Llega el ritual de cada año, para mí, feliz. Entrar a la Feria del Libro posibilita, por un ratito al menos, olvidarse de tarifazos y de angustias diversas de actualidad. Recorrerla posibilita al visitante consumir una bebida única: un tazón de rico té de libros y escritores que calma y espiritualiza.

Muchos sostienen que la gente camina como si estuviera en un shopping. Pero, estoy seguro, que no es lo mismo caminar entre marcas de ropa de moda que entre libros. Siempre habrá una idea suelta que se nos pegue, un acto cultural que nos invita a compartirlo, una firma de algún escritor admirado que nos gustaría atesorar o, desde alguna góndola o mesa de oferta, un libro que nos guiña un ojo como hace mucho tiempo nadie lo hacía.

Eso es la Feria del Libro.Lugar para pasear, para mirar, para aprender. Millones de visitantes ya tiene y las estadísticas de cada año lo prueban. Lo que necesita, y mucho, es millones de compradores y, especialmente, millones de lectores. Hay una materia –el placer por la lectura– que no se enseña en ninguna escuela y esa sí que es una deuda. Ser lector: el gozo del que encuentra en las páginas de un libro, el sueño, la fantasía, la imaginación superadoras de su propio mundo. Ser lector: alguien hecho  de papel, de tinta y de letras negro sobre blanco.Ser lector: orgulloso de lo ya leído y definitivamente preocupado por todo lo que falta leer y que, probablemente, nunca lleguemos a completarlo.

¿Qué vale más?¿Haber concluido disciplinadamente la lectura de En busca del tiempo perdido o conocer al dedillo las recetas del libro de Doña Petrona? Imposible decidirlo, porque haya leído cantidades o muy de vez en cuando, siempre habrá un libro transformador. Los míos fueron, Botón Tolón, de Constancio C. Vigil, el primero que me trajo mi papá después que aprendí a leer; luego El arte de amar y, especialmente, El miedo a la libertad, de Erich Fromm, por suerte de lectura obligatoria en un ingreso a la facultad; por supuesto, muchos más, y uno reciente que me deslumbró, La sociedad del cansancio, del filósofo coreano Byung- Chul Han (gracias Rita Cortese por recomendármelo).

Conozco personas que se leyeron todo y también sé de más de uno que no agarró un libro en su vida, excepto esos dos o tres que le permitieron suplantar la pata averiada de la mesa del comedor. Hay gente que se quema las pestañas leyendo y otros cuyo libro de la vida tiene todas sus páginas en blanco. Están los que viven en estado de lectura y los que dicen que revisando correos, tuits y facebooks ahora leen mucho más que antes. Entre las muchas clases de lectores que reconozco, el que más me conmueve es el niño-adolescente lector, ese que antes se devoraba la colección Robin Hood, la de tapas amarillas (¡Atención! ¡Todavía se consiguen!) y ahora liquidan, completa, la saga de Harry Potter, valorizando la lectura antes que las películas.

Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro: la trinidad del ser humano que procura completarse como tal. Vuelve por unos días la cita anual de la feria porteña e internacional, que es recorrido amigable, punto de encuentro, foro de debate, exhibición de novedades (y de vanidades, también), deseo de actualizarse, manifestación de libertad. Cambiemos de tema: la manera de hacerlo la podemos encontrar en un libro.Justamente ese que te acaba de chistar desde un estante y se quiere ir con vos. «