Los últimos días de diciembre de 2004 anticipaban el calor de un verano muy caliente para lo que vendría después. En la noche del jueves 30, la Ciudad de Buenos Aires estaba sumergida en el clima de las últimas 48 horas del año. Poco después de las 22:30 una alarma de emergencia comenzó a concentrar la atención en el barrio de Once, sobre el 3000 de la calle Mitre. La primicia la registró el canal Crónica con una placa roja. La Justicia sostuvo que todo comenzó a las 22:50, pero el canal informó a las 22:20 que había un incendio en un boliche. La primera imagen que apareció en las pantallas de TV de todo el país exponía el humo que salía desde la puerta de acceso de República Cromañón, donde la banda Callejeros llevaba a cabo el último recital del año. Adentro ya había comenzado el infierno de fuego, originado por dos bengalas que encendieron una media sombra ubicada sobre el techo. Debajo, sobre el piso, corrían desesperadas 4500 personas, donde no debía haber más de 1000. El lugar tenía las salidas de contigencia encadenadas y pocos minutos después transformaron todo en un horno de humo, calor, gases tóxicos, estampida y muerte.
Antes de la medianoche el incendio ya era una tragedia, con ribetes inexplicables que podían reconstruirse a partir del testimonio de los jóvenes que trataban de huir del lugar, muchos de ellos cargando amigos asfixiados, algunos ya sin signos vitales y con sus cuerpos tiznados del mismo humo que inundó sus vías respiratorias. Otros los dejaban en el piso, en una larga fila de heridos que daba cuenta de la magnitud de lo que estaba ocurriendo. El local, que pertenecía al viejo boliche El Reventón, tenía una salida secundaria cerrada con cadenas, como una forma de evitar «colados». La nueva versión del local, con otro nombre, era administrado por el productor musical Omar Chabán, que luego fue condenado a ocho años de prisión por homicidio simple.
El lugar no había ampliado su capacidad y no podía recibir ni a un tercio de los que habían entrado. Los familiares de las víctimas lo acusaron ante la Justicia de haber permitido el ingreso masivo de público, sin control alguno y con la vista gorda de todos los organismos de control porteños y policiales.
La tragedia de Cromañón comenzó 25 horas antes del arranque del 2005, con un oscuro augurio para el año nuevo y también para la política. Mientras la policía y las ambulancias rodeaban el lugar para socorrer en la emergencia, llegaron algunos funcionarios. Uno de ellos fue el por entonces ministro del Interior, Aníbal Fernández, que le advirtió al presidente Néstor Kirchner que estaba pasando una tragedia inédita, de consecuencias inestimables. Lo mismo hizo con el entonces jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, que ya estaba recibiendo los reportes de sus funcionarios, todos espantados ante el caos de humo, la desesperación y muerte que estaban viendo con sus propios ojos. También estaban sumidos en la impotencia, ante el estupor de advertir que la estructura de emergencias del gobierno porteño había quedado desbordada, en el anticipo de una crisis política de dimensiones letales, que hasta el propio Ibarra minimizó. Hasta que fue demasiado tarde.
La negación de la crisis
Aunque fue al lugar, Ibarra no puso el cuerpo en las primeras horas de la tragedia. Estuvo sumido en la negación de la crisis y demoró casi un mes en darse cuenta de las consecuencias que marcarían su carrera para siempre. Los mayores involucrados fueron sus colaboradores más cercanos, aquellos que tuvieron que afrontar la ola de repudios que vendrían después ante un dolor colectivo que los dejó sin aliento. El conteo de muertos tocó su techo antes de la noche de año nuevo. Eran 194 los asistentes al recital que habían perdido la vida y la cantidad de heridos superó los 2000, aunque la Justicia certificó que 1400 de ellos tuvieron heridas que los dañaron física y mentalmente. Por esos días, la última vez que las calles de Buenos Aires habían sido un reguero de muertos fue en diciembre de 2001, a causa de la represión policial. Tres años después volvía la sangre sobre la calle, pero por un recital mal planificado por Callejeros y la gerencia del boliche, sin medidas de seguridad ni control. Con anuencia de funcionarios, policías e inspectores. El rol de la banda también fue materia de investigación y su vocalista, Patricio Fontanet, lideró las condenas al grupo, incluyendo productores.
