Descendiente del célebre autor de María (Jorge Isaacs), Daniel lleva la literatura en su ADN y es un apasionado de la fotografía. No sólo colecciona fotos del siglo XIX, sino que hoy utiliza las técnicas de ese momento para hacer las suyas.
Presentó en la Argentina Un hombre que hacía retratos (Emecé), una novela que narra la historia de Tarak, un dibujante de la India que descubre el mundo de la fotografía a través de David Douglas. Este fotógrafo inglés abre uno de los primeros estudios fotográficos en esas lejanas latitudes. La fotografía será para Tarak no sólo un modo de registrar la realidad, sino de desarrollar su mundo espiritual captando el alma de la mujer universal.
Un novela extraña en la que la fotografía descubre su costado místico y deja registro de la importancia de su nacimiento en el siglo XIX. La fotografía de la tapa pertenece al autor, quien utilizó una técnica que se llama cafenol.
-¿Por qué en tu novela la fotografía, especialmente las técnicas fotográficas del siglo XIX, tienen un lugar tan importante?
-Porque como fotógrafo las sigo practicando y me interesaba explicarlas, aunque sea someramente a las personas que no las conocen. Al hablar de esas técnicas ya estás hablando del siglo XIX porque los sistemas de que se disponía entonces son totalmente distintos de lo que hay ahora. La fotografía tardó en inventarse aproximadamente 61 años desde que empezó el daguerrotipo hasta Kodak. Con Kodak comienza la fotografía un poco como la entendemos ahora. En ese lapso de más de 60 años la técnica se fue mejorando. No fue un invento que se produjo y quedó así, sino que es comparable a la aviación. Primero fueron los hermanos Wright, luego el avión de doble ala hasta que se llega al DC 3.
-¿Cómo aprendiste esas técnicas que ya nadie utiliza?
-Hice algunos cursos de aproximación con esas técnicas y luego me sumé a un grupo de fotógrafos de Barcelona con el que estudiamos técnicas ancestrales de la fotografía.
-La historia de la novela se cuenta a partir de la fotografía.
-Sí, eso era lo que me interesaba, no referirme a la fotografía en términos de ensayo porque eso, además, ya está hecho. Sin que fuera una novela sobre fotografía, me parecía interesante contar una historia a partir de allí, pero siempre partiendo de la literatura. Luego hay otros aspectos en la novela, como el aspecto místico que se enreda un poco dentro de la historia de la fotografía. Procuré no caer en algo meramente técnico.
-La fotografía del siglo XIX, más allá de lo técnico, tiene algo muy literario en sí misma. Por ejemplo, una variedad de grises y climas que hoy no se encuentran, esos decorados de columnas y parques, esos animales ya sea vivos o embalsamados de los que hablás en tu novela. ¿Cuál es el secreto del encanto que tienen hoy esas fotografías?
-Tienen una teatralidad, incluso algo de circense. Hay un detalle a tener en cuenta y es que el tiempo de la obturación de la cámara era muy largo. El daguerrotipo necesitaba un minuto o un minuto y medio. Por eso los muebles que suelen verse en esas tomas tenían un apoyador de cabeza. Lo mismo sucedía con la técnica del colodión húmedo que fue la que la siguió más o menos en los años 1850 o 1851. El movimiento no se podía registrar. Sólo podía registrarse lo que estaba quieto. De ahí viene esa famosa frase “el que se mueve no sale en la foto”. Con el colodión húmedo el tiempo de exposición se reduce a 10 o 12 segundos. Aun así, tener a un niño o a una mascota 10 segundos quietos no es algo muy fácil de lograr. Toda esa teatralidad de la que hablamos tiene que ver con imitar las cosas de la naturaleza para que se quedaran quietas. Si se ven, por ejemplo, fotos de esa época de un tenista, se comprueba que esas fotos eran rígidas. En cambio, cuando hoy vemos una foto de Del Potro jugando al tenis se nota que realmente que hay movimiento. Los decorados respondían a la necesidad de quietud. Por otro lado, las pautas fotográficas de la época victoriana eran muy rígidas. Por ejemplo, las fotos había que tomarlas en tres cuarto de perfil derecho o izquierdo. Estas indicaciones se les entregaban a los fotógrafos cuando hacían una sesión fotográfica y ellos procedían de acuerdo a ellas.
-¿Quzá por la inmovilidad era tan común en el siglo XIX fotgrafiar muertos? Hay en Argentina una famosa fotografía de Sarmiento sentado en una silla, que se tomó luego de su muerte.
-No, en realidad la tradición de las fotos de difuntos tiene que ver con una idea un poco ingenua. En el siglo XIX había una gran mortalidad infantil y tomarle una foto a un niño muerto sentado en una silla era una forma de tener un recuerdo.
-Tarak, el personaje de tu novela, no respeta tanto esas reglas victorianas de las que hablababas.
-Lo que le pasa a él es que no conocía las normas victorianas aunque vivía en la época victoriana. Por eso utiliza la cámara de acuerdo con la manera en que él entiende la mística, la poesía…Hace fotos de una persona de forma totalmente natural que luego fascinará a quienes las ven.
