Las primeras elecciones con Mario Draghi al frente del gobierno dieron un triunfo inesperado a la centroizquierda en tres de las ciudades más grandes de Italia. El Partido Democrático, que venía desgastado por peleas internas, logró imponerse en Milán, Nápoles y Bolonia durante la primera vuelta, y podría sumar Roma y Turín en el balotaje del 17 y 18 de octubre. Para Draghi, un tecnócrata sin partido cuya gestión depende del apoyo del PD, son buenas noticias.
Sin embargo, estos resultados se ven empañados por la alta abstención –solo el 54,7% de los habilitados se acercó a las urnas– y por el hecho de que, salvo el neofascista Hermanos de Italia, todos los partidos integran el Ejecutivo de unidad nacional formado en febrero pasado.
“Prácticamente desde la Constitución de 1948, no hemos tenido una participación por debajo del 50% en las grandes ciudades. Esto es extremadamente preocupante y tiene que ver con una crisis de la democracia, porque la gente se identifica cada vez menos con los partidos”, explica Fabio Marcelli, director del Instituto de Estudios Jurídicos Internacionales del Consejo Nacional de Investigación de Italia.
Esa apatía tiene su contracara en la popularidad del expresidente del Banco Central Europeo, que no baja del 70% y lo consagra como el piloto de tormentas perfecto para administrar los fondos de recuperación tras la pandemia. La experiencia de Draghi en la crisis del euro de 2012, pese a los sacrificios que implicó, lo diferencia de los políticos, ensimismados en sus conflictos de liderazgo.
Según Marcelli, “una figura como Draghi, por su estatus de especialista en finanzas, gana la confianza de buena parte de la población”. A todo esto, señala Francesca Staiano, doctora en Estudios Internacionales por la Universidad La Sapienza de Roma, “todas las discusiones y los debates públicos violentos fomentados por la derecha perdieron sentido, porque la gente se da cuenta de que eso ya no sirve”.
El problema, sostiene la académica, radica en que el premier “es totalmente autónomo”, al igual que la estirpe de técnicos promovidos a la cabeza del Ejecutivo en tiempos turbulentos, como el también exfuncionario de la UE y expremier Mario Monti. “Draghi tiene una posición bastante inquietante: en toda su carrera ha intentado reducir al mínimo el papel del Estado, y paradójicamente ahora se encuentra dirigiendo el Estado”, dice.
Pero los ganadores prefieren ver el vaso medio lleno. Enrico Letta, secretario general del PD, sueña con liderar una coalición de centroizquierda para las elecciones generales de 2023. Neutralizó a una derecha que se presenta unida y le permitió al Movimiento 5 Estrellas sobrevivir en los municipios donde compitieron juntos.
Letta pretende terminar con lo que considera una etapa de transición, propiciar un retorno de los políticos y la política y dar por superada la agenda dominada por los planes de recuperación. Después de todo, el PD apenas pudo avanzar en el Parlamento con dos de sus prioridades legislativas, la ley Zan contra la homofobia y la transfobia y el impuesto a las grandes fortunas.
Pero los resultados de esta semana pueden ser un espejismo. Staiano apunta a la abstención –en Roma fue a votar el 48% por ciento del padrón– como el motivo principal del avance del PD. “En las municipales pasadas, la gente votó por el M5E porque no logró verse representada ni por la derecha ni por la izquierda. Al triunfo del PD le falta dimensión popular. Y el Parlamento prácticamente no tiene voz. Draghi se pone por encima de las instituciones cuando afirma que no le importa cómo van las elecciones porque el gobierno no sigue el juego político, sino que va por adelante”, afirma.
A quien sí le conviene una lectura menos absoluta de los números es a la derecha. Con seguridad obtendrá varias alcaldías, aunque solo pudo redimirse en Trieste y Calabria, gracias a Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi. En tanto, la Liga de Matteo Salvini, dividida entre quienes apoyan a Draghi y los que insisten en dejar el gobierno, perdió en su bastión histórico, Milán. La fuerza que nació para independizar el norte de Italia y ahora abraza el nacionalismo y defiende posturas antiinmigrantes tiene competencia: los Hermanos de Italia.
Giorgia Meloni, líder de los Hermanos de Italia, mejoró los números del partido, opacó a Salvini y muestra coherencia. El ascendente partido de la ultraderecha siempre reivindicó un discurso nacionalista, a diferencia de la Liga, procristiano, crítico con la Unión Europea y sus dictados, a diferencia de Salvini, que forma parte del gobierno de unidad nacional de Draghi.
“La Liga está dividida en dos facciones y no se descarta que pueda haber dos partidos. Una primera facción es la tradicional, la nordista, más ejecutiva y vinculada a las expectativas de la Confindustria (que nuclea a los grandes empresarios locales). Esa facción prevaleció y apoya a Draghi”, asegura Marcelli.
Meloni “no quiso entrar al gobierno de Draghi, no lo apoya y es la única oposición, al menos en lo formal. Eso profundizará la crisis de la Liga. Hay una contradicción entre el proyecto tecnocrático de Draghi y el proyecto populista de Salvini”, indica el investigador.
Mientras el PD busca ganar tiempo para rearmarse, desde la Liga y Hermanos de Italia están dispuestos a apoyar la candidatura de Draghi para la presidencia de la república en febrero, cuando expire el mandato de Sergio Mattarella. De ser elegido, debería llamar a elecciones, que no es otra cosa que la verdadera apuesta de Salvini y Meloni.