Los actos oficiales para festejar (sí, festejar) el cuatrigésimo noveno aniversario del último golpe de Estado empezaron seis días antes de dicha efeméride. Y con una muy ambiciosa puesta en escena a modo de homenaje.
Es que, el 19 de marzo, la Ciudad de Buenos Aires amaneció tomada por todas las fuerzas de seguridad. Hubo retenes en sus accesos para identificar a pasajeros de combis y micros; la Plaza del Congreso lucía vallada con chapones de acero blindado, a lo que se sumaban más de dos mil mastines antropomorfos, dispuestos a masacrar a los jubilados que irían a manifestarse allí a partir de las cinco de la tarde. Ellos encarnaban la “hipótesis de guerra” en cuestión. Pero si en semejante despliegue existió un detalle orwelliano, ese no fue otro que la voz casi robótica, propalada una y otra vez como un mantra por los parlantes de las estaciones ferroviarias, con la siguiente advertencia: “Protesta no es violencia. La policía va a reprimir todo atentado contra la República”.
Esa fue una ocurrencia del asesor estrella del régimen, Santiago Caputo.
En rigor, esta vez todo estaba en sus manos, y no en las de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, dado que sus salvajadas del miércoles anterior no debían repetirse.
Ella ahora lo miraba de reojo, sin abrir la boca.
“La Piba” –tal como le gusta ser llamada a esa mujer ya casi setentona– fue la última en llegar al despacho de Caputo, situado en el Salón Martín Fierro de la Casa Rosada. Allí se topó con el subsecretario de la SIDE, Diego Kravetz.
Dicho sea de paso, el vínculo entre ambos es vidrioso. Celos de elenco en clave reciproca. Al respecto, bien vale retroceder al 20 de diciembre de 2023.
Ese día tuvo lugar la primera marcha piquetera contra el nuevo gobierno. Y Kravetz –quien por entonces era el secretario de Seguridad porteño, además de dirigir a la Policía de la Ciudad– se mostró ofuscado con Bullrich al recibir, estando en el teatro de operaciones, el palazo de un gendarme, cuando aquella fuerza arremetía contra la multitud, a raíz de una orden impartida por Bullrich desde la Sala de Situación del Departamento Central de la Policía Federal, sin haber tenido la delicadeza de anticiparle la violenta ofensiva de aquella horda.
Al ser consultado al respecto, de mala gana les soltó a los movileros:
–Pregúntenle a Patricia Bullrich.
Su bautismo de fuego no había comenzado de la mejor manera.
Pero pudo lucirse siete días después, en ocasión del multitudinario acto convocado por la CGT frente al Palacio de Tribunales. O, mejor dicho, durante su desconcentración.
Sólo que había dejado un pequeño detalle librado al azar: en un video que se viralizó fue posible oír, desde el cerco tendido por sus esbirros en la esquina de Corrientes y Uruguay, una orden que dio por radio por la frecuencia policial:
–¡No se me vayan las brigadas! ¡Tiene que haber detenidos!
Fue cuando comenzó la cacería de manifestantes.
Y al ser otra vez consultado al respecto por los movileros, volvió a decir:
–Pregúntenle a Patricia Bullrich.
Ese hombre de mirada huidiza y sonrisa de roedor aún hoy sospecha que ella fue la “filtradora” de esa imagen.
Pues bien, en diciembre de 2024, el alcalde porteño, Jorge Macri, decidió prescindir de sus servicios. Pero gracias a Caputo pudo aterrizar en la SIDE. Y desde entonces es su jefe operativo, siendo Sergio Neiffert (otro neófito en la materia que también goza de la estima del bueno de Santiago) su único superior.
Ahora el “Señor Cinco” y el “Señor Ocho” –llamados así por los espías en referencia a los pisos del edificio de la calle 25 de mayo, donde se encuentran sus despachos– oían con atención las directivas del poderoso monotributista.
También estaban allí los secretarios de Justicia y Transporte, Sebastián Amerio y Franco Mogetta.
Sin embargo, la atención de Caputo estaba depositada en Kravetz, como si él fuera su único interlocutor.
Tanto es así que, fumando un cigarrillo tras otro sin interrumpir su ingesta compulsiva de Speed, supo resaltar las diferencias entre la ciega bestialidad del “protocolo antipiquete” de Bullrich y su propia estrategia, basada en una fineza: las tareas de inteligencia previa sobre los manifestantes.
En eso, precisamente, Kravetz había trabajado durante los últimos días. Y a su turno analizó el “cuadro de la situación”, un paso ineludible –según sus palabras– para delinear el operativo con precisión quirúrgica.
El tono de su voz enervaba a Bullrich.
Los agentes de “La Casa” –así como se le dice a la SIDE– habían trazado un mapa muy laborioso de los accesos al territorio porteño desde el Conurbano; en especial, los de La Matanza y Lomas de Zamora, no sin detallar la frecuencia usual (y en situaciones de emergencia) de colectivos y trenes.
El aporte de Kravetz también incluyó un paper –realizado, eso sí, a las apuradas– sobre las organizaciones sociales, sindicatos y partidos de izquierda que se movilizarían, junto al perfil político de sus dirigentes (con sus respectivas fotografías para ser reconocidos en los monitoreos y, eventualmente, indicar sus arrestos desde la Sala de Situación). Asimismo, este informe pormenorizaba el número y la distribución de fisgones y provocadores infiltrados en sus filas.
Al concluir su exposición, Caputo tomó la palabra para aclarar que, de ahora en más, el asunto consiste en aplastar todos los focos de conflicto –y a sus hacedores– antes de que pudieran llegar al centro porteño.
En su arenga, no dejó de escrutar la figura entre contrariada y alicaída de Bullrich. ¿Qué clase de turbulencia habría en su estado anímico?
Desde entonces transcurrieron muy pocos días. Pero los suficientes para que la sombra de un rumor recorra los pasillos del gabinete nacional: el sueño –algo temerario– de Caputo por subordinar las fuerzas federales de seguridad a la SIDE. Y en aquel esquema aún de fantasía, Kravetz sería nada menos que el sucesor ministerial de Bullrich.
Claro que ello fue desmentido con énfasis por fuentes oficiales.
Pero la idea deslizada por Caputo entre sus alfiles para que sea justamente ella la candidata libertaria a senadora en las elecciones de octubre, no desentona con su angurria de control sobre los campos de la Inteligencia y la Seguridad.
¿Bullrich consideraría la posibilidad de una candidatura? Ni por las tapas.
No obstante, la existencia misma de tal rumor deja a la intemperie otra disfunción libertaria: la de una interna creciente en el “triángulo de hierro” entre nuestro joven Rasputín y la también poderosa Karina Milei.
Una pelea de fondo para alquilar balcones. «