-También es lo que le cuesta la vida.
-Sí, ese final es tremendo. En ese momento se daba la misma brutalidad de hoy, la misma imposibilidad de comprender la poesía.
-Hay una escena de gran sensualidad en una sesión fotográfica de Tarak. Esa escena casi no se describe o se lo hace apenas. ¿Por qué optás por este tipo de narración casi sin descripción en una novela que habla sobre la mirada?
– Sí, es cierto. Hay un párrafo en que se dice que Tarak pierde el foco. Éste se pierde cuando se está demasiado cerca del objeto o la persona a fotografiar. Eso significa que tenía a la mujer a una distancia de intimidad. Preferí ese recurso a hablar de un beso o de algo de ese tipo. Es el lector el que tiene que imaginar lo que sucede. Me interesa mucho el compromiso entre el escritor y el lector. Al fin de cuentas, cuando tú compras un libro estás asumiendo el compromiso de leerlo. Me gusta mucho esa complicidad. De alguna manera, el libro se fue dictando dentro de mí. A medida que los personajes se iban definiendo, iban tomando identidad propia, iban estableciendo relaciones, fuerzas y tensiones que se fueronn resolviendo solas. Tenía algunas ideas muy claras pero también fui tomando decisiones sobre la marcha. Trabajo un poco con la técnica de la ópera y también con algo de María de Jorge Isaacs, en esas dos figuras que caminan por el jardín.
-Justamente iba a preguntarte si eras pariente del autor de María, Jorge Isaacs.
-Era mi tátara abuelo. Mi madre era bisnieta de Jorge Isaacs. En su familia la literatura era una tradición. La historia familiar es muy interesante. Se trata de una familia judía que se instala en Colombia y que se hace muy rica con el azúcar. Jorge era un muchacho sensible y poco dado a los negocios y se dedica a escribir y muchas otras cosas, porque era polifacético. Escribe María, que es un libro universal y el primer libro costumbrista de América Latina.
-En tu novela, también el tiempo tiene un protagonismo.
-Sí, va contra la idea de que el tiempo es una línea como se piensa habitualmente. Jung decía que el tiempo puede ser circular. Mirar una foto del siglo XIX es un poco entrar en otro circuito temporal y cambiar un poco la forma del tiempo. Soy un gran amante de la fotografía vernácula. De hecho no hay mercadillo que no visite. Compro fotos compulsivamente. Cuando me voy de viaje, pongo en la maleta un grupo de fotos para que me acompañen. En mi estudio tenía una colección de huérfanos fotográficos (risas). Es que de la fotografía antigua sólo hay lo que hay. Con lo digital se modificó todo. Pero las fotos antiguas que circulan son todas las que hay.
-Vuelvo un poco atrás. ¿Quiénes pintaban esos telones que la fotografía del siglo XIX?
-En los grandes teatros siempre había una industria de los decorados, de la vestimenta. En Barcelona estaba la casa Perits, por ejemplo, que hacía decorados para ópera, pero también hablo de la Scala o del Teatro Colón. Alrededor de eso había todo un mundo en el que también estaba la fotografía. La fotografía compartió por ejemplo, actividad con el miniaturismo. Se iba a los estudios a hacer una miniatura. Se hacían retratos, pequeñas fotografías de la persona amada que se ponían dentro de un camafeo o relicario para recordarla siempre. Hoy este tipo de miniatura es muy deseada y buscada. Muchos de los fotógrafos de esa época compartían actividades, eran miniaturistas y fotógrafos.
-En tu novela haya dos escenarios fundamentales. Uno es Inglaterra y otro, India. ¿Por qué situás a los fotógrafos en este último país? La primera escena de la cremación introduce al lector en otra cultura y, salvo por el título, no se espera que esa cultura tenga que ver con la fotografía.
-Durante la Revolución Industrial en Inglaterra hubo una gran migración hacia Oriente. Los pioneros de la fotografía fueron aventureros que se lanzaron a un mundo totalmente desconocido y peligroso. Muchos de los fotógrafos que tengo en la colección fueron a Oriente, atravesaron los mares para ir a tomar fotografías allí. Muchos de ellos se jugaron la vida para fotografiar lugares desconocidos. Iban a la India a buscar imágenes exóticas. Era una empresa muy arriesgada. Luego, muchos fotógrafos abrieron allí estudios, muchos de los cuales llegaron a ser muy importantes. El que ostentaba el privilegio de ser el estudio más antiguo del mundo y estuvo abierto hasta hace poco, estaba en la India y es de origen inglés. Esto sucedió sólo en la India, sino en Oriente en general. El primer fotógrafo que fotografió muertos en el campo de batalla fue, en Crimea, el inglés Roger Fenton. De modo que la fotografía fue muy importante. Se la utilizó para vender todo lo “bonito” que había en Oriente, fotos exóticas para el momento que mostraban los tesoros de la India y los tesoros de los marajás, los faquires y todo un mundo que parecía de cuento. Todo esto estuvo contado por la literatura, pero lo que hizo la fotografía fue liberarla de la carga descriptiva. Los escritores eran muy descriptivos antes de la fotografía.