Hay biografías que, de tan potentes, desconocidas y cambiantes, con un vuelco inesperado en el guion –primero heroicas, luego abyectas-, no necesitan justificación para ser contadas. Ni una efeméride ni un anclaje con la coyuntura ni un apellido reconocido por las nuevas generaciones. Por ejemplo, la historia de un jugador que llega a Buenos Aires desde el norte del país y debuta a lo grande en la Primera de Boca, con un gol. Y que enseguida se afirma como titular, se gana la preferencia de la hinchada y se consagra campeón una, dos y tres veces vestido de azul y amarillo. Y que, además, una de esas vueltas olímpicas es en las narices de River, en el Monumental. Y que juega 120 partidos en Boca y convierte 31 goles. Y que pasa al Estudiantes dirigido por Carlos Bilardo y se consagra goleador del torneo argentino. Y que después lleva sus goles a Europa y en Francia es compañero de ataque de una eminencia del área, Carlos Bianchi. Y que regresa al país, juega en Rosario Central y le convierte un gol a Newell’s. Y que viste la camiseta de otro grande, San Lorenzo. Pero que en esa vida acelerada, presuntamente triunfal, el relato en la semblanza de este jugador -a veces ídolo, otro goleador- sufre un quiebre. Y llega lo oscuro, lo dantesco, lo vil: ya en la posdata de su gloria, pasa de las páginas deportivas a las policiales. Y entonces sucede que en Bolivia, en su etapa como delantero de The Strongest, es acusado de femicida, de haber lanzado -mortalmente- a su pareja de un octavo piso de un edificio. Y que pasa varios meses en una prisión de La Paz hasta que, tras una colecta de ex compañeros de equipos argentinos -y en una zona gris de la reconstrucción del hecho-, regresa a la calle. Y que vuelve a jugar al fútbol, primero en Perú, y que incluso regresa al torneo boliviano, hasta que se retira. Y que, sin ahorros ni ingresos, empieza a vivir de polizón, a bordo de un tren de fronteras. Y que es detenido tantas veces que le pagan un pasaje de regreso a la Argentina, a su pueblo natal, Clorinda, en el interior de Formosa. Y que allí es recibido como el viejo héroe local, el orgullo del pago chico. Y que, para devolver parte de todo lo que la pelota le había dado a él, abre una escuelita de fútbol para los chicos de la zona. Pero que es detenido de nuevo y que vuelve a la cárcel, ahora una prisión argentina, esta vez acusado de haber violado a uno de los menores de edad a los que dirigía. Y que es condenado por la Justicia, aunque como encubridor de ese abuso sexual, por lo que más pronto que tarde recupera la libertad. Y que, ya canoso, panzón y siempre con la sonrisa pícara, visita al plantel de Boca como vieja estrella del pasado y, sin que nadie haya reparado en su prontuario, se saca fotos con los ídolos del siglo XXI. Y que hoy, ya a sus 75 años, vive solo en Clorinda, casi aislado, con poca -o nula- relación con el resto de sus vecinos. Así es la historia -o al menos un resumen de la historia- de Ignacio Ramón Peña, el “Cururú” Peña en Clorinda, el “Chango” Peña para los futboleros argentinos que gritaron y sufrieron sus goles en los años 70.

Su irrupción en la Primera de Boca fue el 29 de junio de 1969 contra Independiente en la Bombonera: no solo compartió ataque con otros nombres emblemáticos de la época -Nicolás Novello y Oscar “Pocho” Pianetti, el ídolo bostero de Diego Maradona-, sino que además, en el último minuto de ese domingo iniciático, le convirtió un gol al mítico Miguel Ángel “Pepé” Santoro para rubricar el 4-1 a favor de Boca. Siempre con debilidad para abrazar a los jóvenes del club, la hinchada le dio la bienvenida al formoseño, todavía de 19 años y de infancia compleja -casi sin relación con sus padres-, que había llegado a Buenos Aires para terminar de formarse futbolísticamente en La Candela, el predio que Boca tenía en La Matanza para sus divisiones inferiores. El apodo, entrañable aunque algo genérico para los jugadores que llegaban del norte, surgió inmediato: “Chango”, en reemplazo del original “Cururú”, sapo en guaraní -porque, en las competencias de los amiguitos de Clorinda para ver quien orinaba más cantidad o más lejos, Peña ganaba fácil, característica asignada a los batracios-.

