Hay un interrogante que sobrevuela todos los análisis políticos, en la oposición y también en los sectores más racionales del oficialismo. La incógnita es: ¿hasta cuándo el presidente logrará conservar un respaldo cercano al 50% basado exclusivamente en la fe?
Es el dilema que atraviesa a la mitad de la sociedad argentina que apoya al gobierno. Creen todavía en las explicaciones que dio Milei sobre las causas de la alta inflación: un exceso de gasto público, que los impuestos son demasiado altos, que la política es la culpable de todos los males y los sindicatos sólo defienden privilegios. Entonces para resolver la inflación hay que: pulverizar el Estado, bajar impuestos, desregular el mercado, castigar a políticos y sindicalistas.
La batalla cultural fue ganada por la derecha el año pasado. Por eso un actor talentoso, popular, con un buen pasar económico, como Guillermo Francella, dice que “esto había que hacerlo” y el pibe que pedalea una bicicleta bajo la lluvia 12 horas para ver si llega a fin de mes repite lo mismo.
El peronismo lleva demasiados años sin poner a la inflación como uno de los problemas centrales que hay que resolver. Se impusieron explicaciones como adjudicarle la suba de precios a la puja distributiva. Este argumento en el fondo le propone a la población que acepte la inflación como parte de un proceso inevitable. Una cosa era plantearlo así cuando gobernaba Cristina y los precios subían entre 20 y 30 por ciento anual. Otra muy distinta era hacerlo los últimos 24 meses del gobierno del Frente de Todos cuando se acercó a los tres dígitos.
La derecha le habló a la sociedad de lo que más la angustiaba, la inflación, y le propuso la solución de siempre: reducir el Estado y dolarizar. El peronismo no tenía ni tiene un discurso claro para este tema. Es su punto más débil como oposición.
Un encuestador que forma parte de las consultoras que el gobierno contrató para medir el humor social dijo en estricto off the record que la situación sigue siendo de empate. La mitad de los argentinos todavía respaldan al presidente y la otra mitad lo rechaza. En el 50% que apoya ha comenzado a aparecer con fuerza el mal humor, remarcó el consultor. El motivo es el tarifazo en los servicios básicos que en abril se agregó al resto de los aumentos. De todos modos, todavía hay una duda que recorre a esa mitad de la Argentina: “¿Y si le va bien después?”.
Milei había dicho que serían seis meses muy duros y luego la situación cambiaría. De esos seis meses ya pasaron cuatro. El índice de inflación de marzo dio 11%. Es lo mismo que tenía Sergio Massa en su último mes de gestión como ministro de Economía. Es cierto que marzo fue menor que febrero, que a su vez fue más bajo que enero. Sin embargo, las mediciones privadas indican que en abril vuelve a subir porque llegó el impacto del tarifazo. La inflación volvería a la zona de entre el 15 y el 20% mensual. Cuando gobernaba CFK, era diez veces menor y con eso la oposición hacía campaña sobre el supuesto “desastre populista”.
El respaldo a Milei no se basa en los resultados, que son malos en todos los frentes excepto en el financiero. Argentina tiene precios europeos y salarios entre los más bajos de la región.
Esta semana un senador de la Libertad Avanza hizo una analogía bizarra del cuento de la bella durmiente a la que despertó el príncipe con un beso. El episodio viene bien para recordar qué es lo que pasa con los hechizos, que de pronto se quiebran con algún acto inesperado. El hechizo de Milei sobre la mitad de la sociedad argentina ya tiene las primeras grietas, pero aún conserva una dosis de ensoñación. Se sostiene-todavía-en la fe de que este ajuste brutal es el desierto que hay que cruzar para llegar a la tierra prometida, en la que florecerá la prosperidad. ