La creadora de la organización artivista y feminista “Mujeres que no fueron tapa”, Lala Pasquinelli, acaba de publicar el libro La estafa de la feminidad. Cómo la belleza nos educa para ser sumisas, editado por Planeta, en el que se visibiliza que el requisito más importante del ideal femenino es la belleza.
“La belleza no solo modela nuestros cuerpos, modela nuestros gestos, nuestra psiquis, nuestros hábitos y consumos desde que nacemos. En ese modelado, el objetivo es producir identidades sumisas que no se revelen frente a la explotación ni la violencia que es la norma en la vida de las mujeres”, explica Lala Pasquinelli a Tiempo Argentino.
Mujeres que no fueron tapa es una organización activista y feminista de transformación social, que desde 2015 trabaja a través de diferentes proyectos para mostrar la forma en la que la cultura masiva reproduce y construye estereotipos de género y mandatos; desnaturalizarlo y hackearlo; y construir otras narrativas y nuevas pedagogías, haciendo lugar a otras voces e historias. Su trabajo allí, le valió a Lala Pasquinelli un reconocimiento de la BBC como una de las 100 mujeres más influyentes del mundo.
El libro, dice Lala, explica algo que mucha gente se pregunta: ¿cómo sucedió que estamos tan dispuestas a aceptar estos niveles de crueldad?
“La belleza nos enseña cuál es nuestro lugar en el mundo, nos enseña a ocupar poco espacio, a callarnos, a mostrarnos ingenuas, a no desarrollar fuerza física, a aceptar amablemente las humillaciones. Muchas cosas que nos juegan muy en contra y nos ponen en peligro”, agrega.
Esta idea de belleza, ligada a lo femenino no es un mensaje inocuo. Todas escuchamos en algún momento de nuestra vida: “Actuá como mujercita”; “eso es de varón”; “sé un poco más femenina”; “no seas tan descuidada”; “no comas tanto”; “estás un poco gorda”; “estás demasiado flaca”; “no respondas”; “las nenas no hacen eso”.
En ese sentido, Pasquinelli afirma: “La máscara de lo femenino nos atrapa”. Agrega la autora: “Se termina convirtiendo en lo que somos, aunque no nos guste, aunque no haya disfrute, ni placer, ni ganas, ni nada”.
El cambio que no fue
Entre otras cosas, Lala analiza los escasos cambios que hubo en los medios de comunicación. En particular en las revistas.
“Es llamativo que las tapas de las revistas no hayan cambiado casi nada a lo largo de un siglo. Los cambios más significativos son que las mujeres aparecen cada vez con menos ropa y dicen las mismas cosas con otras palabras. El resto más de lo mismo: mujeres blancas, delgadas, jóvenes, de pelo lacio y largo, del mundo de la moda o del espectáculo, semidesnudas, sexualizadas, mostrando sus cuerpos editados por el bisturí y el Photoshop, con pieles de la textura de la melamina, la gestualidad siempre sensual; siempre contando sus tips de belleza, del amor romántico, del deseo de ser madres o de la felicidad de serlo. Nada más», analiza la artivista.
«Al mismo tiempo, los varones que aparecen en esas tapas de revista están vestidos de los pies a la cabeza… se los ve cómodos y seguros, su gestualidad es natural, ocupan el espacio con normalidad, tienen diferentes edades, sus pieles se muestran como son: arrugas, verrugas, lunares, mucho o poco pelo. Lo que los lleva a esas tapas no es su cuerpo, sino haber cumplido eficientemente con una parte importantísima del mandato de masculinidad: ser profesionalmente exitosos”, escribe en su libro.
Campaña para dejar de ser estafadas
«Intentamos hackear estereotipos y mandatos con nuestras acciones», dice la descripción de la cuenta de Instagram de Mujeres que no fueron tapa.
Junto con el libro, se lanzó la campaña #LaEstafaDeLaFeminidad para visibilizar situaciones violentas, humillantes y dolorosas, que atraviesan las mujeres para pertenecer a este dispositivo de belleza, del cual quedar afuera es una misión imposible.
Varias mujeres participaron y participan de esta campaña contando sus experiencias con los mandatos de belleza. Hay videos de niñas siendo peinadas por un adulto, donde no importa el tironeo de pelo, el dolor, la incomodidad, mientras quede linda. Lo mismo con la moda de festejar cumpleaños infantiles en modo spa: mientras los niños juegan al fútbol, a las niñas se les ponen mascarillas, les pintan las uñas, las maquillan, y desfilan.
En relación a la campaña, Pasquinelli hace hincapié en que la acumulación de experiencias comunes a partir de las encuestas respondidas por esos miles de mujeres, le permitió entender que lo que pasaba no era personal: “era y es político”.
¡Peligro!
La belleza es el dispositivo más eficiente de control de los cuerpos, y la vida, de las mujeres. Gran parte de las patologías y sufrimientos de niñas, adolescentes, jóvenes y adultas tiene que ver con la belleza. Y, lamentablemente, aún no se lo reconoce como problema social.
Además de visibilizar, el libro propone fugarse de este mandato del que es tan difícil salir. “Entender cómo funciona no alcanza. Así como aprendimos en el cuerpo a someternos, también podemos aprender a liberarnos”. Es momento de terminar con la estafa y la sumisión.
Momento de hackear
“Empecé a trabajar con el concepto de hackeo, tomado y aprendido de Un manifiesto hacker, de McKenzie Wark, donde se plantea, a grandes rasgos, que en este momento de la historia quienes tienen el poder son quienes controlan los canales por los que circula la información. Hackear este discurso implica ingresar al sistema para tomar esa información y hacer otra cosa con eso”.
Lala empezó a hacerlo e invitó a otras a hackear los mensajes y la representación de lo femenino, de esa representación que construyen de nosotras.
“Escribo este libro como víctima redimida del mandato de feminidad que nos produce sumisas, anestesiadas, dependientes y rotas. Escribo habiendo hecho todo lo que hay que hacer para encajar. Escribo como estafada porque, a pesar de haber seguido los manuales, no alcancé la felicidad prometida”, es el primer párrafo de este libro para hackear la estafa. «