Roman Abramovich, enriquecido después de la caída de la Unión Soviética en 1991 con las fraudulentas privatizaciones de Boris Yeltsin, le compró a su tercera esposa 40 hectáreas de la luna. En agosto, después de diez años de matrimonio, se separó. El 2 de julio de 2003, Abramovich compró al Chelsea de Inglaterra. Nada lo divorció. Campeón con cinco Premier League y una Champions, lejos de enviarlo a la cárcel como a otros oligarcas rusos, el presidente Vladimir Putin le estrechó la mano. Rusia organizará el Mundial 2018. Lionel Messi en el Barcelona y Neymar en el Paris Saint Germain tienen en el pecho a la aerolínea Qatar Airways. Cristiano Ronaldo en el Real Madrid, a Fly Emirates, de Emiratos Árabes Unidos. Son los tres jugadores finalistas del Balón de Oro. Qatar es dueño del PSG, líder de la liga francesa, y Emiratos Árabes del Manchester City, más líder de la Premier. Qatar, cada vez más comprometida, fue electa sede del Mundial 2022. Estados Unidos, enojado después de perder la elección, sacó a la cancha al FBI para enjuiciar a sobornadores y sobornados de la FIFA en Nueva York. Los millonarios del deporte americano ya habían comprado, imitando a Abramovich, Manchester United y Liverpool. EEUU, con la candidatura compartida con México y Canadá, le apunta a ser sede en 2026. Un paso atrás viene Marruecos. Rusia y los desprendimientos de la URSS, el mundo árabe y siempre EEUU libran su juego en la geopolítica del fútbol, que gira alrededor de un Estado supranacional llamado FIFA.

No hay Tercera Guerra Mundial. Tampoco Guerra Fría, aunque en el Arsenal haya revivido con un dueño ruso -Alisher Usmanov- y con otro estadounidense -Stanley Kroenke-. Hay una batalla en la industria de la comunicación, en la que el fútbol es la principal mercancía. «La realidad es que la mayoría de los Estados no pueden enfrentarse militarmente. Un mínimo chispazo, en este mundo de la proliferación nuclear, puede terminar con todo», dice el geopolitólogo argentino Damián Jacubovich, y marca: «De ahí que los medios de comunicación empiezan a ganar cada vez más poder, porque el poder empieza a conquistarse ya no a través de las armas, sino de la comunicación. ¿Cómo ganar mayor poder comunicacional? Con el fútbol, el deporte más visto en el mundo. No son sólo apuestas financieras. Son caballos de Troya en los países más importantes del fútbol, que facilitan el lobby para obtener los Mundiales, el mayor sinónimo del soft power, que es que el otro te obedezca sin emplear ninguna fuerza militar». Nasser Al-Khelaïfi, magnate de la familia real de Qatar, dueño del PSG, no sólo es miembro del Comité Organizador del Mundial 2022: como parte de Qatar Sports Investments, creador de la señal Bein Sports, filial occidental de Al Jazeera, Al-Khelaïfi es investigado en la justicia suiza por la compra de los derechos de transmisión de los Mundiales 2026 y 2030 para Oriente Medio y el norte de África.

«Hay una conexión indirecta entre el mundo árabe y Rusia: ambos tienen un proyecto político más amplio asociado con el fútbol, en el que la Copa del Mundo es una parte, y obtener la visibilidad global a través de clubes extranjeros, otra. Los inversores de EEUU, en cambio, nos siguen engañando con el dinero en la compra de los clubes ingleses», dice David Goldblatt, sociólogo inglés. Kroenke, dueño del 67% del Arsenal, es propietario de equipos de la NBA, NHL y MLS, ligas estadounidenses de básquet, hockey sobre hielo y «soccer». El oligarca ruso Usmanov, que resiste con el 30%, apareció en los Paradise Papers. La filtración reveló que compró su parte en una operación mediada por la sucursal de la compañía Appleby en la Isla de Man, paraíso fiscal británico. Los documentos alertaron que el iraní Farhad Moshiri, dueño de la mitad del Everton, es socio de Usmanov y copropietario del Arsenal. La Premier League prohíbe que una persona sea accionista en dos clubes. En un informe, la UEFA detalló en enero que los dueños norteamericanos tienen un «fuerte vínculo con la industria del deporte», mientras que desde Rusia y el mundo árabe llegan «gracias a la financiación obtenida por sus vínculos con la energía y la política».

«La nueva tendencia es la compra de clubes y el trabajo en dos direcciones: organizar cosas en casa para figurar en el mapa y ser protagonista en la casa de los que tienen un mercado intocable, como la Premier o la Champions», explica el historiador catalán Toni Padilla, y agrega: «Así crean una imagen amable y ganadora, crean contactos y diversifican la economía para no depender sólo del gas o del petróleo. El caso de Estados Unidos es diverso, pues se trata de iniciativas sobre todo privadas, reflejo de su economía. El del Golfo Pérsico es sí una estrategia estatal. En el caso ruso, una mezcla. Los grandes empresarios caminan con el gobierno. Roman Abramovich es famoso por invertir en el Chelsea, aunque en algún momento tocará analizar más su papel en el fútbol ruso como benefactor de la federación y de la campaña mundialista». No es casualidad, entonces, que entre los 100 hombres más ricos del mundo según la revista Forbes, 76 hayan involucrado sus dineros en el deporte. Al fútbol, todavía, se juega en la Tierra.