En el mar Mediterranéo, frente a las costas de Marsella, la delegación argentina sumó este jueves su segundo podio en París 2024, tras el oro de José Maligno Torres en BMX Freestyle. La dupla entre Eugenia Bosco y Mateo Majdalani sumó lo que ya fue habitual en los últimos Juegos Olímpicos: un festejo celeste y blanco en vela, esta vez por el segundo puesto en la categoría Nacra 17, también llamada Multicasco Mixto.
El dato es asombroso: 9 de las últimas 32 medallas ganadas desde Atlanta 1996 fueron gracias a la vela, un deporte practicado en la vía fluvial entre el Río de la Plata y el río Paraná y reconvertido en el alma del olimpismo argentino. O, al menos, la fábrica de sus podios. La motosierra de Javier Milei no funciona en el agua.
Así como Majdalani nació en Buenos Aires hace 30 años y comenzó su aventura en el agua en el Club Náutico de San Isidro (el mismo de Santiago Lange), sobre el enorme estuario que forma el Río de la Plata, Eugenia Bosco nació en San Pedro y también empezó en el deporte de chica, sobre el río Paraná.
En la geografía argentina hay otros lugares donde se practica vela, por ejemplo en la costa Atlántica o en cada laguna del interior en las que se multiplican los clubes de yachting, pero la gran cantidad de navegantes de primer nivel mundial que tiene Argentina se explica en la Cuenca hidrográfica del Plata.
Desde Atlanta 1996 hasta Río 2016, los representantes argentinos de vela acumularon seis Juegos consecutivos arriba del podio, una proeza que sólo el boxeo superó en la historia, con ocho ediciones seguidas, desde París 1924 hasta Roma 1964. Y aunque en Tokio 2020, la menor cosecha en Juegos Olímpicos para la delegación albiceleste en los últimos 28 años -a la espera de la ubicación final de Las Leonas en 2024-, se cortó esa racha, también fue una pintura de la actualidad: si la vela no suma, Argentina lo siente.
Las dos disciplinas más exitosas son justamente el boxeo, con 24, y la vela, desde hoy con 11, sobre 79 en total. Una en el comienzo de la historia olímpica y la otra en el presente.
Hidrovía de medallas
En estos últimos 28 años, la mayor cantidad de medallistas olímpicos argentinos se formaron en el inmenso estuario del Río de la Plata y en los clubes de regatas ubicados a lo largo del río Paraná, 800 kilómetros del canal fluvial conocido como la Hidrovía, por donde salen el 80% de las exportaciones del país, en especial soja y cereales.
No sólo navegan miles de embarcaciones que trasladan toneladas de producción industrial y agropecuaria: es una hidrovía deportiva en la que también se entrenan posibles medallistas olímpicos.
A diferencia de la hostilidad en invierno que caracteriza a la costas de Mar del Plata y del extensísimo Mar Argentino en la Patagonia, el Paraná y el Río de la Plata ofrecen un clima benigno y son ríos navegables todo el año. A lo largo de cientos de kilómetros, en sus orillas se levantan grandes ciudades entre Buenos Aires y su periferia y Corrientes, entre tantas otras.
A la enorme estructura de clubes, en especial en el norte de la ribera bonaerense, se le suman regatas que se replican por todo el país. El Gran Prix del Litoral, por ejemplo, es una fiesta de pueblos y capitales provinciales que tiene fechas en San Pedro, Villa Constitución, Paraná, Santa Fe y San Nicolás.
No se trata, es cierto, de un deporte barato ni al alcance de todos: algunos clubes son exclusivos y las embarcaciones para la clase infantil, Optimist, enfocada para los chicos de entre 6 y 15 años, cuestan cerca de 4.000 dólares. Pero, aún así, las competencias rebosan de jóvenes y adultos.
Argentina, en verdad, siempre festejó sobre el agua, y no justamente el de las piletas: el remo aportó platas en Helsinki 1952 y Munich 1972, y bronces en Berlín 1936 y México 1968, mientras que la vela ganó platas en Londres 1948 y Roma 1960.
Pero la confirmación de la vela como la gran fábrica de medallas llegó en los últimos 28 años: además del aporte de Bosco y Majdalani de hoy, también hubo oro en Río de Janeiro 2016, platas en Atlanta 1996 y Sidney 2000, y bronces en Sidney 2000 (2), Atenas 2004, Pekín 2008 y Londres 2012.
Con tres medallas, una de ellas de oro en Río de Janeiro 2016, el regatista Santiago Lange es uno de los argentinos más ganadores de los Juegos Olímpicos, sólo por detrás de Carlos Mauricio Espínola, también representante de vela, y de Luciana Aymar, figura de hockey sobre césped, ambos con cuatro. En su biografía titulada “Viento”, Lange –participó en siete Juegos, récord argentino- reconstruyó que su amor por los deportes náuticos comenzó en el norte del conurbano bonaerense, pocos kilómetros al norte de la Capital Federal, a orillas del Río de la Plata.
“Todo empezó como un juego. Nuestro patio de aventuras comenzaba allí donde el parque arbolado del Yacht Club Argentino balconea sobre el río, y se volvía infinito una vez que abordábamos nuestros pequeños barcos. Con apenas siete años teníamos para nosotros el río Luján y más allá, el Río de la Plata, inmenso e inabarcable. Crecer en el punto exacto donde un gran embudo de agua dulce, del color oscuro de la tierra, se convierte en un delta de islas, islotes, ríos y riachos me dio un acceso excepcional a lo que desde siempre fue mi gran pasión, navegar. Pronto, en medio de aquellas pruebas, comenzamos a descubrir los secretos de la naturaleza. Para llegar primeros debíamos advertir de qué lado soplaba más viento o reaccionar rápido cuando había un cambio en su dirección”.
Majdalani, pese a su edad, fue uno de los profesores de Lange, que hoy estuvo presente en las costas de Marsella. Se dieron un abrazo. Uno de oro y otro de plata, pero ambos formados en el Río de la Plata.