Cómo suele ocurrir en muchos de estos casos, tardó un poco en despejarse el panorama electoral, para desplegarse el verdadero escenario venezolano. Siempre fue así, desde 1999/2002, y así será mientras gobierne el chavismo, aún en su pervertida versión actual.
No era una elección. Era una guerra.
La campaña, el candidato, los actos, el voto, los testigos, las mesas, fueron el mobiliario, la utilería de una puesta en escena bélica. Como toda guerra se anuncia con pistas. A veces, con revelaciones documentales.
Está vez hubo pistas. La primera fue que antes de la campaña María Corina advirtió que «Maduro solo puede ganar si hace fraude» (11/6/24. Miami Herald). O esta: Edmundo, el candidato de María Corina, fue el único que se negó a firmar el Acta de compromiso para respetar el resultado, cualquiera fuere.
Hacer la campaña debe haber sido un fastidio. Pero sin ella, no se podía construir el pretexto de guerra. El acto inicial de esa guerra fue promover marchas y cacerolazos pacíficos de gente pobre que votó contra Maduro.
El siguiente paso fueron disparos, quema de varios edificios públicos, algunos autos, amenazas de muerte a antichavistas moderados, incluso de comercio privado y la colocación de imágenes falsas en las redes. Cualquiera que sepa algo de historia de las guerras sabe que, salvo excepciones marginales, todas las guerras fueron declaradas, proclamadas, informadas al enemigo.
Uno que no avisaba era Hitler. Otro, Stalin -en los pocos casos que las hizo- o Gengis Khan en el siglo XI.
Entonces la cuenta es simple.
A) Firmaron en Curacao delante de Noruega y EE UU, un Pacto para ir a elecciones porque de otra forma no tenían legitimidad para la acción en Venezuela.
B) Se inscribieron en el CNE porque sin eso era imposible participar.
C) Hicieron la campaña porque sin ella no existía teatro de guerra, y María Corina besó viejitas y niños pobres porque sin eso su imagen de niña rica de cuna, arisca a esas veleidades, no se legitimaba, populísticamente hablando.
D) Contaron los votos porque es un acto menor realizado por técnicos y algoritmos.
Pragmatismo
Sin ese montaje escénico en cuatro actos, no había guerra.
Aunque sea una guerra de baja intensidad. Cómo se sabe, la política es una más de las tecnologías creadas por el homo sapiens en su compleja y dolorosa historia social. El golpe de Estado, la conspiración, el asesinato, la revuelta social planificada, la campaña de desprestigio o el anuncio de un fraude antes de contar los votos, son algunos de los recursos y técnicas de esa tecnología llamada política.
Si no fuera así, con cuál racionalidad se explica -como advierte la doctora Marisol Plaza, exProcuradora General- que María Corina haya declarado ganador a Edmundo con el 70% de las actas y votos… pero se haya negado a presentarlas a la prensa mundial, al CNE o a los tribunales, para asegurar su triunfo.
Yo no conozco un solo caso en que un ganador haya desperdiciado la oportunidad de demostrar que ganó. Habría que ser idiota y ella no lo es. México es el último acto- demostración: todavía se están contando los votos. A María Corina no le interesaba que los votos se contaran y validaran en forma oficial y pública. Su objetivo era otro: la guerra. Aunque sea de baja intensidad.
Una evidencia: intenten ingresar -como yo lo intenté-, al link de su página donde, según ella, están las Actas que demuestran su victoria. Con toda esta evidencia acumulada, casi todos los periodistas, incluso los más imparciales y demócratas, incluso los de C5N, dudaron de Maduro, no de María Corina. Dudaron solo de una parte, colocándose del lado del otro. Con la misma simpleza de inteligencia que se colocaron del lado de Israel genocida.
Esto sorprende fuera de Venezuela. Pero esa simpleza moral del periodismo es minúscula cuando la comparamos con el apoyo público dado a María Corina por casi 100 dirigentes, cuadros sindicales, intelectuales y exministros de Chávez, a Edmundo. La explicación es tan simple como el acto “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Una antigua simpleza del raciocinio humano llamada pragmatismo.