Cuando se concretó la crisis, hubo una mala gestión para afrontarla. Las pruebas quedaron al desnudo en la cotidianidad de un enero de luto que se hizo interminable. No sólo por las guardias desbordadas de esa noche atroz, sino también por lo que pasó después. Desde la imposibilidad de preservar los cuerpos de los fallecidos, que todavía no habían sido reconocido por sus familiares, hasta la negación de lo que estaba pasando. Los errores del gobierno porteño en la vorágine aumentaron el malhumor y el descrédito de un alcalde que, hasta entonces, era reconocido por tener «buena suerte».
Semejante número de muertos fue el preludio de un verano cargado de dolor y bronca en la Ciudad de Buenos Aires. En ese diciembre de 2004 recién se habían cumplido tres años de las masivas movilizaciones del 2001, con epicentro en la Capital para desconocer el Estado de Sitio que había impuesto Fernando De la Rúa antes de huir del gobierno. Como principal dirigente del Frente Grande, Ibarra había asumido la jefatura del Gobierno porteño el 7 de agosto de 2000. Era el representante natural del voto progresista porteño que había sido el motor de la Alianza construida con el radicalismo, para buscar una alternativa a los dos mandatos de Carlos Menem. Pero ese enero de 2005 afrontó las primeras movilizaciones en su contra, convocadas espontáneamente por familiares y amigos de las víctimas, con dos destinos principales: la Jefatura de gobierno y la morgue. La primera se registró el sábado 1 de enero. Las protestas continuaron todo el verano y fueron una experiencia política inicial para la nueva subjetividad que se estaba construyendo al calor de otra tragedia con epicentro en Buenos Aires, esta vez, con 194 víctimas fatales y miles de heridos.
Ibarra logró sobrevivir al final de la Alianza y la caída de De La Rúa. Después del verano donde se sucedieron cinco presidentes, el exfiscal federal se llevó bien con Eduardo Duhalde y cuando Kirchner ganó las elecciones presidenciales del 27 de abril de 2003, lo eligió como un aliado clave en territorio porteño. Tanto que lo respaldó para pelear la reelección en la Ciudad. La caída de la Alianza desgranó al Frente Grande que había sido una fuerza competitiva un lustro antes. Ibarra se acercó a Kirchner y en CABA buscó no perder autonomía. Armó «Fuerza Porteña» y puso a su entonces secretario de Cultura, Jorge Telerman, como su compañero de fórmula para un segundo mandato. Lo peleó con un competidor que, por entonces, el progresismo porteño prefería subestimar por su origen empresario. La primera vuelta de las elecciones porteñas se realizó el 24 de agosto de 2003 y la fórmula Mauricio Macri–Horacio Rodríguez Larreta se impuso por el 37,55%. Ibarra y Telerman quedaron atrás por tres puntos y revirtieron la derrota en el balotaje del 14 de septiembre. Cosecharon el 53,46% y superaron el 46,52 de Macri, que había competido como cabeza de lista del Frente Compromiso por el Cambio. Para el derrotado, era sólo el inicio de su plan político.
El final
Ibarra asumió su segundo mandato el 10 de diciembre de ese año y Telerman juró como vicejefe. Kirchner lo cuidó hasta Cromañón y también más allá, pero la voracidad del crimen social y las enormes fallas de la gestión terminaron con la buena suerte del exfiscal en dos aspectos determinantes: la pésima respuesta política ante la tragedia minó el vínculo que tenía con ese electorado progresista que le había permitido revalidar los títulos un año antes, amparado en la ola que pocos meses antes había capitalizado Kirchner; y al mismo tiempo, la crisis le allanó el camino a esa nueva fuerza de derecha que el entonces presidente de Boca, Mauricio Macri, había lanzado en la Ciudad apenas dos años antes, bajo la marca de Propuesta Republicana. El primer germen del PRO que, por esos años, estaba concentrado en ganar el control de la Capital. La metamorfosis de ese electorado, con amplia base no peronista, comenzó a virar del progresismo a la derecha al calor del repudio y el estupor de Cromañón. Un examen político que Ibarra no pudo superar, aunque dio una larga pelea por quedar en pie.
Un mes antes de cumplir el primer año de la tragedia, la Legislatura Porteña aportó la pieza que luego definiría la caída de Ibarra. A mediados de noviembre de 2005, con una ajustada mayoría, 30 de los 60 legisladores aprobaron el juicio político para definir si Ibarra cometió «mal desempeño de sus funciones». El exfiscal y dirigente del Frente Grande sólo pudo ejercer el primer año de su segundo mandato, porque fue suspendido en el cargo desde que comenzó el proceso en su contra. Su futuro quedó en manos de una Sala Acusadora de 15 miembros que el 7 de marzo de 2006 lo destituyó en una votación de diez sobre cinco. El número justo para llegar a los necesarios dos tercios.
