Si el historiador israelí Yuval Noah Harari hubiese tenido acceso parcial a la información de la inteligencia norteamericana sobre la amenaza de una pandemia, seguramente habría escrito como primer capítulo de sus” 21 lecciones para el siglo XXI” “el desafío virológico” en lugar de “el desafío tecnológico”. Y el mundo habría podido tomar medidas globales para combatir la emergencia sanitaria y prepararse para lo que hoy llamamos la nueva normalidad.
En este mayo del 2020 recordamos el día de los trabajadores asesinados en Chicago, la rendición de las fuerzas armadas de la Alemania nazi ante el Mariscal Zhukov y el General Eisenhower, el inicio de la Perestroika, cuyo extravío de conducción provocó la implosión de la Unión Soviética. Y estamos viviendo la crisis sanitaria del Covid 19 y la inevitable recesión económica y crisis global que implicará un cambio de era.
Varias de las visiones futuristas sobre el teletrabajo, la teleeducación, la robotización de la producción, la supremacía china en la economía mundial, se adelantarán a las predicciones. Y la agenda de la política internacional será complejizada en este nuevo contexto.
La seguridad biológica, mediante una salud pública robusta, estará en el primer plano de la preocupación mundial. Se ubicará junto a la proliferación y crecimiento de los arsenales nucleares, el cambio climático, el desarrollo tecnológico, la inequidad social y la desigualdad en el desarrollo económico entre distintas naciones, la defensa del multilateralismo y sus instituciones, la ciberseguridad, la lucha contra las múltiples formas de tráficos ilegales, la violencia intrafamiliar y los feminicidios, las migraciones irregulares y los conflictos armados que perviven en el Medio Oriente.
El Covid 19 y su efecto global y general sin distingos de naciones y clases sociales ha vuelto a recordarnos que la humanidad es una en su diversidad y que nuestra interconexión no solo es social sino biológica. Debería, por ende, reverdecer la necesidad de un nuevo humanismo y de la cooperación mundial por encima de la competencia y la confrontación entre los estados, en las áreas más sensibles de nuestro tiempo. Esa es una utopía por la cual vale la pena luchar. La realidad objetiva de la historia es que el humanismo social y la cooperación para el desarrollo no tienen consenso. Se enfrentan a liderazgos políticos e intelectuales en una dura lucha de ideas.
La fundación que lidera el premio nobel Mario Vargas Llosa publicó, con la firma de varios expresidentes iberoamericanos, un documento poniendo al mundo en alerta contra el avance ideológico del “estatismo” como consecuencia de la pandemia. El espíritu de ese documento que transpira un ultraliberalismo paranoico es el mismo que trasuntan movimientos neofascistas como Vox en España, que en el repertorio de su oposición al gobierno de coalición del PSOE y Podemos incluye la negación de cualquier atisbo de política de equidad social y por ello denigran al Papa Francisco y su apoyo al salario mínimo universal, degradándolo de su condición de Papa a la de “el ciudadano Bergoglio”.
Ultraliberalismo y neofascismo se juntan en la visión de cómo enfrentar la crisis. Un caso paradigmático es Brasil. El presidente, capitán Jair Bolsonaro impulsa una dictadura oponiéndose a la cuarentena decretada por gobernadores y avalada por los poderes legislativo y judicial y realiza manifestaciones públicas diciendo que la “libertad es más importante que la vida”. En nombre de la libertad se pretende instaurar un estado dictatorial que no tenga responsabilidad alguna hacia la vida de sus ciudadanos.
En la geopolítica mundial el Presidente Donald Trump en medio de una pandemia que ahora tiene a Estados Unidos como epicentro acusa a China de productor de un virus de laboratorio “que se le escapó” y como su tesis no es avalada por sus organismos de inteligencia intenta recurrir al papel de sheriff mundial mediante una operación de secuestro por 15 millones de dólares de Nicolás Maduro para ser llevado a EE:UU. Cualquier declaración sin pruebas u operación espectacular propia de un western es buena para impedir su derrota electoral cada día más probable según muestran las encuestas.
También emerge una geopolítica de la cooperación de países pequeños con estados poderosos y no poderosos, basada en su buen sistema de salud y desempeño en el control de la pandemia. Vietnam expulsó hace 45 años a EE:UU de Saigón e inició un proceso de reconstrucción nacional que le ha permitido tener crecimiento económico sostenidos de más del 6 % durante varios años. Ante la crisis del Covid, su sistema de economía mixta reaccionó rápidamente y fortaleció su producción de equipos médicos. Eso le ha permitido colaborar en la lucha contra la pandemia con Laos, Camboya, Estados Unidos, Rusia, España, Italia, Alemania, Francia, Reino Unido. Cuba, que sobrevive a un bloqueo económico prolongado, agudizado por el gobierno de Trump, ha enviado brigadas médicas a Italia, Venezuela, Nicaragua, Jamaica, Surinam, Granada. Un núcleo de especialistas colabora con la Secretaría de Salud de México en la estrategia contra la propagación del covid 19.
Los habitantes de las grandes ciudades del mundo viven su cuarentena recurriendo a la comunicación desde sus balcones para compartir melodías clásicas, amadas por todos. Los más ilustrados reflexionan que los sentimientos de todos en el confinamiento son semejantes a los de los miles de refugiados y migrantes que pueblan el mundo, como la sensación de extrañamiento y la necesidad de solidaridad.
Hay un falso dilema planteado entre la primacía de la salud o la economía. El ser humano saludable, capaz de producir y consumir bienes y servicios, es el principio y el fin de todo proceso económico. Por eso tal dilema no existe. La administración responsable de la desescalada de la cuarentena mundial para reactivar gradualmente la economía es una responsabilidad superior de los Estados. En una situación tan compleja hay funcionarios públicos que han hecho de las compras de emergencia una oportunidad para el enriquecimiento ilícito, transformando las lágrimas de muchos en dinero de pocos. Eso ha ocurrido en Ecuador y trae a la memoria las palabras de Camus: “La peste no solo mata los cuerpos sino que desnuda las almas”.