“Visto de cerca, nadie es normal” asegura una conocida frase. Muy posiblemente Rosa Montero la suscribiría a juzgar por su último libro, El peligro de estar cuerda (Seix Barral), que presentó recientemente para la prensa de América Latina a través de una entrevista virtual. En él se acerca con empatía a los creadores que padecieron desde ciertas “rarezas” en realidad no tan raras hasta quienes sufrieron psicosis. El propósito declarado de su libro es establecer la relación que existe “entre la creatividad con cierta extravagancia.”
Por sus desfilan desde Virginia Woolf a Nietzsche, desde Freud a Doris Lessing, desde Louis Althusser a August Strindberg y Nathaniel Hawthorne, entre otros. Ella misma se pone como ejemplo de alguien con un “cerebro raro”, ya que padeció ataques de pánico en distintos períodos y en su infancia se repitieron “pesadilla geométricas”. Soñaba con formas que en sí mismas no tenían nada que pudiera generar miedo, pero que ella experimentaba como una amenaza. “Yo era -dice en el libro- una mosca aprisionada en la pegajosa tela de una trama poliédrica. Me sentía en peligro.”
De alguna manera, Montero coincide con quienes aseguran que la creación es un viaje de ida hacia el delirio con pasaje de vuelta. “La vida –afirma en El peligro de estar cuerda– es una discoteca barata vista a la luz del día. Y así, igual que el delirio del psicótico es una defensa de su mente, que se esfuerza en dar sentido a un mundo incomprensible, las novelas son delirios controlados para intentar apuntalar una realidad demasiado precaria.” Y enfatiza: “Te lo repito: algo nos falla en la cabeza a ese porcentaje de gente más creativa; algo nos impide creer a pie juntillas en el espejismo de la `normalidad`”.
Según afirmó en la entrevista ante la prensa, si algo la salvó de franquear el portal de la locura es la posibilidad de escribir y de publicar, es decir, de comunicar, de entrar en contacto con los otros, lo que es coherente con lo que afirma en su libro: “Estar loco es, sobre todo, estar solo. Pero estoy hablando de una soledad descomunal, de algo que no se parece en absoluto a lo que entendemos cuando decimos la palabra soledad. Aún no se han inventado las letras que puedan describir y contener una soledad así.”
Se trata de un texto que podría calificarse de torrencial por la profusión de citas, ejemplos y reflexiones que fluyen con la misma apasionada naturalidad con que Montero habla. Pero tras ese fluir que da la sensación de una espontaneidad total, se adivina un trabajo de orfebre. No solo ha consultado muchísimos textos de especialistas sobre los trastornos mentales, sino que ha puesto en el lugar exacto innumerables citas de autores muy diversos que parecen especialmente escritas para figurar en su texto. Ricardo Piglia imaginó alguna vez un libro enteramente hecho de citas. Montero logró enhebrarlas de tal manera que forman un todo con su escritura y permiten vislumbrar que el subrayado de los libros que leyó es también una forma de creación literaria.
En la conferencia de prensa afirmó que El peligro de estar cuerda es el libro de su vida porque a través de él logró contestarse muchas de los interrogantes que se ha formulado a lo largo de su existencia. “He llegado casi una epifanía –afirmó –, a unas respuestas que me son suficientes. Imaginaos cómo no voy a sentir que es el libro de mi vida. Aparte de eso, es el libro de mi vida en otro sentido no tan contundente. Porque si te planteas cuál es el sentido de la realidad y de la irrealidad, cómo se mezclan lo imaginario y lo concreto, te estás planteando también cuál es el sentido de la vida y si te planteas cuál es el sentido de la vida, te tienes que plantear también cómo puedes soportar el sinsentido de la muerte. El miedo a la muerte es uno de los grandes motores que están detrás del trastorno mental y, desde luego, completamente detrás de los trastornos de pánico que he tenido. Entonces a través de la búsqueda en los campos de la creación y de la locura he llegado a una reflexión sobre cómo podemos acostumbrarnos a morir, cómo podemos acostumbrarnos a esa cosa tan imposible, tan inmanejable y tan inhumana que la conciencia de la muerte inevitable.”
