Como menciona en su tratado Teleológico Político, el filósofo Baruch Spinoza: “Hombres y mujeres luchan por su esclavitud como si se tratara de su libertad”. Quizás así sean las cosas en esta Argentina de la decadencia, el hartazgo y la desesperación.
Fueron necesarios una inflación superior al 140 %; más del 45% de su población por debajo de los índices de pobreza y el devenir de tres gobiernos que derrumbaron de distinta formas y con disimiles mensajes las esperanzas de una sociedad ávida de soluciones, para que un outsider de la política, de las filas del particularísimo espacio anarco capitalista de la escuela austríaca.
Así fue como Javier Milei, un histriónico personaje de los medios apareciera como un verdadero emergente psico-social de una sociedad harta de frustraciones y promesas incumplidas por una clase política, que en cuatro décadas de democracia, no pudo, no supo o no quiso cumplir con el ideario que se afirmó que con la democracia: “Se come, se educa y se cura“.
Paradójicamente este drama se transita en una sociedad que hace menos de 80 años, supiera recorrer durante casi tres décadas una movilidad social ascendente en donde “el hijo de un campesino semi-analfabeto podía llegar a ser doctor”. Según algunos analistas, esta movilidad social ascendente ha sido tanto más vertiginosa que en la mismísima sociedad estadounidense.
Esa suerte de “sueño argentino” sirvió de refugio a millones de inmigrantes llegados de los de los lugares más diversos, de un mundo convulsionado por las guerras y las hambrunas. Con el devenir de sucesivas crisis recurrentes, desde el “rodrigazo” de junio de 1975 en plena crisis del petróleo (como primer antecedente de un lento y por momentos abrupto proceso de degradación de las condiciones de vida de amplios sectores de su población), podría definirse como la contracara económica política y social del período 1945/1975 (que tuvo su génesis en la instauración de la peor de las dictaduras comandadas a sangre y fuego por el brazo armado del establishment), una estrategia de shock para implementar una revolución neo-liberar que consolidará una matriz agro exportadora.
Con sus fronteras abierta a la arrasadora globalización económica-financiera de grandes corporaciones, que consolidaron la colonización con mano dura, represión y quita de derechos en el continente Sudamericano en los fines de los años 70 y gran parte de los 80. En concordancia con la doctrina de Seguridad Nacional, auspiciada desde el llamado Consenso de Washington.
El segundo gran elemento fundante del actual estado de situación es el comienzo del proceso de movilidad social descendente tan pronunciado que ha llegado hasta nuestros días y hoy expresa sus efectos más evidentes. La metamorfosis subjetiva de significativos sectores de una sociedad en pleno proceso de atomización disolvente, reforzada por sus prácticas individualizantes que cuestionan el andamiaje de una estructura político, administrativa estatal, que desde esa matriz perversa, que la dictadura genocida instaló, se torna cada vez más ineficiente e impotente ante una degradación gradual, pero constante de la vida cotidiana de un universo poblacional cada vez más amplio.
Con tan solo algunas coyunturas excepcionales donde cada vez un capitalismo compasivo a lo sumo compasivo, morigeraba sus efectos a través de una batería de subsidios.
Ante este estado de situación económico, político, social y subjetivo, que hacer.
Primero tomar conciencia de esta realidad en extremo adversa y segundo darnos a la tarea de reflexionar y concebir nuevas formas de recomponer lo social y dotar de sentido a una alternativa donde lo colectivo se articule con las singularidades hoy existentes. Donde la libertad no sea el sálvese quien pueda , sino como afirmaba Spinoza en su tratado Teleológico Político: “el hombre que se guía por la razón es más libre en el Estado donde vive según leyes que obligan a todos, que en la soledad donde sólo se obedece a sí mismo” .
En efecto, en esa tarea de reformar el entendimiento y determinar en qué consiste el bien supremo, es claro que podemos concebir una naturaleza humana mucho más firme que la que tenemos, y que, además, estamos en condiciones de conseguirla; y es precisamente este ideal de perfeccionamiento personal el que viene a constituir nuestro bien supremo, de modo que los medios de que dispongamos para alcanzarlo pueden considerarse ellos mismos como bienes :Que sea la posibilidad de “formar una sociedad tal como cabría desear a fin de que el mayor número posible de individuos alcance dicha naturaleza con la máxima facilidad y seguridad”