“Si el precio de arreglar este país es caer al ostracismo, allí me encontrarán con orgullo”, la frase pertenece a Javier Milei y es al menos paradójica, por no decir que esconde un objetivo de fondo que tiene no pocas características de lo siniestro.
Pero empecemos por el lugar y el contexto en el que Milei pronuncia la frase. Es 1 de marzo y habla en el Congreso, durante el horario del prime time televisivo, para inaugurar las sesiones ordinarias. Pronuncia esa frase, hacia el final de su discurso, después de casi 90 días de gestión, una devaluación inmediata, licuación de salarios y jubilaciones, desregulación de todos los precios de la canasta básica y subas brutales en los servicios públicos.
Es decir, Milei después de empeorar la calidad de vida de los sectores populares de la Argentina sale a dar un discurso en Cadena Nacional y dice que está arreglando el país. Parece el chiste de un cínico. Pero probablemente no sea un chiste, sino que Milei cree que esa es la solución: ajustar a las familias trabajadoras. Una variable, las personas humanas, físicas, de carne y hueso, reales, con proyectos, expectativas y problemas, que ha sido impugnada en todo su discurso. Milei no pudo decir una sola cosa buena que haya hecho por nuestra sociedad.
A Milei pareciera solo importarle cumplir su misión histórica: destruir el Estado. Y en medio realmente no le importa nada. De hecho, hay una insistencia en Milei, la hubo en todos sus discursos y la hay en el periodismo que lo protege y justifica, sobre venir a cumplir una misión. Una misión muy clara que ejecutará con o sin apoyo político. Acá deberíamos preguntarnos si esa misión es solo suya o se la impusieron, si responde a intereses particulares, si se cruza algo del mesianismo con un pacto con los grupos concentrados de la economía, el poder real e internacional y la alianza de las nuevas derechas. ¿Milei es el brazo ejecutor de qué poder que no necesita hablar ni mostrarse?
Quienes defienden a Milei le elogian su capacidad para estar por fuera de las lógicas de la política tradicional. Ajeno a los engranajes del poder y sin medir consecuencias sobre su propio destino. Es decir, quieren instalar que en este caso hacer lo correcto por el país tiene por contrapartida calcinar su “futuro político”.
Quizá cuando Milei se refiere al ostracismo lo diga no sólo en relación a su imagen personal, sino a una probable pérdida de acompañamiento popular. Es decir, él hace la tarea y lleva a cabo la misión que le encomiendan. Si eso, al mediano plazo implica descontento popular, está dispuesto a resignarlo. Quizás por eso también las frecuentes referencias a ese sintagma enigmático y que evoca los tiempos del medioevo: “las fuerzas del cielo”.
La paradoja de Milei es que su éxito implicaría, a la vez, su caída, su derrota. Alguien aferrado a su plan, amenazando aquí y allá a distintos sectores para que hagan lo que él quiere y si no lo hace, castigo y disciplinamiento. Milei quiere ser recordado como alguien implacable, como alguien que tuvo razón, aunque eso implique la destrucción de la Argentina tal como la conocimos. El suyo es un poder basado en la capacidad de daño.
En un juego de opuestos, podríamos pensar en aquel Néstor que en la Feria del Libro 2005 lee un poema de Joaquín Areta, un militante de la UES desaparecido a los 23 años en La Plata, el 29 de junio de 1978. Ese poema lee Néstor se llama “Quisiera que me recuerden” y, como su título indica, es un texto en verso donde el poeta exclama con una voz tenue cómo quiere ser recordado, es un texto esperanzador, un texto de voz colectiva, uno de esos cantos que habla de caminos y rumbos, pero también de amor y de la felicidad de los justos. En las antípodas de quien se autoproclama el rey de un mundo perdido.
Si hace unos años nos preguntamos qué país íbamos a dejarle a nuestros hijxs, hoy la pregunta es si vamos a dejarle un país. Porque si algo nos enseñaron estos casi noventa días de Milei es que todo lo que no puede controlar, prefiere eliminarlo. Así ha hecho con dependencias estatales y con recursos económicos de distintas jurisdicciones.
Hoy quizá, como nunca antes en nuestra historia reciente, necesitamos preguntarnos por cómo hacer comunidad cuando el aparato estatal está en manos de sectores que buscan la desintegración social. Y más que preguntarnos por las representaciones, necesitamos avanzar en mecanismos y espacios de una democracia participativa.
Quizás haya en el poema que leyó Néstor una pista sobre el futuro, para recuperar una imagen de futuro: “Quisiera que me recuerden por haber hecho caminos, por haber marcado un rumbo”. Hoy toca resistir. Y desde este lado también sabemos tejer nuevos horizontes.