Las ediciones Lattès publicaron Las cruzadas vistas por los árabes, el primero y más conocido libro de Amin Maalouf, un periodista libanés. Era 1983. Cristiano en tierra de Islam, árabe para Francia, Maalouf capta el espíritu mediterráneo de las civilizaciones, así en el pasado como en el presente. La innovación de “las cruzadas…” consiste en analizar a través de los textos árabes de la época lo que occidente considera como una hazaña medieval y que los árabes registran como una calamidad. En efecto, allá lejos y hace tiempo, el mundo árabe estaba en la vanguardia del conocimiento científico y el desarrollo económico, como lo demuestran los estudios anatómicos, la circulación de la sangre en el cuerpo, los bazares y las caravanas, además de la reflexión filosófica, abrevada en Aristóteles, todas artes en las que brilló Moisés ben Maimón, más conocido como Maimonides (1138-1204), que luego influenciaría a San Tomás de Aquino. Pero… ¿acaso no era judío?
Es que en la sociedad de ese tiempo y de ese lugar, avanzada, refinada y culta, la llegada desde el oeste de gentes en armas, sucios y cubiertos de metal, encima caníbales e intolerantes, era considerada poco menos que como una plaga de langostas. Frente al avance de los cruzados, los musulmanes dispusieron que las posiciones más expuestas sean defendidas por judíos. Bien sabían que si los cruzados tomaban una ciudad, quizás los musulmanes podrían sobrevivir, pero los judíos serían exterminados hasta el último, sin importar sexo ni edad: debían pagar por el “asesinato de Jesús”, según una interpretación de las escrituras. Así serían los guerreros más decididos frente al antisemitismo medieval, un invento de la culta Europa destinado al más trágico de los éxitos.
Los cruzados llegaron a ocupar Jerusalén en 1099, masacraron a toda la población durante tres días de saqueo, hasta que en 1187 un líder político-militar llamado Saladino (1138-1193) expulsó a los europeos de la ciudad santa, sin baño de sangre. Quien fuera Sultán de Egipto y de Siria tenía como médico personal… a Maimonides.
Según Maalouf, los árabes de la época reconocieron en los cruzados el valor en combate y el derecho romano, que les permitía regular las sucesiones reales sin guerras civiles, lo que era el caso en el Islam de la época.
Aunque esos hechos parezcan lejanos, la percepción y vivencia del tiempo varía de pueblo en pueblo. Alí Agca, quien disparó sin suerte contra Juan Pablo II en 1981, afirmó querer matar “al jefe de los cruzados”. Hay acontecimientos que quedan grabados en la cultura de los pueblos, incorporados al “tiempo largo” del que hablaba Fernand Braudel (1902-1985), otro experto en Mediterráneos. Por eso, cualquier presencia occidental en medio oriente es considerada como una repetición de las nueve cruzadas que duraron desde 1095 a 1291. Desde entonces, si bien la tecnología ha tenido el desarrollo que le conocemos –en particular a través del aumento de productividad que experimentó el oficio de matar- la percepción de los pueblos medio orientales, o “la calle árabe”, como dicen, es que cambian los medios y permanecen las intenciones.
Poco sabemos hoy de lo que piensan, hablan y hacen los pueblos medio orientales, el sentir de sus naciones, la acción de sus Estados, al menos cuando no han sido destruidos como en Libia. La infamación que recibimos es monocromática: blanco y negro, buenos o malos, vivos o muertos. Con tales categorías sesgadas por la unilateralidad occidental resulta difícil rendir cuenta de los acontecimientos. Para aquellos que deseen conocer las posiciones árabes o turcas acerca de la guerra en desarrollo, recomendamos instalar el buscador “Yandex”, que es el Google ruso. Sin los condicionantes impuestos por la censura occidental, bastará recorrer la prensa de allá para leer opiniones de primera mano gracias al traductor de Yandex al inglés. Eso no le gustará a la Generala Richardson, pero bueno, no es posible quedar bien con todo el mundo todo el tiempo. Hay que decidir.
Desde 1983, Amin Maalouf escribió diez novelas, cinco ensayos y cuatro libretos, ganó ocho premios. En 2011 fue elegido como miembro de la Academia Francesa, de la que es secretario perpetuo a partir de septiembre de este año. Es el titular de la banca 29, en la que sucedió a Claude Lévi-Strauss. Continuidad del humanismo, aunque haya que buscarlo bajo los escombros y estragos de la guerra.