El teniente ruso de la quinta batería -doceava brigada de artillería- habló con el herido, ya amputado. “¿No sentiste dolor en el primer momento?
-Nada; únicamente como si me quemaran la pierna.
– ¿Y después?
-Después nada; sólo cuando extendieron la piel me ardió un poco. Sobre todo, Vuestra Nobleza, no hay que pensar; cuando no se piensa no se siente nada; cuando el hombre piensa, es peor”.
Es 1854 en Crimea, el teniente es el Conde Tolstoi. Las vivencias de esa guerra (1853-1856) pronto serán Recuerdos de Sebastopol, el primer libro del autor de Ana Karenina.
Es que los zares soñaban con convertir a Estambul en una nueva Bizancio, capital de los cristianos ortodoxos de los Balcanes y de Medio Oriente, garantes del acceso ruso a aguas cálidas como el Mediterráneo. El Imperio turco, “el hombre enfermo de Europa”, no daba signos de poder resistir el avance eslavo, por lo que el Reino Unido y Francia intervinieron a favor de Turquía. Lord Palmerston sostenía que el equilibrio europeo debía ser mantenido a toda costa, y para Napoleón III era una oportunidad volver a la escena internacional. En esa perspectiva invadieron Crimea con el objetivo de tomar la ciudad de Sebastopol. Apenas si queda el recuerdo de esas batallas, como Alma o Inkerman, aunque la guerra de Crimea dejó leyendas tenaces. Una de ellas es la de William Russell, corresponsal del Times, que describió una escaramuza cerca del pueblo de Kadikoi entre la caballería rusa y la infantería británica. Los comparó como una “una delgada línea roja con filo de acero” frente al enemigo. Esa guerra dejó un millón de muertos.
En nuestros tiempos también vemos cómo las grandes potencias del mundo definen “líneas rojas”. Son determinadas acciones vedadas al adversario, en general territorios, cuya transgresión provocaría consecuencias gravosas. Quizás haya que remontarse a los acuerdos de Yalta, en 1943, cuando las potencias aliadas definieron áreas de influencia a nivel mundial. Ese sistema termina al mismo tiempo que la Unión Soviética. Sin embargo, los últimos soviéticos fijaron una línea roja, por entonces aceptada por occidente, que prohibía la expansión de la OTAN hacia el este.
Pero ya sabemos: no hay líneas rojas para la “democracia de mercado” y sus valores universales, que fuera cantada por Fukuyama. Occidente siempre debe estar atento cualquier amenaza a tal equilibrio y a sus valores. Tomemos un ejemplo: Emmanuel Macron.
El 16 de febrero el parlamento francés votó un acuerdo de seguridad civil y militar con Ucrania por diez años; el 26 de febrero Macron señaló la posibilidad de enviar tropas regulares al frente, “aunque no hay consenso” (en la OTAN) “nada debe ser excluido, debemos asegurar que Rusia no gane” y propone la emisión de bonos de guerra; el 7 de marzo Macron afirma que “no hay límites” “ni líneas rojas” en la ayuda a Zelenski; el 16 de marzo Macron declara que los occidentales deberían enviar tropas contra Rusia en una determinada situación, que no especificó. Dijo que “la fuerza de Francia es que podemos hacerlo”. Esa posición, señalada por algunos como una “estrategia de la ambigüedad”, no es estrategia ni es ambigua.
Hay tres opciones. La primera es que Macron busque legitimar la presencia de tropas de la OTAN que ya operan en Ucrania. Sería una confirmación. Una segunda hipótesis es que el belicismo de Macron sea una puesta en escena para ocupar una centralidad europea, subordinar al socio alemán y reforzar un ajado frente interno que precisa para las próximas elecciones europeas. Entonces diremos que los medios utilizados para obtener tales metas, siempre inciertos, están desfasados con los riesgos, siempre seguros. O el belicismo es real y desea que Francia entre en guerra junto a Ucrania contra Rusia. En cuyo caso ya no habrá riesgos, sino consecuencias. ¿Cuáles serían les buts de guerre –como dicen los franceses- es decir los objetivos de la guerra? ¿El restablecimiento integral de la soberanía del actual régimen ucraniano sobre los territorios del Donbass? ¿Una venganza contra Rusia por la retirada de la presencia militar, política y económica francesa en el Sahel africano? Ah, la reputación es eterna mientras dura. Pero, ¿tienen Francia o cualquier otro país otanista los medios militares para encarar un cuerpo expedicionario que no sea carne de cañón en el frente? ¿Habrá ataques a territorio ruso? ¿Uso de armas nucleares tácticas? ¿Dónde termina el compromiso sin fin de Macron con Zelenski?
Al terminar esta reflexión llega la noticia del atentado al Teatro Crocus City Hall de Moscú. El grupo fundamentalista islámico ISIS reivindicó el ataque. La velocidad de los gobiernos y medios occidentales para exculpar a Zelinski de toda responsabilidad en el hecho es sorprendente. Tenemos ante nuestros ojos el claro ejemplo de una línea roja que no debía ser cruzada. Si no hay límites para Macron y la OTAN, ¿habrá líneas rojas para Rusia? Por lo pronto, en Moscú cada vez se habla menos de “operación militar especial” y cada vez más de guerra. Hay una escalada en curso, sin que podamos imaginar cómo terminará. Mientras tanto, entre el humo de las bombas, el teniente Tolstoi lee “Nuestra Señora de París” en Sebastopol sitiado por británicos y franceses. Pronto sería una pluma forjada en acero, como en Guerra y Paz. Es 2024.