La famosa expresión china Tiān rén hé yī simboliza la ancestral creencia oriental en la unidad armoniosa entre el hombre y la naturaleza. Lo cierto es que desde hace un buen tiempo a esta parte, esa armonía se ha quebrado. El impresionante desarrollo de China en las últimas cuatro décadas, hoy a las puertas de convertirse en la primera economía mundial, tuvo como contrapartida un fuerte deterioro de las condiciones ambientales.
Sin dudas, la cara más visible de este drama es la elevada polución del aire en las grandes urbes, algo que agobia diariamente a cientos de millones de chinos. Xi Jinping, quien asumió el liderazgo nacional en 2012, colocó como uno de los cinco pilares de su gestión el desarrollo sustentable, lanzando a China hacia una verdadera revolución verde.
Haremos nuestros cielos azules nuevamente, ratificó el primer ministro Li Keqiang, durante un reciente discurso en el marco de la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional. Se trata de un sueño que podría parecer utópico, siendo China el mayor consumidor de combustibles fósiles y el máximo emisor de CO2 del planeta.
Sin embargo, el gobierno chino ya ha comenzado a transitar el arduo camino hacia el saneamiento ambiental, a través de multimillonarias inversiones que están transformando la matriz energética, los procesos industriales y el transporte. En 2016, por tercer año consecutivo cayó el consumo de carbón, principal componente de la matriz energética china y responsable por excelencia de las elevadas emisiones de CO2. El recorte proyectado es, ni más ni menos, de 18% para 2020.
Más de un tercio de la matriz ya se compone de energías limpias, fundamentalmente hidráulica, eólica y solar. En paralelo, se ha apuntado a la reducción de las emisiones de dióxido de azufre y de óxido de nitrógeno. La ambiciosa meta anunciada por las autoridades para este año es lograr una baja de 3%, respecto a 2016.
Al mismo tiempo, disminuyeron de manera notable las emisiones por parte de medios de transporte público y vehículos particulares en las grandes ciudades. Fue a través de la implementación masiva de buses eléctricos dotados de tecnología de última generación y la obligada salida de circulación de automóviles viejos. Para asegurar la efectividad de las medidas adoptadas, la Policía Ambiental se ha convertido en un actor fundamental de la revolución verde, con rigurosos controles que suelen acarrear el pago de elevadas multas por parte de los infractores.
Cabe recordar también el gesto elocuente que tuvo Xi de cara a la comunidad internacional el año pasado, al adelantarse junto a su entonces par estadounidense Barack Obama en la ratificación del acuerdo climático COP 21. En ese sentido, sequías e inundaciones son flagelos recurrentes que preocupan seriamente al gigante asiático. En reiteradas ocasiones, el gobierno chino asoció estos fenómenos con el cambio climático, reafirmando su compromiso para combatirlo.
En definitiva, China ha iniciado un camino que parece no tener retorno en materia de desarrollo verde, reparación ambiental y lucha contra el cambio climático. Habrá que esperar a los próximos años para constatar si finalmente los chinos logran reconciliarse con su naturaleza y recuperar así los cielos azules que tanto añoran.
* Politólogo (UCA) y Mg. en Políticas Públicas (FLACSO). Docente universitario (UCA) y director de la consultora Diagnóstico Político. Actualmente cursando el Master of China Studies en la Universidad de Zhejiang (República Popular China).