Como pasaba con el invierno a lo largo de la mayoría de las temporadas de Juego de tronos, en La Casa del Dragón lo que parece siempre estar viniendo pero nunca llega es la guerra. Anunciado desde el principio –no hace falta haber leído Fuego y sangre, de G.R.R. Martin, la novela en la que se basa la serie, para saber que eso pasa–, el combate entre las dos facciones que se disputan el trono es una amenaza constante, el “conejo” que los creadores le ponen a los espectadores mientras los hacen ver horas y horas repletas de amenazas, estocadas y retiradas a tiempo. La segunda temporada de la serie de HBO llega a su fin tras ocho episodios que consistieron, más que cualquier otra cosa, en esperar, negociar y ver si era o no posible evitar la masacre entre hermanos. Y todos sabíamos que no lo era. Y menos con dragones que, como los perros que esperan al dueño de casa en la puerta para salir, están dando vueltas por ahí, encerrados y con ganas de hacer lo suyo.
Estructurada como una profundización de la historia narrada en Juego de tronos, una que hurga en los orígenes familiares de esa saga para encontrar las razones de mucho de lo que irá a suceder después, a La casa del dragón le viene costando hasta el momento generar el entusiasmo y tener el impacto cultural que logró la serie original. No lo consiguió en la primera temporada y difícilmente lo logre luego de esta, si bien cuenta con más dragones haciendo lo suyo, unas cuantas sorpresivas muertes y algunos que otros impactos repartidos a lo largo de los episodios. Es que el éxito de la serie original se sostenía por el carácter imprevisible de la mayoría de sus personajes y por generar en el espectador todo el tiempo la idea de que cualquier cosa podía suceder en cualquier momento. Básicamente, porque la mayoría de sus protagonistas eran egoístas, poco confiables o estaban completamente locos.
La Casa del Dragón es una serie más cauta y mesurada, más política y llena de intrigas palaciegas, con dos mujeres liderando (en parte, al menos) los bandos enfrentados e intentando calmar a los hombres, más deseosos de montarse a dragones y dirimir sus conflictos a fogonazo limpio. Menos interesadas en pegarse baños de sangre sin pensarlo un poco antes, las viejas amigas luego enfrentadas Rhaenyra Targaryen (Emma D’Arcy) y Alicent Hightower (Olivia Cooke) irán buscando maneras de evitar ese derramamiento. Pero es claro que no les será posible, por más que lo intenten. Y esa tensión será el eje de una temporada que se presenta como el último intento en poner paños fríos entre los “verdes” y los “negros”, los hermanos/primos/hijos que consideran suyo el Trono de Hierro ubicado en King’s Landing. A tal punto que hasta último momento –cuando las fichas están distribuidas en el mapa– se intentará algún tipo de tregua entre ambas.
En su desenlace de la temporada –no hay spoilers acá–, la serie lidiará con las consecuencias de lo que quedó muy claro al final del episodio siete: que el ejército “negro” controlado por Rhaenyra tiene muchos más dragones que los “verdes” del tullido Rey Aegon II (Tom Glynn-Carney) y su cada vez más enojado hermano Aemond (Ewan Mitchell) y que, tras cosechar varios ejércitos fieles a través del reino, es el momento de mover de una vez por todas las piezas y atacar. Pero antes habrá que definir qué pasa con Daemon Targaryen (Matt Smith), que estuvo más de media temporada en Harrenhaal teniendo sueños raros y ahora le toca uno tan pesadillesco como reconocible para los fans de la saga. Y ver si los nuevos jinetes, bastardos todos ellos, son o no aptos para la tarea que les ha tocado, por suerte o desgracia. Algunos, de hecho, parecen estar más interesados en disfrutar los placeres gastronómicos y alcohólicos de su nueva vida palaciega que en ponerse a hacer su trabajo. Y aparecerán otros personajes que dirán “presente” en este entuerto, pero mejor no adelantar mucho más.
La temporada concluye sin traicionar la lógica que tuvo a lo largo de los episodios previos: presentarse como un lento preludio a las inevitables y seguramente devastadoras batallas dominadas por las enormes y fogosas criaturas voladoras que vendrán a continuación. Más una larga invitación a ver la tercera que otra cosa, la segunda temporada de la serie creada por Ryan Condal y el propio Martin sufre de un exceso de prolijidad y seriedad, proponiendo un tipo de estructura narrativa que le encaja perfecto al formato de una larga novela de más de 800 páginas, pero que se vuelve un tanto tedioso y repetitivo en una serie de televisión para el gran público, ya que allí se acostumbra a narrar las historias mediante la acción, el movimiento y algo de caos. El drama humano, familiar, en el que se apoya la saga es fascinante. Pero si los conflictos no terminan por activarse, todo se termina pareciendo a una larga serie de reuniones de gabinete. Alguien, en algún momento, tendrá que gritar “acción”. Y que pase lo que tenga que pasar… «
La Casa del Dragón
Segunda temporada. Showrunner: Ryan Condal. Con: Emma D’Arcy, Olivia Cooke, Tom Glynn-Carney, Evan Mitchell, Rhys Ifans. Estreno capítulo final: 4 de agosto a las 22 por Max y HBO.