Margarita Stolbizer lo sabe. Después de todo, fue en ellos donde cimentó su actuación política. Sabe, como quien le dio en la última semana cámara y micrófono, que los medios ejercen una fuerte influencia en la opinión pública y, como tales, son corresponsables de las construcciones y los imaginarios colectivos. Sabe. Pero, lejos de actuar como si supiera, hace suya la violencia de la que fue víctima. La redobla.
A la descalificación que le propinó Elisa Carrió en Diputados, cuando la tildó de «estúpida», Stolbizer, un día después, desde los estudios de TN, descerrajó sobre su adversaria: «Tiene trastornos de personalidad. Sufre del síndrome que estudió mucho Nelson Castro. Es muy Cristina (Kirchner). Tiene el síndrome de los que creen que todo lo saben y se saca de sí misma cuando alguien le demuestra que no sabe todo lo que está diciendo».
Stolbizer redobla la agresión de la que fue víctima cuando con sus dichos refuerza uno de los principales estigmas de la sociedad: asociar salud mental y violencia. Abogada de profesión, no psicóloga o psiquiatra, la socia electoral de Sergio Massa en 2007 lo fue de Carrió apeló a un recurso tan débil como peligroso: adjudicar a otro una condición psiquiátrica para reducir, como si esto fuera posible, su condición de sujeto.
Dos son las faltas de Stolbizer. La primera: el uso inadecuado del lenguaje acarrea una irresponsabilidad mayor cuando quien habla sintetiza la voz de los ciudadanos que la colocaron donde está, sea en el Congreso, sea en un estudio de TV. La voz pública de Stolbizer es eco de otras voces.
La segunda: echa mano de la cicuta, la misma de la que había echado mano Carrió. Stolbizer acusa a su contraria de reaccionar de modo violento al verse descubierta de que no lo sabe todo. No obstante, le «diagnostica» con ínfulas de prime time un trastorno mental.
Lo grave no es que la líder de GEN carezca de formación en la materia. Tampoco que haga lo que objeta. Lo grave es el nuevo ladrillo que coloca en el muro del estigma. Una diputada, representante del progresismo, contribuye a hacer difícil el por sí difícil proceso de inclusión social de quienes tienen su salud mental comprometida.
Con la aquiescencia de empresas periodísticas y de algunos trabajadores de prensa, Argentina experimenta una etapa superior a la de la judicialización de la política. Su «psiquiatrización». Ocurre cuando un hecho, por lo general disruptivo y contrario a los intereses de la facción gobernante, y una persona, por lo general un adversario proveniente del campo popular, son caracterizados como «esquizofrénicos», «bipolares», «suicidas» y otras plagas del apocalipsis.
Hasta la aludida por Stolbizer, Cristina, trazó una lamentable humorada entre Patricia Bullrich, los mapuches y la guerrila kurda en torno al caso Santiago Maldonado.
La OMS advierte desde hace años que una de cada cuatro personas atravesará un padecimiento en su salud mental a lo largo de su vida. Las adicciones y los actos suicidas crecen de modo exponencial. La salud pública tiene suficientes problemas como para sumar la ligereza y la desaprensión de quienes tienen nuestro mandato para solucionarlos. «