En los últimos años, viene ganando terreno en el país la camelina, un cultivo oleaginoso de cobertura que ha demostrado ser una buena opción para rotar con soja y producir biocombustibles.

Un reciente estudio de la Facultad de Agronomía de la UBA mostró que compite con las malezas mejor que otros cultivos, con una alta resistencia al frío, las plagas y las enfermedades, reduciendo la necesidad de aplicar agroquímicos. Además, mejora la salud del suelo, haciéndolo más poroso, con lo que favorece la absorción de agua y nutrientes para los próximos cultivos.

Esta oleaginosa “es cada vez más usada para las rotaciones de cultivos en la región pampeana porque además de cubrir el suelo, el aceite de sus granos sirve para elaborar biocombustible y ofrece una renta adicional”, señaló Daniela Becheran, docente de Cultivos Industriales en la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA), al portal de divulgación científica Sobre la Tierra.

Ensayos realizados en un campo de Coronel Pringles, en el sudoeste bonaerense, mostraron que la camelina redujo un 10% la densidad del suelo, aumentando el volumen de poros, con lo que creció la aireación y la infiltración de agua.

Además de sus beneficios agronómicos, las semillas de camelina tienen una gran capacidad para producir aceite. Según Becheran, “hasta un 40% del peso de sus granos es aceite. Esto la convierte en un insumo excelente para cortar biocombustibles”.

Impacto económico y ambiental

La camelina, un cultivo que se usa como biocombustible y mejora el suelo

La camelina es una alternativa para los meses de invierno, en los que grandes extensiones de la pampa húmeda suelen quedar sin cultivos en lo que se conoce como “barbecho”, sometidas a la erosión, la compactación, y la salinización. Esto aumenta el riesgo de contaminación por herbicidas y fitosanitarios, la resistencia de malezas y plagas a estos productos.

Se trata de un cultivo de cobertura (que se usa para alternar con otros), con un ciclo muy corto. En Argentina se siembra entre junio y julio; y se cosecha a finales de octubre y primera quincena de noviembre, con lo que se puede intercalar con soja o maíz tardío. Además de ofrecer servicios ecosistémicos, se considera un cultivo con rentabilidad, dado su uso en la producción de biocombustibles, sobre todo para aviación. Esto permite reducir las emisiones de carbono de los aviones sin necesidad de modificar motores ni instalaciones de almacenamiento y transporte en los aeropuertos.

El aceite de camelina convertido en biocombustible juega un papel importante en la transición energética en el sector aerocomercial, considerado como uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero. Ocurre que, al provenir de fuentes renovables, los biocombustibles generan un ciclo de carbono más cerrado, donde el CO2 liberado durante la combustión es parcialmente compensado por el CO2 absorbido por las plantas durante su crecimiento.

Por otra parte, al sembrarse en lotes sin deforestar y sin desplazar a cultivos para alimentación humana -como el trigo o la cebada- la camelina se puede certificar como materia prima sostenible. Esto es clave para reducir la huella de carbono en la producción de bioenergía y para exportarla a mercados como el europeo, que exigen trazabilidad de los cultivos y certificaciones de cuidado ambiental.

Desde el punto de vista económico, si el productor logra certificar buenas prácticas agrícolas -BPA- puede obtener un mejor precio por su cosecha. Y como no está sujeta a retenciones, deja un margen superior al de la soja.

En un contexto global que demanda más sostenibilidad y eficiencia energética, el cultivo de camelina representa una oportunidad de diversificar cultivos y obtener rentabilidad cuidando el suelo y el ambiente.