Delantero izquierdo algo desordenado pero atrevido, guapo, encarador e insufrible para las defensas rivales -en especial por sus diagonales para aprovechar su pierna más hábil, la derecha-, Peña se ganó la preferencia del director técnico de Boca, Alfredo Di Stéfano -una referencia de River en los años 40 y posterior gloria del Real Madrid-, y se quedó con la titularidad de inmediato. El “Chango” fue protagonista en los dos títulos que Boca ganaría en aquel 1969, primero la Copa Argentina -a fines de julio-, y después el Nacional, en diciembre. Debajo de Silvio Marzolini, hincado a la derecha de la formación, Peña aparece en el póster de los 11 jugadores que decoraron miles de habitaciones de hinchas de Boca: son los héroes que empataron 2-2 con River en Núñez en la última fecha del torneo y, por única vez en la historia del club, dieron la vuelta olímpica en el Monumental contra su rival de siempre.

Con siete goles en 15 partidos, Peña también sería decisivo en el Nacional 1970 que volvería a ganar Boca. Es cierto que además continuaría otros dos años en el club, en 1971 y 1972, pero primero perdería explosión y luego, por su carácter mitad volcánico y mitad parrandero, entraría en algún conflicto. Según el excelente sitio www.historiadeboca.com.ar, de azul y amarillo jugaría 120 partidos (91 oficiales, por torneo local y Libertadores, y 29 amistosos) y anotaría 31 goles (23 oficiales), hasta que en enero de 1973 cumplió un ciclo y pasó al Estudiantes dirigido por un joven Bilardo, entonces de 35 años. En La Plata también brillaría: el torneo Metropolitano de aquel año será recordado por el Huracán campeón de César Luis Menotti pero el goleador del torneo fue el propio Peña, con 17 goles, junto a Oscar Mas (River) y Hugo Curioni (Boca).

Tal vez lo mejor de su carrera haya terminado ahí, aunque lo que seguiría también sería el sueño de cualquier profesional. Primero pasó a Francia, donde compartió plantel con Bianchi en el Stade de Reims durante las temporadas 1973-74 (5 goles en 24 partidos) y el inicio de la 1974-75 (2 goles, ambos al Olympique de Marsella, en seis partidos). En el medio, en una gira amistosa por África, ambos terminarían en medio de bataholas contra recios equipos locales: al “Chango” le gustaban esas peleas, se jactaba de acertar trompadas. Luego siguió en Grecia, en el Olympiakos, en donde dejó un recuerdo con sabor a poco porque en 14 partidos apenas convirtió un gol, aunque importante: fue en el clásico, a Panathinaikos.

En el primer semestre de 1976 volvió transitoriamente al país, a Rosario Central, donde jugó 14 encuentros pero lejos del fuego goleador que había mostrado en Boca y en Estudiantes: anotó solo dos tantos, otra vez uno de ellos en el clásico local, ante Newell’s -y sufrió la misma cantidad de expulsiones, dos, acaso otra señal de su irascibilidad-. Regresó a Francia, de nuevo a la Ligue 1, en el Rouen, y en lo que sería el fin de su aventura por Europa sumó 9 goles hasta 1979. Ya en 1980 se despediría de los estadios argentinos: jugó 8 partidos, sin goles convertidos, para un San Lorenzo que se asomaba al descenso que sufriría el año siguiente. En 1981, sin embargo, estaba en Bolivia, en The Strongest, que sería el rival de River y de Boca al año siguiente en la Copa Libertadores: también entonces existía “la ley del ex” y The Strongest vencería 1-0 a Boca, el 11 de agosto de 1982, con un gol del propio “Chango”.

Se trataba, desde ya, de una enorme trayectoria, la envidia de cualquier muchacho argentino, en especial de quienes encuentran en el fútbol las posibilidades económicas -y sociales- que no habían tenido en su infancia. Pero, aclarado eso, la biografía del “Chango” Peña carecía, hasta entonces, de un diferencial respecto a la de los miles de privilegiados que vivieron del fútbol profesional en los últimos 50 años, cuando la vida del formoseño -y en segundo plano su carrera- dio un giro dramático el 31 de octubre de aquel 1982.

Ya de 33 años pero siempre soltero, extrovertido, habitué de los boliches, de bolsillo suelto -despilfarrador-, rodeado de botellas y coleccionista de romances furtivos -algunos también lo recuerdan violento con las mujeres, de manosearlas en público-, en Bolivia comenzó una relación más o menos formal con Zulema Flores Andrade, una chica local de 23, secretaria ejecutiva. Una madrugada, tras mucho alcohol -en el caso del “Chango”- y una discusión entre ambos en el departamento del octavo piso del edificio de La Paz en el que vivía Peña, Zulema cayó al vacío y murió en al acto. “¿Asesinato o suicido?”, preguntaron los diarios de Bolivia. Aun a falta de testigos directos, la sospecha -obvia- fue que la mujer no había caído sino que había sido arrojada por el “Chango”. Incluso, más de 40 años después, ex compañeros de The Strongest recuerdan que en aquel momento llegó a decirse que la chica había muerto previamente, en medio de la pelea desigual, por una patada del futbolista. Era una época en la que no se hablaba de femicidios sino de “crímenes pasionales”. En el diccionario Olé de futbolistas, publicado en 1997, en la entrada del “Chango” Peña figura: “Se vio involucrado en un episodio policial al ser acusado de asesinar a una mujer empujándola del octavo piso, imputación que él rechazó”.

