Para analizar los antecedentes históricos de una guerra, seguramente habría que sumergirse en varias centurias para escudriñar en su origen. En el conflicto en Ucrania. la historia podría retrotraerse al Rus de Kiev y el Principado de Moscú, en los siglos IX y XIII, los primeros estados eslavos. Pero esa sería una explicación superficial. Porque esta no es una guerra tribal ni étnica y mucho menos por las libertades y la democracia. Lo que comenzó desde 2014 como una guerra civil tras el golpe contra Viktor Yanukovich tiene un arranque más cercano en el tiempo y se trata ni más ni menos que de una guerra de poder que jaquea al unilateralismo de EEUU. Entre el Occidente atlantista y el eje Rusia-China por el control de Eurasia, el “Corazon de la Tierra” o “Isla-Mundo”.
Ese concepto fue acuñado por uno de los padres de la geopolítica, el inglés Halford John Mackinder, quien popularizó en 1904 una frase plasmada en estrategia del imperio anglosajón y que explica incluso la Primera Guerra Mundial: “Quién controle Europa del Este dominará el Pivote del Mundo, quien controle el Pivote del Mundo dominará la Isla-Mundo, quien domine la Isla-Mundo dominará el mundo”. El pivote es ese territorio que ocupó el imperio zarista y luego la Unión Soviética. La isla es la masa de Asia, Europa y África, donde se asienta la mayor parte de la población y los recursos del planeta. Acotación importante: No por casualidad la jefa del Comando Sur del Pentágono, la generala Laura Richardson, anda de gira por la otra plataforma insular, las Américas, a 200 años de la Doctrina Monroe, y hace hincapié en los recursos que atesora la región. Avisa que en estos tiempos de reformulación geopolítica, las últimas reservas del imperio están en el “patio trasero”. Y que pretenden ir a por ellas.
Recuperación. La Federación de Rusia, heredera del espacio de la Unión Soviética, tras su estruendosa caída en 1991 comenzó una tarea de reconstrucción desde la llegada de Vladimir Putin al poder, en agosto de 1999. Si la elite que le puso el último clavo en el ataúd de la URSS le creyó a los líderes occidentales que no extenderían la Otan hacia las exrepúblicas soviéticas, para el 2000 ya era evidente que no podían esperar una convivencia virtuosa y que si querían seguir siendo potencia debían disputar el Pivote del Mundo.
Hay quienes dicen que la de Ucrania es la primera guerra en territorio europeo desde la derrota del Reich. Eso, si olvidan la destrucción de Yugoslavia y el rol que cumplieron la Otan y EEUU en ese sanguinario enfrentamiento. Quienes crean que Europa no está en guerra desde 1945, olvidan las intervenciones “otanistas” en Irak, Afganistán, Siria y Libia.
Es en este contexto que Putin consolidó su poder en Rusia, luego de las guerras de Chechenia (1999-2009) y Georgia, por Osetia del Sur y Abjasia (2008). Su acercamiento a la lideresa alemana, Ángela Merkel -criada y educada, a la sazón, en la Alemania Oriental- permitió construir lazos que facilitaron el crecimiento de la industria en la locomotora de Europa por los combustibles a bajo costo provistos por el país euroasiático. Era un Pivote que apuntaba a ser autónomo del atlantismo. El proyecto descollante fue el desarrollo de las tuberías Nord Stream I y II para llevar gas a Alemania, cuyo último eslabón debió entrar en funcionamiento en 2022.
Esta semana un artículo del veterano periodista Seymour Hersh -ganador del premio Pulitzer por investigaciones sobre crímenes cometidos por tropas de EEUU desde Vietnam a esta parte- confirma lo que ya se sabía: que la explosión de los gasoductos, en septiembre pasado, fue un atentado perpetrado por EEUU para poner fin a esa alianza peligrosa para sus intereses, a pesar de que – o precisamente porque – una víctima de este ataque es la economía de un socio estratégico. (ver aparte).
Sin medias tintas. A medida que crecían en Occidente las voces contrarias a la anexión de Crimea, el mensaje desde el Kremlin se aligeró de aditamentos diplomáticos. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en 2017 pudo calmar un tanto las aguas entre Moscú y Washington, pero el empresario inmobiliario enfrentaba fuertes presiones de los demócratas, que lo acusaban de haber ganado la elección contra Hillary Clinton con ayuda de Putin. Es así que Trump puso fin al Tratado de Reducción de Misiles Nucleares de Alcance Medio (INF en inglés), en agosto de 2019. “Si todo esto se desmonta no quedará nada de las limitaciones a la carrera de armamentos. No quedará nada más que la carrera de armamentos -dijo entonces el mandatario ruso- y si EE UU sale del INF y los misiles son colocados en Europa, naturalmente responderemos de igual forma”.
Desde los países occidentales se replicaron acusaciones por supuestas violaciones a los DDHH del gobierno ruso y en abril de 2021 el caso del presunto envenenamiento del líder opositor Alexei Navalny llevó la cosa al paroxismo. «Globalmente, nos comportamos de forma prudente y modesta, a menudo incluso sin responder a las acciones inamistosas o incluso a groserías flagrantes», dijo esa vez Putin en un discurso ante la Duma en el que recomendó a Occidente que no se confundiera prudencia con debilidad.
A medida que se acercaba el 30º aniversario de la disolución de la URSS, el 25 de diciembre de 2021, el Kremlin fue planteando con mayor énfasis la necesidad de establecer pactos de no agresión en Europa y le exigió a la Otan y la Casa Blanca compromisos en tal sentido. “Deben entender que no tenemos ningún lugar donde seguir retrocediendo” dijo el domingo 12. “No podemos permitir desplegar en Ucrania misiles que estarían a unos minutos de distancia de Moscú -insistió-, eso está en la puerta de nuestra casa”.
Desde Washington, el secretario de Estado Antony Blinken aseguraba que quería detener una agresión rusa. Su par Sergei Lavrov, en tanto, no le escapaba a reuniones y conversaciones telefónicas sobre el asunto, pero aseguraba que defenderían su posición con firmeza.
A esa altura, as cartas estaban echadas.