“Sobre lo que jamás fue escrito no hay modo de mentir. Por eso, no todo es verdad y nada es mentira en estas páginas. Todas estas islas figuran en el mapa, pero lo que acontece en ellas cabalga entre verdad y falsía, entre el testimonio y la buena fe. El buen lector sabrá entender de qué hablamos.”
Esta advertencia es una suerte de brújula que permite navegar entre las “islas de autor” que figuran en el Islario Fantástico Argentino “en el que se describen las islas del río, las islas de mar, las islas de tierra firme y otras islas de localización precaria o imprecisa.»
Esta maravilla de la literatura geográfica ha sido escrita por Salvador Gargiulo, Alejandro Winograd, Gonzalo Monterroso y Alberto Muñoz. Sus textos diferentes responden, sin embargo, a un mismo espíritu y tienen un mismo sabor anacrónico. Un anacronismo, por supuesto, buscado y minuciosamente trabajado como una forma de terca resistencia de la palabra a la puerilidad del emoji, a las abreviaturas dictadas por la velocidad y al carácter light e insustancial de las epopeyas de la intrascendencia habilitadas por la comunicación virtual. Paradójicamente, aquí lo anacrónico es una forma particular de la vanguardia.
El islario pertenece a la Biblioteca de los confines y fue editado de manera conjunta por el Club Barton y Ediciones Winograd. Es una publicación exquisita de edición limitada de 200 ejemplares numerados, cuyo precio accesible no coincide ni con la gran calidad de la edición ni con el talento literario desplegado.
Tiene sus origen en una revista geográfica, Siwa, de la que Gargiulo es editor junto a Christian Kupchik y que podría definirse como uno de esos raros milagros editoriales que solo son posibles en la Argentina, donde las ganas de hacer y la idoneidad de los hacedores suelen ganar la batalla contra la escasez de recursos.
“Surgió –le dice Gargiulo a Tiempo Argentino– del número cuatro o cinco de Siwa, donde había una sección dedicada al «Islario Fantástico Argentino» con algunas islas locales. Eso fue tomando cuerpo, vida propia, se fueron integrando autores e islas y la consecuencia fue este islario que es un destilado del que creo que fue uno de los mejores números de la revista. Esta edición no hace más que ampliar e ilustrar esa sección. Y sigue la misma lógica de Siwa al mezclar islas que existen con aquellas mayormente conjeturales. Pero siempre acotadas a nuestro territorio.”
Y agrega: “Hay voces como la de Gonzalo que es mucho más estricta respecto de la fidelidad histórica, mientras que la de Alberto y la mía, aunque no siempre, creo que son menos tributarias de esa fidelidad.”
Aventurarse por sus páginas es hacer una travesía fantástica que ninguna empresa de turismo podría ofrecer jamás, porque aún las islas que en realidad existen, como la Martín García o Argirópolis, definida como “el sueño insular de Sarmiento”, toman forma de ficción. Allí quiso el sanjuaninio fundar “la capital de un estado inexistente: Los Estados Unidos del Plata”, que nunca llegó a ser tal pero que, en cambio, fue lazareto, cantera mineral y presidio.
Igualmente ficcional parece la Ciudad Deportiva de Boca que también fue un “sueño insular”, inconcluso y desaparecido, pero de Alberto J. Armando. “Los espacios eran vastos –consigna el Islario– como jamás se habían visto en la ciudad. Un megaproyecto insular, un sueño futurista a lo Niemeyer que hubiese hecho de Boca Juniors un locus amoenus, un santuario deportivo desgajado de Buenos Aires como no existía en el mundo entero.”
El lector recorrerá sin brújula una geografía tan vasta como accidentada hasta perderse en cementerios insulares, descubrir un islario infantil donde figura “La isla de los niños que no fueron genios” y “la Isla de los objetos truncos”. Y sin otro esfuerzo que dar vuelta la página visitará la “Islería devocional del Delta paranense”, el “Pequeño Bestiario del amor Deltaico”, se anoticiará de la invasión rusa al Delta del Paraná y hacia el final en la “Funeralia Insular” se enterará de “lo visto y lo oído en la tierra de los muertos”.
Hasta en la abundante bibliografía que se consigna al final es posible descubrir títulos que, sin proponérselo, resultan tratados poéticos. Tal es el caso, por ejemplo, de Principios de botánica funeraria, de Celestino Barallat.
Este libro singular está dedicado a la memoria de Esther Soto, quien se incorporó a la aventura de Siwa.
Aclaración final: todo este territorio está libre de coronavirus, es portátil y se puede llevar al sillón, a la cama o al lugar de lectura preferido. Para recorrerlo sólo es preciso abrir el libro y dejarse llevar por la escritura que es más sabia que un guía turístico.