Acusado de asesinato, Peña -entonces en plena actividad como futbolista- fue detenido. Primero permaneció 37 días en la Dirección Nacional de Investigaciones Criminales (DIN), luego pasó tres días en el calabozo de Tribunales y finalmente estuvo varios meses en la cárcel de San Pedro, la principal de La Paz, donde compartió celda con otro futbolista argentino, Orlando López, ex Juventud Antoniana de Salta, preso por narcotráfico. Algunos jugadores de The Strongest fueron a visitaron y le llevaron cigarrillos (entre ellos Pablo Pekerman, hermano de José) y en el verano de 1983, cuando se jugó en Bolivia el Sudamericano Sub 20, también fue a verlo Carlos Pachamé, ex compañero suyo en Estudiantes y entonces técnico de la selección argentina juvenil. Sin embargo, ningún muchacho de The Strongest se mostró sorprendido por la derivación criminal. “Ignacio no se cuidaba mucho. Fue un gran muchacho, bueno… Cuando andaba sano. Le gustaba tomar«, dijo Eduardo Angulo, de The Strongest.

Aprovechando su cobertura de enviado al Sudamericano Sub 20 de Bolivia, un periodista de El Gráfico visitó al Chango Peña en la prisión en febrero de 1983. El formoseño se descargó entonces con lo que suele decirse en esas ocasiones: “Ahora en la cárcel he aprendido, sé valorar más, sé distinguir a la gente. Antes venían a chupar a casa y, ahora que los necesito, no están”. En una entrevista casi dos décadas posterior, en 2012, ya de regreso en su Clorinda natal, al blog Mitad de Canchatitulada “Nunca me arrepentí de nada”-, daría una versión no tan sufrida sobre aquellos días en la cárcel de Bolivia: “(Estuve) Re bien. Yo era rey. Me debían mucha plata y, si vos tenés plata, vivís bien ahí adentro. Vivía como esos narcotraficantes. Metía minas, ingresaba whisky. Si uno se quería drogar, tenía la mejor cocaína del mundo”.

Esas dos entrevistas son, también, sus únicas versiones en público de lo que, por falta de sentencia judicial, no puede ser catalogado de asesinato o femicidio. “Tuvimos una discusión como puede tener cualquier pareja. Yo grité y un vecino salió a decir que no hiciéramos ruido. Vuelvo al departamento y la veo que está sentada sobre el balcón. Ella me miró y me dijo: ‘Chau Ignacio’. Y se tiró…», dijo en 1983, a El Gráfico. “Ella era una chica que salía conmigo nada más, no era mi novia. Volvimos de un casamiento a mi departamento, yo estaba medio tomado y discutimos. Yo no quería salir más con ella y entonces me dijo: ‘Si no vas a ser para mí, no vas a ser para nadie’. Se sentó de espalda a la ventana y se largó desde un octavo piso”, sostuvo en 2012, a Mitad de Cancha. Tiempo intentó comunicarse con familiares de Zulema Flores Andrade pero no pudo contactarse.

En aquella nota a El Gráfico, en la cárcel de San Pedro (La Paz), Peña también pidió una colecta: “Si pago 5.000 dólares salgo, pero no los tengo. Posiblemente reciba ayuda de algunos amigos que tengo en Buenos Aires. El Tano Novello, Rojitas, ahora Pachamé que está acá con el Juvenil. Ojalá se solucione”. También en esa entrevista hablaron los abogados del futbolista, una pista decisiva para entender el final del caso: “Hay dos formas de ver el tema. Ateniéndose al proceso legal o llegando a un acuerdo con la otra parte. Tenemos elementos de sobra para probar la inocencia de Peña pero el proceso sería largo. Estamos tratando de  lograr un acuerdo con la otra parte, pero los padres de la chica están firmes, no quieren dar un paso atrás”. Y, ya en diálogo con Tiempo, uno de los ex compañeros de Peña recuerda justamente un acuerdo extra judicial: “Estuvo detenido un año, no creo que haya habido juicio. Los compañeros de Boca juntaron una plata y se le dieron a la familia de la chica, que retiró la acusación”. En concreto, Peña no fue sentenciado por asesinato y recuperó la libertad tras un acuerdo económico.

