El precio de la libertad no debería ser tan alto. No tendríamos que presentar testimonios dolorísimos ante miles de personas para que nos crean que decidir sobre nuestros cuerpos tuvo un costo. ¿Por qué? Si es nuestro.

Durante siglos, las mujeres nos vemos sometidas a diferentes violencias sobre nuestro cuerpo. Nos tocan aunque no queramos, nos golpean, nos torturan, nos matan pero, antes que todo eso, nos obligan a parir.

Por militancia, a riesgo de ser juzgadas, hemos salido a decir que no nos gusta que nos toquen, que cuando decimos no es no, que cuando decidimos abortar, lo hacemos a pesar de todo riesgo.

Y vuelve la pregunta ¿Por qué tenemos que correr riesgos?¿Por qué no nos dejan decidir sobre nuestros cuerpos? ¿A quién le duele? Motivos para no ser madres hay miles. Pero pensamientos que se cruzan cuando decidimos no serlo también.

Mientras escribo estas líneas, no puedo dejar de pensar que una mujer está sufriendo de frío y miedo en algún lugar de la ciudad, de la provincia, del país. Un lugar escondido al que sólo se llega por las amigas que la ayudaron a conseguirlo, un lugar oscuro al que se entra por contraseña, y de donde no sabe si va a salir con vida. Si sale, sentirá alivio, sabrá que pudo decidir a pesar de los riesgos, pero también sentirá el peso de la clandestinidad, porque sabrá que para los ojos de una parte de esta sociedad cometió un delito. El delito de elegir. 

Si la ley se aprueba, esto cambiará por completo. Pero si no, esta escena seguirá repitiendose en todo el país como viene pasando hace siglos. Seguirán muriendo mujeres y continuará el machismo celebrando internamente sus muertes.

Penalizar a las mujeres que deciden sobre su vientre es disciplinarles el futuro diciéndoles que vinieron al mundo sólo para ser madre. Es decirles que jamás van a poder ser dueñas de ellas mismas.

Son horas decisivas para crecer como sociedad, para darnos la oportunidad de ser libres. Si miramos alrededor y esta ley debiera votarse en las calles, seguramente se votaría a favor. Pero no, hoy nuestra libertad depende de una clase política que se mantiente tibia en un debate tan profundo.

El movimiento de mujeres, las pibas y los pibes, los colectivos de todos los sectores entendieron antes que la clase política y que la Iglesia, que acá se está hablando de salud pública y de justicia social.

La sociedad ya ha tomado las riendas de la historia. Ya ha salido a las calles, ya se ha se puesto los pañuelos verdes para pedir por el aborto legal, seguro y gratuito, que no es ni más ni menos que reclamar la libertad que le pertence a cada cuerpo gestante. El pueblo ya ha dado el paso hacia la autonomía por sobre sus creencias e inclusive por encima de la leyes opresivas. Ahora falta que los diputados entiendan que ellos tienen que dar este mismo paso, porque la sociedad se los exige. «