelos. Muchos vecinos del lugar y la policía decían que estaba embrujada, que hacía maleficios, magia negra. Esos son estereotipos que pesan sobre nuestra comunidad. En la novela yo cuento las cosas buenas y las cosas horribles que me pasaron en ese lugar.
-¿Qué fue lo que te pasó?
-Yo estaba allí por la denuncia de que no era gitana, sino que había sido robada. Pero, a la vez, en la institución me consideraban gitana. Era una situación muy loca, porque sabían que era gitana. Hubo una monja que vio que yo era muy maltratada por los otros y que me encontró inteligente y con capacidad para aprender a leer y escribir y me protegió. Yo le contaba las historias graciosas que había contado en el circo y ella quería que las escribiera. Empezó a alfabetizarme porque yo no sabía ni leer ni escribir. Me mostró libros sobre los gitanos, los dichos que aparecían en el Quijote sobre ellos. Eso me marcó para siempre. Me abrió los ojos sobre tantas cosas que después de mucho tiempo terminé estudiando literatura. Fue con ella que aprendí lo que se decía de nosotros. Ese período fue muy intenso porque para defenderme de los castigos de los compañeros y de otras monjas me quedaba en la biblioteca con ella. Por la mañana había rituales de confesión. Decían “he pecado, Señor, y pedí tu amor, luego, los niños decían sus pecados como “yo le pegué a María, pido perdón” o “yo robé caramelos, pido perdón”. Cuando llegaba mi turno, yo estaba obligada a decir “yo soy gitana, pido perdón”. Había una monja que me obligaba a eso. Si no lo hacía, me quedaba sin postre, sin poder salir, sin ir a la biblioteca con la otra monja. Ser gitano era como estar enfermo, una cosa horrible y los demás chicos se reían de mí. Durante ese período no pude ver a mis padres y pensé que nos los iba a ver nunca más. Para salir de allí yo perdí mi nombre. En mis tesis doctoral que habla de identidad, yo pedí que aparecieran mis dos apellidos, el de origen y el que debía adoptar después.
-¿Cómo fue que perdiste tu apellido gitano?
– Para poder salir de allí tenía que hacerse cargo de mí alguien que no fuera de la comunidad gitana. Los gitanos intentaron sacarme de todas formas, pero no pudieron hacerlo. Quien se hizo cargo de mí fue alguien cuyo apellido es Castelo Branco, pariente de un expresidente de Brasil. Él tenía poder, nombre y dinero y me sacó con la condición de que me hicieran seguir estudiando, porque la monja dijo que era muy inteligente. Como yo tenía su apellido, él tenía el poder de imponerles esa condición a mis padres. Ellos dieron su palabra, pero no dijeron hasta cuándo podría estudiar porque en mi comunidad a los 14 las chicas se casan. Yo me casé a los 14 y pico.
-Pero no te casaste por decisión propia.
-No, no fue una decisión mía, pero yo, como cualquier chica, quería casarme. Me parecía linda la boda, las tradiciones, el vestido, pero quería casarme con un gitano que me dejara estudiar. Estudié unos meses luego del casamiento, pero debía tener hijos y yo sabía que eso sería el fin de mis estudios. Como tenía acceso a otra gente que no era gitana, accedí también a pastillas anticonceptivas que tomaba a escondidas. Pero cuando me di cuenta de que iba a tener otros problemas por mi supuesta infertilidad, decidí huir de la comunidad. Fueron a recuperarme pero yo ya había optado por el estudio. Me encontraron con gente no gitana, con mujeres y hombres. Entonces pensaron las peores cosas y la comunidad me cortó el pelo, me cortó la trenza, que era algo muy ofensivo que significaba perder su respeto y mi condición de gitana. Eso significaba que ya no había vuelta atrás. Siempre sentí mucho amor por mis orígenes, pero quería estudiar. Como toda adolescente tenía la fantasía de cambiar el mundo. Pensaba que iba a volver a la comunidad con algo bueno para ella. Esa fantasía alimentó mi soledad de haber dejado una cultura, de sentir que mi pueblo estaba dolido conmigo. Me sentía culpable, además, porque supe que un año después, como mi marido había pagado una dote por una mujer que no tenía, se casó con mi hermana. De la comunidad salí con Santa Sara, virgen de los gitanos, una figura hueca. En su interior puse algunas cositas de oro que tenía y me llevé también un mazo de cartas. Había visto a las mujeres de mi comunidad y sabía tirar las cartas. De alguna manera tenía que sobrevivir. Hoy las cosas son distintas y una mujer gitana puede encontrar el apoyo de sus padres para estudiar. El contexto histórico cambió, pero los gitanos siguen siendo estigmatizados. En la escuela me maltrataban y hace poco supe de una chica gitana de hoy que abandonó la escuela por esa situación, la misma que viví en mi infancia y mi adolescencia y que callé porque mis padres me hubieran sacado de la escuela incluso con su palabra empeñada de que seguiría estudiando.
-¿A qué se refiere exactamente tu tesis doctoral?
-La identidad es una construcción. Me interesaba mostrar cómo ciertos escritores traen una nueva mirada sobre lo gitano, cómo le proponen cambios a la propia comunidad. El hecho de verse como un pueblo, como una etnia es un proceso que se viene dando en la comunidad desde los años 70. Algo similar pasó con los negros: empezó a construirse el concepto de negritud, a plantearse nuevas formas de lucha. Los gitanos tienen una tradición fundamentalmente oral y es interesante ver cómo se incluye en la literatura escrita, lo que esta literatura incluye la memoria colectiva, la construcción del Holocausto como un marco de memoria ejemplar, la historia social del pueblo en diferentes países. Esta literatura trae la voz de un nuevo gitano que la gente no conoce. Es importante que haya lugar para ella y que pueda ser leída desde el punto de vista de la crítica, lo que hoy no se ve en la crítica literaria. De los nuevos gitanos se dice que son invisibles porque no se conoce que hay un nuevo gitano que escribió, que escribe. Se sabe sólo que hay un gitano que pide en la calle, que no sabe leer y escribir. Es importante también que se conozca la voz de la mujer. Para escribir mi tesis tuve que pasar por la historia, por la formación de los estereotipos, sobre lo que se ha escrito sobre los gitanos y cómo eso actuó sobre la realidad y fue una influencia para los escritores para luego llegar a la nueva literatura y trabajar los temas relacionados con la identidad y también con las cuestiones de género. La mujer gitana es la gran protagonista de los cambios: es la que más asiste a la escuela, la que primero llega a la universidad, la que se nuclea con mayor facilidad porque entre los varones hay muchos problemas de liderazgo, la que más lucha por sus derechos.
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