Si hubiera una estética del fútbol de los ochenta, habría que ver a Omar Palma. Es cierto que jugó durante buena parte de la década siguiente, y que incluso ganó la Copa Conmebol (la Sudamericana de la época) en 1995, pero hay que verlo con los pantalones cortitos y la camiseta de Rosario Central volviendo de la Primera B para ser campeón. Ese Negro Palma, ese fútbol de los ochenta. Palma, que esta semana murió a los 66 años, fue un rosarino que nació en la provincia del Chaco, en Campo Largo.
Su fútbol era barrial, un metro con sesenta y cinco centímetros de gambetas, pisadas y pases perfectos. Y goles. Palma jugaba como si en cada jugada fuera a meter un caño. Era chiquito y habilidoso, cercano al estereotipo del 10 en tiempos en los que cada equipo tenía el suyo. Porque habitó ese fútbol con futbolistas como Norberto Alonso, Ricardo Bochini, Alejandro Sabella, Alberto Márcico, Rubén Paz, Gerardo Martino, Germán Martelotto, Norberto Ortega Sánchez y Diego Maradona, el 10 supremo, el 10 total. Ese fútbol argentino de los ochenta fue campeón del mundo. Con Diego, con el 10 en la camiseta. Como el actual fútbol argentino campeón del mundo con Messi, también el 10 en la camiseta. Palma constituye esa tradición.
Cuando Central volvió a la Primera a finales de 1985, estuvo varios meses sin jugar obligado por la reestructuración de los torneos. Se subió de diecinueve a veinte equipos, todos contra todos durante dos ruedas, se terminaron los campeonatos Nacionales, y se creó el Nacional B, con veintidós clubes. Casi treinta años después, la AFA se encamina a suspender los descensos de esta temporada y así fijar una liga de treinta equipos que jugarán dos torneos cortos por año. La ahora llamada Primera Nacional va a quedar con 38, por ahora. El año que viene, ya se sabe, se va a sumar Central Norte de Salta, que consiguió el ascenso esta semana.
El fútbol de los ochenta marcó la línea de despegue del negocio. La televisión, los sponsors en la camiseta, los carteles de publicidad rodeando las canchas, las barras tomando protagonismo, Julio Grondona, y los pases que empezaban a ser millonarios. Los que fuimos educados con ese fútbol, los jugadores como Palma nos llevan a un lugar de felicidad aunque no seamos de Central. Los jugadores como Palma nos despiertan una nostalgia de cuando la tapa de la revista El Gráfico todavía se esperaba con ansias para ver si estaba tu equipo.
Y no era un fútbol particularmente dominado por los cincos grandes. Boca pasó por una crisis espantosa y sin títulos. Racing y San Lorenzo se fueron al descenso. Ferro, Estudiantes y Argentinos dominaron la escena. Y de pronto apareció Deportivo Español. Central subió y el primer año fue campeón. Era un fútbol competitivo, pujante, también para los equipos del interior. Es una década en la que predominan nombres como Chaco For Ever y Deportivo Mandiyú, y que se inaugura con el ascenso de Sarmiento de Junín. Veinte equipos en Primera, un torneo de dos ruedas, ida y vuelta, local y visitante, un campeón.
Todo eso empezó a desdibujarse con los Clausura y Apertura (en ese orden) de la década del noventa, que de todos modos mantenían la elegancia de la cantidad de equipos. Y a la vez le entregaban un sello de época. ¿Cuál será el sello de esta época? Todavía no lo sabemos. Porque todavía no sabemos cómo jugamos cada año. Con la liga, con la copa de la liga, con lo que viene, con veintiocho equipos, y mañana con treinta, con descensos y sin descensos, con promedios y tabla general.
O tal vez el sello de época sea la incorporación de Spreen a Deportivo Riestra, a sus partidos con DJ y bebidas energizantes. Iván Buhajeruk, conocido como Spreen, no es futbolista. Es un streamer, un influencer, que quizá juegue unos minutos con el equipo antes de fin de año. Le preguntaron sobre eso a Christian Fabbiani, el técnico de Riestra, y fue muy sincero: “Lo único que sé es que Iván vende latitas y a mí me paga la latita”. Si la latita lo pide, jugará. Lo decide Víctor Stinfale, el abogado y empresario que manda en Riestra. Fabbiani es sincero y sostiene su trabajo, Spreen busca su deseo de jugar al fútbol, el club hace marketing, y entre todos quizá estén armando una postal de estos tiempos.
Por eso Palma, que también jugó en River y que fue despedido con honores en el Gigante de Arroyito, es un recuerdo que excede al futbolista. Es el recuerdo de una época, de un fútbol. Del jugador que fascinó a Roberto Fontanarrosa, hincha canalla que siempre le recordaba un gol que le hizo al Real Madrid en un amistoso cuando jugaba para el Veracruz de México. Porque los buenos jugadores son inolvidables. Y son época. El Negro Palma fue un jugador de época.