La derrota contó con el voto del zamorista Gerardo Romagnoli (que había presentado su renuncia a la Sala y se la negaron), e incluso con el de un legislador que había llegado en 2003 por la boleta del PJ y por entonces era kirchnerista. Helio Rebot inclinó la balanza y poco tiempo después formalizó su integración al PRO, de la mano de Gabriela Michetti. Rebot votó junto a los macristas Marcelo Mais, Daniel Amoroso, Silvia Majdalani y Roberto Destéfano. También lo hicieron Héctor Bidonde, de la izquierda, Guillermo Smith y Facundo Di Filippo, del ARI. Para sostenerlo en el cargo, hubo cinco voluntades: las del socialista Norberto La Porta, la ibarrista Laura Moresi, Beatriz Baltroc y el kirchnerista Sebastián Gramajo, junto a la abstención de Elvio Vitali.
Algunos nombres quedaron en el pasado de esa arqueología política. Otros no. Majdalani fue una de las fundadoras del PRO y cuando Macri asumió la presidencia en 2015, la designó segunda de la Agencia Federal de Inteligencia, detrás de Gustavo Arribas. La entonces legisladora fue clave en la estrategia del PRO para aprovechar los errores defensivos de Ibarra y sellar su suerte.
El destituido alcalde fue sobreseído por la jueza María Angélica Crotto, pero los funcionarios de Fiscalización y Control, como Fabiana Fiszbin, recibieron penas con prisión efectiva. Ella fue condenada a cuatro años, dentro de una serie de castigos que incluyeron a otros funcionarios, inspectores y también a efectivos policiales de las comisarías involucradas y de la Superintendencia de Bomberos de la Federal. Había sido probado que cobraban coimas para no ejercer las inspecciones. La cadena de responsabilidades demostró que Cromañón nunca debió haber estado habilitado la noche de la tragedia.
Ibarra fue sobreseído judicialmente en agosto de 2006. Ante las apelaciones para revertir el fallo, la Cámara de Casación lo confirmó en septiembre de 2007. Para entonces, el progresismo que había sido exitoso en una ciudad históricamente esquiva, tenía su suerte sellada. En las elecciones del 3 de junio de ese año Macri volvió a disputar la jefatura porteña. El segundo intento fue junto a Gabriela Michetti, para competir con la fórmula Daniel Filmus–Carlos Heller. Macri obtuvo el 45,76% y los dos candidatos del FpV llegaron al 23,75%, con una oferta dividida, porque Telerman, exembajador del menemismo y pejotista porteño, buscó seguir en el cargo. No lo logró, aunque reunió el 20,68%. La fragmentación que consiguió Telerman le impidió a Filmus superar el 50% de los votos para evitar el balotaje. Macri se impuso en la segunda vuelta del 24 de junio con el 60,94% y asumió el 10 de diciembre de 2007. Recibió el poder de manos de Telerman, considerado por los macristas como una cabeza de playa anticipatoria de lo que vendría después.
El PRO gobierna la Ciudad desde entonces y los dos mandatos de Macri como alcalde fueron la antesala de su llegada a la presidencia en diciembre de 2015. Los 20 años de Cromañón serán conmemorados por su primo Jorge, sentado en el mismo sillón que conquistó Mauricio hace 17 años, sobre los restos del progresismo porteño. «
Cronología
30 de diciembre de 2004. En la madrugada, Aníbal Ibarra no se acercó al instante a Once. Esa ausencia generó las primeras críticas.
29 de enero de 2005. Ibarra dio un discurso ante la Legislatura. Asumió parte de la culpa, pero habló de responsabilidad institucional compartida.
14 de noviembre de 2005. La Legislatura aprobó el juicio político contra el mandatario. Fue suspendido y reemplazado por su vice, Jorge Telerman. Ibarra apuntó contra Macri por promover “desde atrás” ese proceso.
7 de marzo de 2006. La Sala Juzgadora de la Legislatura logró los 10 votos para remover a Ibarra. Proceso inédito.
26 de febrero de 2007. Macri anunció su postulación para jefe de Gobierno desde un basural de Lugano, con Cromañón como eje de campaña.
10 de diciembre de 2007. A 20 días del 5° aniversario de la masacre, Macri asumió en CABA tras obtener el 60,9% en la segunda vuelta contra Filmus.