Todo puede cambiar de la noche a la mañana. A las 3 de la madrugada del lunes 29 de julio, Caracas decidió irse a dormir. Nicolás Maduro festejó, María Corina Machado denunció, la calle se vació. La jornada electoral había sido larga para los cuerpos. La mañana del lunes trajo una pretendida normalidad. El ruido del tránsito llegaba como los últimos días de la semana pasada, entre el griterío increíble de los pájaros que rondan perennes la ciudad. Pero las horas pasaron en Venezuela, la mañana devino mediodía y en lo político todo estaba igual: el conteo de votos en 80%. El tránsito se fue apagando y las persianas de los negocios nunca abrieron. En las zonas donde la oposición se hace fuerte apareció el repique de cacerolas.

«Calma y cordura», pide Maduro en la noche, mientras denuncia guarimba y violencia orquestada. Antes Machado en conferencia de prensa también pidió que no haya violencia, además de asegurar que su candidato Edmundo González Urrutia ganó con el 73% de los votos. Pero la noticia es que este lunes algo desbordó en una parte del electorado.

El bus lleva unas cuarenta personas y avanza a buena velocidad por la autopista Caracas – La Guaira. Quien escribe se dirige al aeropuerto internacional de Maiquetía porque su trabajo ha terminado, puesto el punto aparte en la última nota durante la madrugada anterior. Hay que atravesar el Ávila, cadena de cerros que separa la capital de la costa del mar Caribe y donde está la pista y el avión que lo devolverá a Buenos Aires. Dos túneles pasan por debajo de esos cerros. Entre uno y otro, la ruta pasa por el barrio popular El Limón.

La velocidad del bus disminuye a cero en medio de los carriles, otros autos hacen lo mismo. Asomando la cabeza por el pasillo del bus, se ve que una ambulancia viene en dirección contraria. Detrás de ella, cincuenta metros allá delante, cuatro o cinco personas mueven contenedores de basura al medio de la ruta. Fogonazo, llamarada y llamas rojas en la ruta. En un primer momento la imagen resulta más curiosa que preocupante.

Llega una camioneta de policía con cuatro o cinco efectivos con cascos, escudos de plástico y macanas. Los cuatro o cinco ¿vecinos? de El Limón tiran piedras sobre la ruta contra los policías. Nadie parece lastimarse, nadie es detenido, todo pasa un poco rápido, las llamas de los contenedores también se extinguen rápido. «Cierren las cortinas», recomiendan. Ver las piedras volar lejos activa la imaginación: desarremangarse la camisa, prepararse para el impacto. No pasa nada. «Volvemos a Caracas», avisa el chofer. El vuelo se irá con al menos un asiento vacío. Horas después, la protesta llegó al aeropuerto.

En La Candelaria, en el oeste caraqueño, y en Las Mercedes, en el este, la frustración opositora que se ilusionó con una derrota del chavismo pisa la calle. Motoqueros y gente de a pie se planta sobre las autopistas de la ciudad. Guarimba. El barrio de Petare, no exactamente chavista, protesta. Maduro recuerda, cada vez que puede, la estructura cívico-militar-policial del estado venezolano. La policía reprime, se ve en todos los canales de televisión afuera de este país. Quienes conocen esta ciudad avisan que puede ser una noche difícil. Lo que desbordó no vuelve tan fácil a su cáliz.

Primero Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional y referente del Partido Socialista Unido de Venezuela, y luego Maduro, ambos convocan a una masiva movilización popular para este martes 30.

El Fiscal General relaciona en televisión a María Corina Machado con el denunciado hackeo al sistema electrónico electoral.

Son las 22 horas de Caracas, es lunes 29 de julio, el Consejo Nacional Electoral ofrece las mismas cifras y detalles sobre las elecciones presidenciales hace casi 24 horas.