Es un mar de arenas suaves y finitas a más de mil metros de altura. La hora mágica antes del atardecer despliega destellos y convierten al paisaje en único. Por la mañana temprano también es ideal. Lo cierto es que Catamarca con sus diferentes regionales es un destino para describir en cualquier momento del año por sus sitios arqueológicos, por sus pueblos como los que une la Ruta Nacional 40 desde Santa María hasta Londres pasando por Belén, Hualfin, San José. Pero las dundas, aquellas que fueron famosas en cada Rally Dakar que se corrió en la región también se impusieron por curiosidad y por su belleza como destino de pequeñas travesías.

Se puede ir en vehículo pero solo si se lo estaciona sobre la ruta y lo que todos recomiendan es contratar una agencia y recorrerlas en 4 x4. Porque es difícil el manejo en la arena y más si se alcanzan casi los tres mil metros de altura. Si. Más específico, una de las dunas más inmensas llega a los 2845 msnm en la cima y dicen que ocupa el primer puesto del pódium de dunas porque mide un 30 por ciento más que la más famosa conocida como “Duna Grande”, que se alza en Ica, Perú.

Parece mentira, pero la última vez que las visité, tenía expectativas de tanto ver autos y camiones del Dakar, pero de cerca, tocar las arenas blancas, finitas como si fuera harina, tratar de trepar a una cima abrir los brazos y girar sobre los talones uno mismo, revela un horizonte pleno, un mar de arenas blancas hasta el infinito. Es tan impresionante la formación geológica que los guías de turismo cuentan que el geólogo Alfred Stelzner las llamó “glaciares de arena”.

Aquella vez, un año antes de la pandemia, fue la insistencia de verlas las que nos llevó a tocarlas. Era media tarde y cuando el sol marcó la hora mágica, la de la luz dorada, la que estira las sombras, se produjo un momento precioso de brillos que tan solo se apaciguaron cuando el sol fue cayendo y el cielo se volvió azul intenso.

Es muy fácil llegar a las dunas. Quizás se conocen como las dundas de Tatón, pero también son las dunas de Saujil y de Medanitos. Están al norte de la localidad de Fiambalá, famosa por sus termas, un complejo con pietones enclavado en la roca de las montañas, donde el pueblo tiene casonas de tres siglos hoy abiertas al turismo, fincas con viñedos y olivos. Y de todo.

Es para visitar todo el año, hay que estar atentos cuando llueve como cualquier lugar y camino de montaña. Cerca del pueblo de Saujil, a unos 10 km al norte de Fiambalá, por la RP 34 está la «duna mágica de Saujil” que se eleva 90 metros con una pendiente de 45 grados, que la eligen los amantes del sandboard.

Después de los pueblos de Saujil y Medanitos, hay unos 30 km hasta Tatón, parte de un camino de tierra, donde aguarda un conjunto enorme de dunas. Es allí donde está la más alta del mundo que además lleva el nombre de  «Federico Kirbus» en homenaje a quien la descubrió, un periodista, escritor y divulgador de la geografía, historia y curiosidades de la Argentina y Sudamérica.

Entre Tinogasta y Fiambalá, es la Ruta Nacional 60, toda de asfalto, la que ofrece distintas opciones como  “Ruta del Adobe”, donde edificios de tres siglos construidos con adobe fueron puestos en valor y ofrece un recorrido por la historia y la cultura entre iglesias, estancias, capillas, oratorios.  

En Tinogasta, también hay hospedajes en casonas antiguas y termas con un complejo termal y centro de servicios donde se puede disfrutar los beneficios de las aguas termales.

Lo cierto es que una visita a las dunas es posible hacer dentro de una excursión a Tinogasta y Fiambalá. Guárdese medio día por la mañana bien temprano o al atardecer, siempre con guías especializados, porque las dunas son bellas pero como todo en la naturaleza hay que hacerlo con gente que sabe.

Más datos: turismo.catamarca.gob.ar/dunas-de-fiambala-tinogasta