Los sectores de poder que inventaron el término “grieta”, en ese tono infantil con el que a los medios tradicionales les gusta tratar a los ciudadanos, con discursos llenos de lugares comunes en los que “si todos tiramos para el mismo lado” los problemas de la Argentina se resolverían, tuvieron un problema desde que el presidente Alberto Fernández declaró la cuarentena.
De pronto el presidente se volvió casi unánime. Su imagen positiva se ubica por encima del 60 por ciento y la aprobación de las medidas por la crisis sanitaria arriba del 80. De pronto, quienes viven fomentando el doble discurso (pedir “tirar para el mismo lado” y al segundo siguiente que “metan presa” a Cristina Fernández) se encontraron en una encerrona. Resulta que Alberto F cerró la “grieta” con el modo en que enfrenta la pandemia de coronavirus. No sólo por el respaldo social mayoritario a sus medidas sino por la construcción política con que lo acompañó.
El presidente, viejo lobo de mar de la política, ejercitado durante décadas en la gimnasia de cerrar acuerdos, de acercar sectores, del peronismo, de otros partidos, de otros poderes, sacó a relucir su muñeca y logró un respaldo casi total de la dirigencia.
Pero la política es confrontación y la derecha no sólo lo sabe sino que de eso se nutre. Por supuesto que siempre será apelando a la necesidad de la “unidad de los argentinos”, como un imperio cuando invade un país para quedarse con sus recursos naturales en nombre de la libertad.
Así que de pronto apareció un hilo conductor para volver al ruedo, luego de dos semanas en las Alberto F eclipsó todo el escenario político y se volvió el presidente del consenso. Ese hilo conductor es el demagógico pedido de que los políticos se bajen los sueldos. No casualmente el reclamo aparece motorizado por las redes sociales luego de que el presidente cuestionara públicamente a la empresa multinacional Techint por despedir a 1400 trabajadores en medio de la crisis sanitaria. Por supuesto, el pedido no lo hace Techint sino las bases sociales que respaldaron a Cambiemos, al menos el núcleo duro.
La agrupación Campo Más Ciudad, en la que participan varios dirigentes de segunda línea de los partidos de Juntos por el Cambio, y que organizó protestas contra el aumento de los derechos de exportación, fue de las más activas para impulsar el cacerolazo, pidiendo que “se bajen los sueldos” los dirigentes. El resto del trabajo lo hace la propia base electoral. Lamentarse pensando cómo es posible que personas que viven de un salario repitan el discurso que las multinacionales quieren imponer para tratar de esmerilar al presidente que está confrontando con esas multinacionales para tratar de impedir que dejen sin trabajo a muchos de los que cacerolearon ayer no tiene sentido. Si no fuera así no habría partidos de derecha con base electoral en ninguna parte de mundo. Y en todas las democracias los hay.
La política, como es, disputa de intereses, de visiones, que tiene que tener una dosis de tolerancia y evitar la suma cero, se había tomado un pequeño recreo. Un descanso que ni siquiera duró toda la cuarentena, sólo los primeros 15 días.