A los pocos días de su estreno, Mujer Maravilla ya estableció algunas marcas que llaman la atención. Durante su primer fin de semana en los cines alcanzó la mejor taquilla de una película dirigida por una mujer, Patty Jenkins, con 103 millones de dólares en los Estados Unidos y 223 millones de dólares en todo el mundo. Las opiniones favorables fueron generalizadas. En un sitio como Rotten Tomatoes, que promedia puntajes de críticas y calificaciones de los espectadores de todo el mundo, alcanzó el 93% de opiniones positivas entre los especialistas y el 92% entre el público. Por último, por primera vez una película de un superhéroe surgido del cómic convocó más espectadores femeninos que masculinos: aproximadamente 60 contra 40 por ciento.
Una de las principales razones cinematográficas de este fenómeno hay que buscarla en la elección de la dupla directora-protagonista: el binomio conformado por Jenkins en la realización y Gal Gadot en el protagónico resultó una fórmula sin igual. La primera ya había mostrado todo lo que sabe sobre eso de ser mujer en el siglo XXI con Monster: asesina en serie, su debut cinematográfico que también escribió. Allí Jenkins se las arreglaba para conseguir la empatía del público precisamente con una responsable de múltiples y crueles crímenes, creando el clima perfecto para entender a muchas mujeres acorraladas por un sistema desigual. Gadot, por su parte, encarna múltiples facetas que van más allá de su belleza: es exmiembro del ejército israelí (allí el servicio militar es obligatorio), modelo de alta gama, actriz y madre.
Puede decirse, en términos cinematográficos, que Mujer Maravilla no llegó sola hasta aquí: hay antecedentes que vienen de las luchas feministas que muy de a poco lograron colarse en Hollywood e ir ganando espacio. Si se toma la segunda parte de los ’70 como el comienzo de la concreción de logros en esas luchas (en especial con las leyes que posibilitaron el aborto libre y gratuito en varios países del Primer Mundo), la lista podría empezar con Annie Hall (Diane Keaton) en Dos extraños amantes (Woody Allen, 1977). Se trata del reflejo de un ideal masculino el del director, pero es una de las primeras protagonistas femeninas emblemáticas que seduce desde su intelecto.
Ripley (Sigourney Weaver) de Alien: el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) es ya decididamente una nueva mujer: está al mando de una nave (no al principio, pero asumirá ese rol con plena decisión), tiene conocimientos científicos y técnicos, e introduce la capacidad física para la acción a la par del hombre. Tiempo después, Sarah Connor (Linda Hamilton) en Terminator (James Cameron, 1984) quedó como una de las más emblemáticas heroínas de los ’80, aunque por motivos más interesantes que ser la madre del líder de la resistencia contra las máquinas: es la primera mujer popular (sin estudios, sin sofisticación) que convierte su dificultad en virtud. Para la segunda parte de la saga se transformó en una soldado irregular altamente entrenada que se pone sobre sus hombros (nada más ni nada menos) que la responsabilidad de salvar al mundo. En los ’90 las heroínas tomaron diferentes caminos, pero no pasaron inadvertidas las mujeres desesperadas que huyen del maltrato, retratadas en forma icónica en Thelma y Louise (de nuevo Ridley Scott, 1991).
La igualdad de género en la vida en general y la industria del cine en particular siguen pendientes y lejanas. Pero el éxito de Mujer Maravilla es un llamado de atención difícil de ignorar. Ojalá tomen nota quienes tienen que hacerlo. «