Puesto en el traje de candidato, el exministro de Educación Esteban Bullrich se convirtió en una usina de declaraciones incómodas para el gobierno. En una de ellas hizo referencia al espíritu emprendedor que dice alentar el PRO. Lo que nosotros buscamos es que la gente deje de buscar empleo y lo genere. Es decir que cada uno pueda tener sus propios emprendimientos, dijo en un programa de radio. ¿Pero usted está diciendo que un trabajador que acaba de perder su empleo puede ponerse un emprendimiento?, le repreguntó el periodista Jairo Straccia. Hay que ayudar a los bonaerenses a generar proyectos propios. Por ejemplo, ahora en La Matanza y en otros lugares del Conurbano, los emprendimientos de las las cervecerías artesanales están creciendo muchísimo, respondió Bullrich, en otra expresión del capitalismo utópico que parece guiar al macrismo.
Lejos, bien lejos de lo que pregona el gobierno, emprendedorismo no es sinónimo de progreso social y/o laboral. El sociólogo Daniel Schteingart lo mostró en julio pasado a través de un tuit donde publicó el gráfico que acompaña este texto. En el cuadro se puede ver con la claridad de las estadísticas que los países desarrollados tienen un bajísimo nivel de cuentapropistas, mientras que en los países pobres, los autónomos son multitud. La estadística también es elocuente si se la mira a la inversa: a contramano de lo que promocionó Esteban Bullrich, en los países con mayor nivel de desarrollo económico y humano, la enorme mayoría de los trabajadores son asalariados.
Es cierto que, en términos conceptuales, cuentapropistas y empredendores no son lo mismo. Pero sí aparecen como sinónimos en las declaraciones del candidato a senador, uno de los tantos funcionarios del gobierno que pregonan los supuestos beneficios de la autonomía laboral. En la base de esas declaraciones está, claro, la dramática destrucción de puestos de trabajo asalariados que se registra desde que asumió Cambiemos: aunque no hay registros precisos, los especialistas creen que una porción importante de los nuevos desempleados cayeron en el cuentapropismo como un modo de supervivencia, más que por espíritu emprendedor.
Un signo de eso es el aumento de los inscriptos en el monotributo. Según las últimas cifras oficiales disponibles correspondientes al mes de agosto, en el último año se registraron 186.400 ocupados formales nuevos, de los cuales 102.300 son monotributistas y monotributistas sociales, 50.100 asalariados privados, 42.600 empleados del sector público y 12.000 trabajadores de casas particulares. La categoría autónomos (donde tributan los cuentapropistas de mayores ingresos) se redujo en 17.900 inscriptos.
El incremento de monotributistas está en línea con la pérdida de empleos asalariados. Uno de los sectores más afectados por la destrucción de mano de obra es el industrial, golpeado por la triple plaga que desató el modelo oficialista: caída del consumo, tarifazo energético y apertura de las importaciones.
De acuerdo a un relevamiento del Observatorio del Derecho Social de la CTA Autónoma, echo en base a datos oficiales del Ministerio de Trabajo a partir del Sistema Integrado Previsional (SIPA), el retroceso de puestos de trabajo industriales acumuló casi 5% desde septiembre de 2015. Apenas un año después de esa fecha ya se habían perdido 43.635 empleos.
En términos absolutos, el porcentaje mayor de retroceso se explicó por el desempeño del empleo industrial en la Ciudad de Buenos Aires y los partidos del Conurbano. Entre ambas áreas se llevaron casi el 50% del total de la caída. En toda el Área Metropolitana, la pérdida alcanzó 28.162 puestos de trabajo. En otras palabras, los empleos directos creados por la industria manufacturera tienen un peso cada vez menor en el conjunto de la estructura ocupacional de nuestro país, añade el estudio, y alerta: los pocos puestos creados están signados por mayores niveles de precariedad por la utilización de modalidades como el monotributo como remplazo del contrato en relación de dependencia.
A contramano del mundo
El macrismo lleva años, esfuerzo y mucho dinero dedicado a promover el emprendedorismo. En marzo de este año, en la misma sesión que se aprobó el uso del cannabis medicinal, el gobierno obtuvo la sanción de la Ley de Emprendedores. La normativa promete, entre otras cosas, poder crear empresas por Internet, la apertura de una cuenta bancaria en el acto y generar un CUIT en 24 horas.
El eje central de la norma es la creación de la figura de Sociedades por Acciones Simplificadas (SAS), pero el gobierno anunció que su aplicación estará acompañada por beneficios impositivos a inversores y distintos tipos de financiación para los que quieran iniciar su propio negocio.
