Basta con abrir en alguna red social la cuenta de cualquier integrante de la Tercera Brigada de Asalto de las fuerzas terrestres de Ucrania para conocer la intimidad política de lo que nació como Batallón Azov y, una década después, es la más violenta escuadra paramilitar del país. Nazismo puro. Es un modelo para la ultraderecha europea que ya no tiene límites para mostrarse a plena luz, sea en España como en Alemania, en Francia como en Italia, bien dispuesta a pisotear derechos y libertades. Y a inmiscuirse en los asuntos de todo país en el que sus dirigentes miren oportunamente hacia otro lado, ya sea con sus comandos militares (Azov y el también ucraniano Batallón Bandera) o su avanzada civil (Fundación Internacional para la Libertad y la Iniciativa Democrática de España y las Américas).

Desde hoy, y hasta el 2 de agosto, lo mejor del Batallón Azov será recibido, con agenda abierta, por sus pares de Alemania, Países Bajos, Bélgica, Polonia, Lituania, Chequia (ex República Checa), Italia y otros países de la Unión Europea donde el nazi-fascismo está en su esplendor. A último momento Francia fue eliminada de la lista, así lo aconsejó su crisis interna. Sin trabas o muestras de rechazo de cualquier tipo en los países anfitriones, los comandos promueven la gira diciendo que su objetivo es el de “brindar a los ucranianos que viven en el exterior la ocasión de escuchar de primera mano las historias del frente”. En realidad, llegan casi como una oficina móvil de reclutamiento. Los paramilitares y el ejército regular ucraniano se están quedando sin hombres, dependen de los mercenarios.

Los actos de intromisión son constantes, vulneran todas las fronteras y saltan de continente a continente. No se ocultan y así como muestran su ferocidad interna exponen su orgullo a la hora de exhibirse y adorar a sus dioses. Stepan Bandera, un nazi nacido en Ucrania y asesinado en Berlín, tras servir antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial al espionaje de todo país occidental que quisiera contratarlo, es uno de ellos. Sus seguidores conformaron los comandos paramilitares Batallón Bandera, hoy parte sustancial de las tropas de Kiev en su combate contra Rusia. En estos días, sus idólatras del Parlamento, el ejército y el gabinete de ministros de Volodímir Zelenski preparan para el próximo mes de octubre una sucesión de homenajes al cumplirse 65 años de su muerte el día 15 de ese mes.

La ultraderecha se sabe poderosa y creciente, y lo que para un gobierno democrático es un casi imposible, más allá de no figurar en su credo republicano –como la negación del derecho a manifestarse o la introducción por decreto de normativas que violan los derechos ciudadanos–, para el ultrismo es un plumazo del día a día. Bastan un texto de cuatro líneas y una firma  para echar a un asesor, vender una aerolínea o despedir a miles de trabajadores. El último de estos arrebatos de repercusión global se registró en Italia, donde gobierna una fascista de pura cepa (Giorgia Meloni), pero no por ella sino por decisión del director de una oficina cualquiera. El encargado del Ente Nacional de Aviación Civil pensó que era inteligente cambiarle el nombre al aeropuerto principal de Milán (Malpensa-Milán) por el de Silvio Berlusconi. Al ministro de Transportes, Matteo Salvini, le pareció una excelente idea.

Así fue que de un día para el otro, la terminal aérea a la que el año pasado llegaron más de 27 millones de pasajeros procedentes de 180 destinos de 77 países, pasó a llevar el nombre de un ex primer ministro, dueño de medios, de una formidable red de telecomunicaciones, del club de fútbol Milán y de un prontuario que lo erigió en uno de los mejores delincuentes del país. Cuando murió, en junio de 2023, quedaron inconclusos muchos expedientes, como el del “bunga bunga”, las famosas orgías con niñas y prostitutas. A los 86 años, seguía zafando –chicanas mediante– de pasar sus últimos días en una cárcel común.

Malpensa tiene su linaje, todos los galardones como para darle el nombre –en un país en el que todos los aeropuertos recuerdan a personajes ilustres– a la principal terminal aérea de una región, la Lombardía, que desde el norte simboliza el polo positivo de una poderosa economía. Fue allí que en 1909 los hermanos Caproni inauguraron la industria aeronáutica italiana. “Le pusieron alas a Italia”, recuerdan hoy. Ahora, gracias a la inventiva fascista, Malpensa compartirá las marquesinas con el aeropuerto Fiumicino-Leonardo da Vinci de Roma, el Marco Polo de Venecia, el Guillermo Marconi de Bolonia, el Galileo Galilei de Pisa y el Cristóbal Colón de Génova. Pero ya no será Malpensa, sino Malpensa-Silvio Berlusconi, el gran delincuente que escapó de entrar a los calabozos gracias unos eficientes abogados.

“Atención, estás viviendo en una republiqueta bananera en la que si defraudas al fisco y participas de una red de explotación sexual de menores (sólo los más escandalosos de los delitos probados a Berlusconi) tendrás monumentos y le pondrán tu nombre a avenidas y a un aeropuerto internacional muy importante”. Para cerrar su ironía, el Movimiento Cinco  Estrellas, partido “del pesimismo y del descreimiento” que, sin embargo, puso a uno de sus dirigentes durante tres años al frente del gobierno, señaló que Berlusconi tuvo “el mérito difícil de ser más delincuente que la suma de las cuatro más célebres mafias nacionales”. La Cosa Nostra de Sicilia, la Camorra de Nápoles, la Ndrangheta calabresa y la Sacra Corona Unita de Apulia, en el talón de la bota. La ultraderecha se burló de todas las ironías y allí está, enhiesto y rozagante, el nuevo Aeropuerto Silvio Berlusconi. «