El “Chango” volvió a jugar en 1984, en San José de Oruro. Ya estaba grande, arrastraba sus vicios y duró poco. Luego pasó a Perú, a Alfonso Ugarte, en la altura de Puno, y fue despedido por indisciplina. Volvió a La Paz y hasta 1988 tuvo una última e intrascendente etapa en The Strongest y en su carrera: fue, entonces sí, su final como jugador. Sin dinero y ya retirado, se mudó a Santa Cruz de la Sierra y trabajó en el comedor de un tren que circulaba entre esa ciudad y Yacuiba, en el límite con Salvador Mazza, Salta. Estuvo detenido tantas veces en la frontera que los policías de Yacuiba lo pusieron de director técnico del equipo de la comisaría. Un alma caritativa -o alguien que no lo quería ver más- le pagó un pasaje de ida a Clorinda, donde fue recibido como el hijo pródigo que había triunfado en el fútbol -y, de hecho, muy pocos formoseños llegaron a Boca o River, entre ellos Hugo Ibarra y Raúl de la Cruz Chaparro-, y en 1991 formó una escuelita de fútbol con un nombre relativo a sus días felices: “La Candela”.

También con un trabajo en la municipalidad local desde su regreso al pueblo -en el área de Deportes-, en 2004 reaparició efímeramente en el llamado “mundo Boca”. Como el equipo entonces dirigido por Jorge Benítez jugaba enfrente de Clorinda, en Asunción, contra Cerro Porteño por la Copa Sudamericana, el Chango cruzó la frontera y visitó al plantel xeneize. “La delegación de Boca se preguntaba quién era ese hombre canoso y de bigotes, con una prominente panza, que se paseaba por el hotel. El Chango Peña es un personaje excéntrico, habla con soltura y humor. ‘¿Cuánto hace que no nos vemos?’, le dijo Benítez. Y Peña le respondió: «Es que estoy en mi provincia, Formosa, y desaparecí del mapa’”, publicó el enviado de La Nación.

En 2008, sin embargo, volvería al centro de la escena judicial, aunque el caso apenas tuvo trascendencia mediática nacional: Marcos Salazar, entonces un chico de 14 años y jugador de La Candela, lo demandó por abuso sexual a él y a Higinio Martínez, su ayudante en la escuela de fútbol. La ex gloria de Boca volvió a la cárcel y estuvo detenido un año y 9 meses, aunque sólo los primeros 15 días permaneció en una prisión formoseña y el resto del tiempo, acusado de una dolencia, siguió internado en la clínica Güemes, de Clorinda, custodiado por vigilancia, en una especie de cárcel domiciliaria pero en un hospital. Ambos investigados por “abuso sexual con acceso carnal”, el juicio únicamente condenó a Martínez por violación, mientras Peña fue condenado a tres años por encubrimiento: según la Justicia, no participó pero sabía de los hechos. Como el “Chango” ya había estado detenido 21 meses, la Cámara del Crimen ordenó su inmediata liberación.

Qué va a ser verdad. El día del juicio entré y salí caminando como si nada. No me comprobaron nada, era todo bola. Desde entonces abandoné el club y solo sigo en la Municipalidad, como hace 23 años”, dijo en 2012. Sin embargo, en 2015, Salazar (entonces de 21 años) publicó una carta en la que, sin nombrarlo, se refiere a Peña: “Mis padres me mandaron a aprender a jugar al fútbol y terminé abusado y violado. No fue solo un violador, fueron dos, un importante jugador de fútbol y su asistente. Fueron condenados pero el jugador, como era una figura pública, su pena fue de cinco meses. Los primeros cuatro estuvo internado en una clínica, el otro mes con arresto domiciliario, pero como tenía plata pagó un fianza y quedó libre. Yo acá marcado para toda la vida. Queda para siempre una herida. Lo pude contar a mis padres, que me creyeron, pero mi ciudad me dio vuelta la cara”.

También en 2015, el “Chango” aprovechó la visita de Boca a Formosa, para un partido contra Banfield por la Copa Argentina, y conoció a algunos jugadores del plantel: la cuenta oficial de Boca lo retrató junto a Carlos Tevez y Jonathan Calleri en un celebrado “encuentro de goleadores». Sin embargo, hoy con 75 años, según vecinos de Clorinda, el “Cururú” Peña ya dejó de ser un personaje simpático, querible. La gente le empezó a dar la espalda, creció el resquemor por la violación a Salazar -aunque la Justicia no lo haya condenado por abuso- y, tras la muerte de su última compañera, quedó solo: apenas se lo ve caminar por las calles del pueblo.

Hay historias que, por sus vaivenes entre lo heroico y lo abyecto –y sobre todo por el recuerdo de las víctimas-, no necesitan justificación para ser contadas. En su entrada en Wikipedia no hay referencia a sus antecedentes penales.