Se sabe: el sentido último del Fondo Monetario Internacional no es económico sino político. El organismo, controlado por el Tesoro de Estados Unidos, es un instrumento de dominación. El pensamiento de izquierda a veces peca de economicismo. Desde esa mirada, el FMI querría mantener a la Argentina agarrada del cogote para que las empresas estadounidenses ingresen a la explotación de los recursos estratégicos: litio, agua dulce, petróleo y gas no convencional. Es cierto, pero no lineal. Para un imperio, el control es un objetivo en sí mismo. Las circunstancias son dinámicas y en cada coyuntura la dominación puede usarse con objetivos diferentes: votar contra ciertos países en la ONU, no permitir el ingreso de empresas chinas, por ejemplo.
Durante la década de 1980 y principios de la de 1990, era evidente que los préstamos para pagar deuda vieja y evitar el default venían atados a las exigencias de privatización de los servicios básicos. El aparato de propaganda de la derecha regional –los medios de comunicación dominantes– hacían el resto del trabajo. Machacaban día y noche con que todo lo que fuera estatal era ineficiente y caro.
Es el tipo de asedio que hoy tiene en la mira a Aerolíneas Argentinas. En el año 2022, la línea aérea recibió aportes extra del tesoro por $ 72.908 millones. Una simple comparación: por el no pago de ganancias de los jueces y los funcionarios judiciales de alto se perdieron cerca de $ 237.000 millones de recaudación, según los datos del proyecto que elaboró el diputado Marcelo Casaretto (FdT) el año pasado. El conjunto de la sociedad subsidia que los jueces no paguen ese impuesto y no cumplan la ley que paradójicamente deben aplicar. Ese subsidio es 300% mayor al de Aerolíneas, que brinda un servicio estratégico.
Volviendo al FMI, su sentido político quedó expuesto de un modo pornográfico durante el gobierno de Mauricio Macri. El préstamo más grande en la historia del organismo fue otorgado para tratar de salvar a Macri de la corrida que sus propias políticas habían habilitado. Los 45.000 millones de dólares se fueron por la canaleta –diría Ernesto Sanz– de la fuga de capitales. El líder del PRO perdió su reelección, pero dejó al país atado de pies y manos al Fondo.
Una visión conspirativa podría sostener que Macri reconstruyó a propósito el sistema de dominación del FMI sobre el país, una suerte de garantía para tener condicionado a cualquier «populismo» y, en segunda instancia, para que puedan ayudarlo a volver al poder empujando al precipicio a sus adversarios. Las teorías conspirativas suelen pecar de exageración pero, como las brujas, que las hay las hay.
De todos los políticos de la primera plana del peronismo, Sergio Massa es uno de los que tiene las relaciones más aceitadas con distintos sectores del establishment estadounidense. Ese elemento, entre otros, explica que haya terminado ungido como el candidato de unidad, con el nítido respaldo de Cristina.
La salida posible de la actual situación es negociar con el FMI peleando mayores niveles de autonomía nacional en un contexto de debilidad. Ese objetivo no es posible si la persona que lo lleva adelante no cuenta con un mínimo de confianza por parte de EE UU. Massa la tiene. No es muy romántico, pero la política tiene más momentos de aspereza y tensión que de ensoñación.
La gira por China fue parte del fortalecimiento de los márgenes de soberanía para el contexto actual. Como suele ocurrir en los países periféricos, son márgenes, no se trata de opciones en blanco y negro. Massa ha tenido éxito en evitar que la crisis se vuelva catástrofe. No es un logro que sea tan fácil de percibir por la mayoría de la población. Implica ponerse a imaginar todo lo peor que podrían haber sido las cosas.
La cuenta regresiva para cerrar el nuevo acuerdo con el FMI y ganar oxígeno hasta fin de año se acelera. Lo que salga finalmente de esa negociación mostrará hasta qué punto la trampa que Macri le dejó al peronismo funcionó o si fue posible sortearla al menos hasta después de la elección.