Hola, ¿cómo están?

Fue un domingo turístico en Qatar, los que quisieron conocer La Perla, los que van a los museos, los que sea pasean por Msheireb, las calles del centro, los que regatean los precios en el Souq Waqif, los que en Barwa lograron extender la estadía después de algunas horas de angustia por no saber si podían quedarse. Con pocos franceses, con pocos croatas, Doha es de los argentinos y de los locales, los marroquíes.

Es la semana que produce una contradicción en el lugar de los hechos. Porque lo que se siente acá es que el Mundial se desarma, sin la euforia de los primeros días. Pero lo que en realidad ocurre es que el Mundial se enciende, toca su pico, las semifinales. Es inevitable verlo irse, queda una semana. Si los hinchas europeos fueron los grandes ausentes, eso se siente más que nunca con Croacia y Francia en semifinales. Por eso lo que queda es de los argentinos y los marroquíes. Está la potencia de un país árabe musulmán poniéndole el pecho a las mejores selecciones del mundo en el Mundial que organiza un país árabe musulmán. Hablemos de simbolismos.

“Lusail -escribió Rory Smith en The New York Times–  se sintió como un pedacito de Argentina. Aparte de una banda resistente de fanáticos holandeses escondidos en una esquina naranja brillante, el estadio era un mar de azul y blanco. A veces, a medida que las canciones cobraban fuerza, las olas parecían espumar y burbujear”. En su columna en el diario El País, el alemán Philipp Lahm dijo: “La Bombonera ya está en Doha y Argentina es, sin duda, una de las grandes atracciones de este Mundial, porque sus hinchas la homenajean cantando permanentemente”.

Los hinchas argentinos no son sólo los que nacieron en la Argentina. Son los indios, los nepalíes, los bangladesíes, que van con sus camisetas celestes y blancas, que alientan a Messi. Estuve en estos días en la zona industrial, los barrios donde viven los trabajadores migrantes en Qatar, los que hicieron los estadios, los que construyeron la infraestructura. Lo conté en esta crónica que publicamos en la edición del domingo en Tiempo. Es un área segregada, el reverso de las imágenes de la Qatar futurista.

Pero lo que me llevo de ahí también es la amabilidad. Fuimos con Ezequiel Fernández Moores y Fernando Segura Trejo, un sociólogo mexicano que vivió también en la Argentina. Los indios nos invitaban a tomar el té, nos relataban sus historias, nos hablaban de la Argentina. No éramos extraños para ellos, éramos una visita agradable, con la cual charlar. Ser argentinos ayudó, entendernos en ese código, pero la esencia fue la amabilidad de esos trabajadores que ofrendaron su compañía. Y como todo era ofrenda quise darle a Saleem una remera con la cara de Messi. Pero tenía que sacármela, quedar en cuero para ponerme otra. Me dijo que mejor no, que no lo hiciera, que estaban las cámaras.

Imágenes de la ciudad mundial

Le mostré a Fernando Bercovich, que es sociólogo y escribe sobre ciudades, las imágenes de este barrio de los trabajadores, del Asian Town. Recomiendo leer lo que escribió en su newsletter Trama Urbana: Doha, una ciudad en construcción. Le mandé también a mi amiga Natalia Dopazo, que está en Boston, en Harvard, con la beca LOEB. Allí desarrolla la idea de ciudades feministas. ¿Qué es una ciudad feminista? Acá hay una idea. “Doha es una ciudad de varones con auto”, me dice. “Lo que te está pasando a vos, que tenés que caminar una parva, es que estás en una ciudad diseñada en términos de auto”. Tampoco piensan, me dice, en los espacios públicos. “Creen que el shopping -dice Natalia- es un espacio público cuando es un espacio privado dedicado al consumo y si no consumís no tenés mucho para hacer”. Doha tiene muchos mall, enormes y fastuosos. 

Si la pregunta es qué tiene que ver el urbanismo feminista con esto, Natalia, que además fue parte del proyecto Ciudad del Deseo, da la respuesta así: tiene que ver con pensar una ciudad para diversidades, no ciudades para mujeres sino basada en una mirada colectiva, popular y diversa y que cuide a sus habitantes como al ambiente. 

Leo algo más que me envía Natalia: “Hace más de 30 años que sabemos que los grandes eventos deportivos es un componente más de las dinámicas que sufren las ciudades globales, donde compiten por posicionarse como centros atractores de capital, vendiendo postales icónicas al mundo y un modelo orientado más al turismo que a la calidad de vida de sus habitantes. Lo mismo ocurrió en Río de Janeiro (y algo que intentó hacer Buenos Aires con sus Juegos Olímpicos de la juventud en 2018) y ahora en Doha. Este proceso cuenta con un par de similitudes, hay obras de arquitectura realizada por arquitectos estrella, se realizan algunas obras de infraestructura de movilidad que siempre se orientan al transporte público y privado de automóviles. Siempre se realizan infraestructuras deportivas fuera de escala, con presupuestos que exceden lo que una ciudad debiera invertir cuando suelen haber obras para quienes viven allí mucho más prioritarias”.

Ahora vuelvo al fútbol. Vivimos un gran Mundial. El Mundial de Messi sublevado y genial, escribí este domingo. Andrés Burgo, además, contó de manera muy bella cómo es que la bronca es el combustible de los argentinos. Y Roberto Parrottino rescata a Luka Modric, su figura excepcional, el que le escondió la pelota a Brasil, además de anticipar la próxima semifinal, la de Marruecos ante su antiguo protectorado, Francia. El peor Mundial, el mejor Mundial, dice Burgo acá

Confieso, y quizá me extienda sobre esto en otra carta, que empecé enojado con Qatar 2022, y esto va más allá de su ciudad. ¿Habrá sido el golpe de la Argentina? No lo sé, pero es posible. Daniel Árcucci, que cubre su décimo Mundial, me dice que son diez días los que se tarda en acomodarse. Pero ahora lo que ves hacia atrás es que pudiste ir a todos los estadios, ver partidos todos los días (lo de ver dos o más no era sencillo) y que esos partidos, además, entreguen emociones inolvidables. “Sin olvidar la corrupción como pecado original que nos trajo hasta aquí, es hora de reconocer que el de Qatar es un gran Mundial -escribió Jorge Valdano en El País-. Organización irreprochable, estadios maravillosos, juego de alto nivel. También emociones que solo el fútbol puede producir concentradas en pocos kilómetros cuadrados, sin grandes incidentes que lamentar. Hablar bien de Qatar es tan arriesgado como criticar a los equipos que tienen mucha posesión de balón”.

Nos queda todavía una semana.

Hasta la próxima carta,

AW

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