El programa está a cargo de Mariano Mayer, secretario de Emprendedores y Pymes del Ministerio de Producción. Abogado de la Universidad Austral, antes de obtener su puesto en Nación se desempeñó como director general de Emprendedores de la Subsecretaría de Economía Creativa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En ese puesto, Mayer impulsó políticas de fomento a microemprendedores, en especial tecnológicos, el ramo donde rige con más fuerza el espíritu emprendedor.
El fomento de ese espíritu es estimulado por congresos, charlas y conferencias realizadas por diversas organizaciones no gubernamentales que cuentan, por supuesto, con auspicio oficial. Una de las más convocantes es Experiencia Endeavor, un congreso nutrido por la presencia de speakers nacionales e internacionales que buscan inspirar y transmitir sus experiencias a los participantes de las actividades de capacitación destinadas a todo el ecosistema emprendedor.
Si bien son aptos para todo público, el lenguaje y la estética de los congresos está destinado a los jóvenes. Tiene lógica: uno de los objetivos del emprendedorismo es propiciar nuevos modelos de relaciones laborales, distantes de la clásica empleado-patrón. Como admitió el propio Mauricio Macri, una de sus metas es terminar con un sistema de contratos laborales al que considera anacrónico.
Pero, ¿es así? ¿La relación de dependencia está pasando de moda? En su libro 23 cosas que no te dijeron sobre el capitalismo, el afamado economista coreano Ha-Joon Chang desarma ese espejismo: los países ricos no están habitados por legiones de emprendedores. Más bien, todo lo contrario.
Cualquier persona que proviene o ha vivido durante un tiempo en un país en vías de desarrollo sabe que los países en desarrollo están llenos de emprendedores explica Chang, y agrega: En las calles de los países pobres se puede encontrar hombres, mujeres y niños de todas las edades vendiendo todo lo que uno pueda imaginar, aún aquellas cosas que usted ni siquiera sabía que se podían comprar. En muchos países pobres, se puede comprar un lugar en la fila para la sección de visas de la Embajada de Estados Unidos (vendido a usted por coleros profesionales), el servicio de le cuido el coche (queriendo decir me abstengo de dañar su coche) en zonas con parquímetro, el derecho a montar un puesto de comida en una esquina particular (espacio tal vez vendido por el jefe de policía local corrupto), o incluso un lugar en la calle para pedir limosna (vendidos por matones locales). Estos son todos productos del ingenio humano y el espíritu empresarial, resume Chang.
El economista explica que, en contraste, la mayoría de los ciudadanos de países ricos ni siquiera han llegado cerca de convertirse en emprendedores. Trabajan en su mayoría para una empresa, algunas de ellas empleando a decenas de miles de personas, haciendo trabajos altamente especializados y muy específicos. En su estudio, Chang explica que, a pesar de que varios asalariados sueñan con crear sus propios negocios y convertirse en su propio jefe, pocos lo ponen en práctica, ya que es una cosa difícil y arriesgada para hacer.
El resultado es que las personas son mucho más emprendedoras en países en vías de desarrollo que en los países desarrollados, concluye Chang, y aporta cifras: según un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en la mayoría de los países en desarrollo, del 30% al 50% de la fuerza laboral no agrícola es cuentapropista (esta relación tiende a ser aún mayor si tomamos en cuenta la fuerza laboral agrícola). En algunos de los países más pobres, la proporción de personas que trabajan en emprendimientos de una sola persona puede ser mucho mayor: 66,9% en Ghana, 75,4% en Bangladesh y un asombroso 88,7% en Benin.
En contraste, sólo el 12,8% de la fuerza de trabajo no agrícola en los países desarrollados es cuentapropista. En algunos países, la proporción no llega ni al uno de cada diez: 6,7% en Noruega, 7,5% en EE UU y 8,6% en Francia. Así que, incluso excluyendo a los agricultores (que harían que la proporción fuera aún mayor), la posibilidad de que una persona promedio de un país en vías de desarrollo sea emprendedora es más del doble de la posibilidad de una de un país desarrollado (30% vs. 12,8 por ciento). La diferencia es diez veces mayor si se compara, por ejemplo, Bangladesh con los Estados Unidos (75,4% vs. 7,5%), sostiene Chang.
Con los números a la vista, la quimera emprendedora pierde brillo. Y se revela como lo que es: un modo novedoso de flexibilizar las relaciones laborales destinado a volcar la puja distributiva en favor de las empresas. Nada nuevo bajo el sol.