Las “infancias malogradas”, dice Montero en su libro, “tienen una relevancia fundamental en el acto creativo”. Una cita de la escritora danesa Dove Ditlevsen no podría ser más adecuada para dar apoyo a esta afirmación: “La infancia es larga y estrecha como un ataúd y no se puede escapar de ella sin ayuda.” Y la razón por la que es decisiva es porque, como dice la autora de El peligro de estar cuerda, “la infancia se reescribe durante toda la vida”. Por supuesto, la idea no es nueva, pero está tan hermosamente enunciada que la forma le agrega profundidad.
A caballo entre el ensayo y la ficción, la escritora española continúa la línea de La loca de la casa que también es ensayo, novela y autobiografía. Esa loca, no es otra que la imaginación, un don que capaz de rebelarse contra ese absurdo que suele bautizarse como “sentido común” y que, muchas veces, no es más que un conjunto de prejuicios. Cuando en la entrevista con los medios de América Latinase se le preguntó sobre la relación entre ese libro publicado en 2003 y el que acaba de aparecer, contestó: “Sí, ese libro forma parte del trayecto de intentar entender determinadas preguntas. En La loca de la casa me acerqué de una manera más ligera a ellas porque no había llegado todavía a la capacidad de maduración necesaria para llegar a éste, que me parece un libro de madurez. Lo que quise hacer en aquél fue un juego creativo e interactivo porque, de alguna forma, hago ese juego con el lector. Lo que me parece interesantísimo del trayecto es que en aquel libro contaba cosas que yo ya había deducido y estaba observando. Eso demuestra que son temas que llevo mucho tiempo trabajando. Decía, por ejemplo, que todos los humanos de niños tenemos una cabeza súper llena de imaginación, que en la época de la pubertad, los mayores comienzan a decirnos que nuestras imaginaciones son como de niño pequeño y que hay que abandonarlas. Decía que hay un proceso de socialización que nos lleva a abandonar la infancia, pero que algunos no la abandonábamos del todo y seguíamos con esa imaginación como de niños. Eso lo había sabido por mi propia observación de la realidad, pero no había sabido explicármelo mejor. Pensaba que la sociedad nos empujaba a rechazar nuestras imaginaciones. Pero luego, cuando leo el libro de la neurocientífica Mara Dierssen en el que cuenta que en la edad de la pubertad se produce una poda de las conexiones neuronales, la idea queda niquelada, lo explica todo y, curiosamente, explica algo que yo había intuido, que había observado. No tenía la explicación, pero el fenómeno lo había observado. Y como ésa han pasado muchas otras cosas que estaban marcadas de una manera más difusa y que al escribir el nuevo libro han encontrado la contestación. Entonces, ha sido un trayecto precioso. Por eso me gusta que se mencione La loca de la casa en relación con La loca de la casa porque todo lo que desarrollé después ya estaba ahí. Es como una bajada a un volcán. La loca de la casa estaba recorriendo el cráter y, de repente, ha bajado la lava.”
Atravesados por la fiebre literaria de la autora, un signo saludable de defensa de su parte, aparecen en su último libro cuestiones adyacentes a la muerte –y también a la vida- como son el suicidio y la vejez. Y ya en el final del texto, Montero se permite formular un deseo: “ (…) quisiera morirme estando viva”.
El libro termina con una entrevista que realizó a Doris Lessing en 1997 y que fue publicada en El País de España. En ella demuestra que el periodismo es una de las formas más fantásticas de seguir cultivando la curiosidad infantil, de permanecer un poco en la edad de los por qué, de seguir indagando cómo es la cocina del mundo. Como en La loca de la casa también en esa entrevista está prefigurado El peligro de estar cuerda. Montero pregunta sobre la infancia, el dolor y la vejez y, por supuesto, por la literatura que, para algunos, es el único refugio contra el sinsentido del mundo.