En su camino cargando la Cruz al Gólgota, Jesús cae tres veces. En la segunda, que se corresponde a la quinta estación del Vía Crucis, es ayudado por Simón, un campesino cirineo que se encontraba de viaje en Jerusalén. Simón ayuda al sentenciado político a aliviar el peso de su Cruz en medio de la humillación y el ultraje.
La transformación del que acompaña está en el proceso. Ayudar, cuidar, curar incluso. Sinónimos que cobran más relevancia cuando el acompañado ya viene humillado, golpeado, excluido. Como Jesús condenado. Como los tantos condenados de la tierra Argentina que no tienen para comer, ni para curarse, ni para aprender bien.
Primero, no hacer daño. Primun non nocere. Luego ayudar, acompañar, cuidar, curar. Las dimensiones del arte médico. Como nos dice Francisco, “mientras atienden a sus pacientes, el Señor les ofrece la oportunidad de renovar continuamente su vida, nutriéndola de gratitud, de misericordia y de esperanza”. La centralidad del proceso está en el otro, en el que es acompañado. Ahí se encuentra la propia salvación del que cura. Días atrás, una declaración de Juan Grabois en el mismo sentido generó revuelo, sobre todo en las desvirtuadas redes sociales del recorte efímero. El dirigente político aseguró que el derecho originario de pacientes a la salud y de niños a la educación es lo que da origen al derecho de médicos, enfermeras y docentes a sus propios derechos laborales.
Soy médico y también docente universitario. Sufro con preocupación cómo ambas profesiones son deterioradas hace años en nuestras condiciones de empleo y en nuestro reconocimiento social. En ambos casos, el sector privado avanza sobre el público, pero solo para un sector minoritario de la población. Lo público se empobrece. También resiste, en algunos casos, y de forma heroica.
Preocupa todavía más el deterioro interno de nuestro propio sentido de propósito. La desviación de la razón inicial del por qué la mayoría elegimos hacer estos trabajos. Un buen médico alivia el pesar del paciente y su familia, un mal médico lo agrava. Un buen docente es un guía y, como Virgilio con Dante, acompaña el proceso y ayuda a sacar lo mejor de sus estudiantes, aún en condiciones adversas. Un mal docente refuerza lo malo.
Nuestras profesiones no son islas escindidas de la dinámica social. Es natural que el individualismo las permee. No quisiera señalar a nadie en particular ni tampoco realizar generalizaciones inconducentes. Además, obviamente, no estoy -nadie lo está- exento de estos problemas y tentaciones. Pero los datos están a las claras: una parte importante de la elección de especialidades o trabajos en el sector salud está condicionada por la remuneración recibida, y poco orientada por la relevancia social de la misma. Existen maltratos por parte de profesionales a las personas por su color de piel, por su capacidad económica, por su orientación sexual. Además, las malas condiciones laborales nos pueden empujar a atender rápido y mal a nuestros pacientes. Al mismo tiempo, miles de personas impulsan experiencias de trabajo cargadas de amor y sostienen un sistema con sus esfuerzos heroicos. A pesar de todo, transpiran la camiseta del sector público. No descubro nada, describo una realidad y nos realizo la pregunta de qué podemos hacer para mejorarla.
Profesionales de la salud y docentes llevamos nuestras propias cruces. Hacerse cargo del dolor ajeno es duro. Aunque se ejercite, es imposible no cargar con eso uno mismo. Imposible no llevarlo a la casa, a la propia familia. Nuestras profesiones corren, además, peligro de extinción. La inteligencia artificial nos va a suplantar si no salimos del lugar defensivo en el que nos encontramos. Un buen Chat GPT se va a adaptar mejor a pacientes y estudiantes: sin horarios ni costo de consulta. Con buenos modales.
Necesitamos recuperar la dimensión humana y trascendente de nuestras profesiones para encontrar la salvación en el vínculo con el otro. La Fe, la participación gremial con compañeros de trabajo, la militancia social, los valores y la fortaleza para no caer en micro corrupciones, pueden ayudar en momentos de debilidad. Esto no significa resignarse. Ocho años de estudio en el grado, cuatro en la especialización y dos más en una maestría no alcanzan para, por ejemplo en mi caso y en el de miles, siquiera soñar con una casa propia. Considero que eso está mal y siempre voy a pelear por mis reivindicaciones salariales y las de mis colegas: en una Argentina nueva y más humana, docentes y personal de salud deben estar correctamente remunerados y poder acceder de forma masiva a un auto, dos vacaciones al año, un lote con servicios para la casa propia. Sencillo.
Pero el centro debe estar en otro lado. En el cuidado del otro nos vamos a salvar. Medicina viene de curar. Curar muchas veces es ayudar o acompañar en la carga de algo que genera dolor. Un sufrimiento orgánico, o mental, o del alma. Ayudar a cargar la cruz de otro es cuidar y curar. El simbolismo del Cirineo, su rol en la Pasión, nos ayuda a recordar nuestro rol como profesionales de la salud desde una perspectiva trascendente.
La recuperación de ese sentido último, de nuestro propósito, puede servir de anticuerpo para el nihilismo, el cinismo de no creer en nada, el individualismo extremo, la crueldad de estos tiempos. Ojalá que así sea.