Después de un mes a cargo del gobierno, los espectaculares anuncios de Donald Trump ganan titulares y horas de televisión, pero para los norteamericanos nada ha cambiado, y sus diatribas ni siquiera le han ganado un rezongo de los demócratas.

Aunque para Trump sí han cambiado ciertas cosas. Eligió a los más duros para ejecutar la cacería de inmigrantes. Pobló su frontera sur con miles de soldados a los que les asignó la represión. Presiona a las empresas para que delaten a sus trabajadores «en falta». Sin embargo, la máquina no anda bien. Los números de deportados no satisfacen. Otra es la cosa en los países que empiezan a ser golpeados. Aunque se esfuerzan por disimular los desbarajustes que padecen con las deportaciones de sus nacionales que residían y trabajaban en Estados Unidos, países como México empiezan a sentir las políticas del fascismo in extremis del gran vecino.

Ha iniciado la anunciada destrucción del Estado desde adentro, como aquí, pero nada le ha resultado. Destina recursos y hombres para la represión, pero sus promesas persecutorias no dan los números deseados. Al ritmo descendente de las deportaciones, es difícil que llegue a las metas anunciadas. Según los medios más comprometidos con el establishment, no podrá cumplir con el objetivo de expulsar a un mínimo de un millón de latinoamericanos por año. En los primeros días de su mandato logró deportar a un promedio de 800 personas por día y en febrero ya está por debajo de los 600. El objetivo era detener y expulsar a entre 1200 y 1500 por día. En Texas, un estado gobernado por el nazi Greg Abbott, hay días en los que no se ha logrado cazar a más de 50 trabajadores. Trump empezó a resolver la crisis expulsando a los dos máximos responsables del Servicio de Inmigración y Aduanas.

Los deportados fueron enviados a México, Brasil, Colombia, Honduras y los demás países centroamericanos. Trump y los suyos insisten en citar por su nombre a los tres primeros, a los que se supone voceros de los más firmes, para demostrar que ya ha disciplinado a los peores de la clase. Lo cierto es que en las tres primeras semanas de mandato, Trump, según la presidenta mexicana Claudia Sheinbaum, despachó con ese destino a 14.500 personas, no todas de raíz azteca. Lo grave es que eso es, apenas, una muestra. Según el Colegio de la Frontera Norte, 541.780 connacionales enfrentan el mayor riesgo de expulsión, 265.500 tienen una orden de deportación mientras 276.280 tienen cargos, “en su mayoría por delitos menores, como infracciones de tránsito”. En total, son 4,9 millones los mexicanos que estarían de manera irregular en la meca norteamericana.

Política de odio

México, y toda Centroamérica es un calco, no tenía previsto un presupuesto adicional para resolver la recepción de los retornados, de los que los 14.500 llegados hasta ahora son una mínima muestra.

Además, si bien la política de odio de Trump golpeará internamente con dureza –por pérdida de mano de obra necesaria en sectores cruciales, como el agro, y por la fuerte participación fiscal de los trabajadores expulsados–, en México ya empieza a sentirse con intensidad. En San Cristóbal de las Casas, en el empobrecido estado sureño de Chiapas, los envíos (un promedio de 370 dólares mensuales) que hacían a sus familias los ahora deportados, cayeron el 40% en las tres primeras semanas de febrero. Según el estatal Banco de México, San Cristóbal es el municipio que más remesas recibe (recibía), con 950 millones de dólares de los 64.745 millones ingresados al país el año pasado.

Mientras el Banco de México ajustó esta semana a la mitad su expectativa de crecimiento económico, de 1,2% a 0,6%, y del 3% de aumento del costo de la vida elevó su pronóstico a 3,3%, las cámaras empresariales hacen su juego. Por un lado, y sin explicar de dónde saldrán los nuevos empleos, ofertaron  50.000 puestos de trabajo para personas repatriadas. Según el Consejo Coordinador Empresarial, el programa del cual participan 87 empresas, entre ellas las subsidiarias de las norteamericanas General Motors y Walmart, cubriría el 10% de la demanda que provocaría la deportación. Si bien el panorama laboral, que ya era complicado, se agravará aún más, la mano de obra que retornará puede ser ventajosa, tras haber ganado años de formación. A esto es a lo que apunta la oferta empresarial.

“México te abraza”

En este contexto, el gobierno de Sheinbaum, el más votado de toda la historia del país, busca capitalizar la popularidad de la presidenta y amalgamarla con el profundo sentimiento de pertenencia nacional del pueblo mexicano, para darle sentido y enriquecer el “México te abraza” con el que reciben a los deportados. En el marco de ese programa, el Estado levanta ocho ciudades de emergencia a lo largo de los casi 3200 kilómetros de frontera. Allí tendrán condiciones mínimas para vivir, alojamiento, alimentación, atención médica y, sobre todo, asistencia psicológica, vital para personas trabajadoras que han sido víctimas del trato humillante de la detención y la deportación.

Aunque Sheinbaum insta a los mexicanos a “mantener la calma y la cabeza fría”, una cosa es la diplomacia gubernamental y otra la reacción social. En los últimos días, mientras el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, proponía “exterminar” a los palestinos de Gaza y “a sus apoyos globales” y el Pentágono reforzaba su presencia en la usurpada Guantánamo, otra vez  reconvertida en cárcel, el sector financiero sumaba lo suyo al odio imperial. Anunció que impondrá una comisión extra del 10% a las remesas que los migrantes envían a sus familias en los países de origen. Los perseguidos responden como pueden. Crearon el Freeze Latino Movement y convocaron a no consumir productos made in USA. En una larga lista encabezada por Coca Cola, Walmart, Starbucks. McDonald’s y Nike denuncian, además, que estas empresas están delatando a sus trabajadores latinos.  

A mediados de 1930, cuando la Gran Depresión del 29 seguía devorándose la economía mundial, el entonces presidente estadounidense Herbert Hoover se mandó la patriada de aplicar un aumento masivo de aranceles. Eran otros tiempos, y el mundo le respondió de la misma manera. Más que un tiro, lo que le salió por la culata fue una metralla que acabó con su imagen y con el 25% de los puestos de trabajo. Adiós al América First con el que había imaginado revitalizar la industria, hasta retapizar el orbe con el rótulo del made in USA. Un siglo después ésta de Trump bien podría ser la remake del “crack del 29”. En la jungla de los pronosticadores nadie se anima a suscribir semejante final, aunque el martes último los analistas del CitiGroup anunciaron en su análisis semanal de coyuntura que “los aranceles crearán tempestades duraderas en todos los países implicados, incluyendo Estados Unidos”. «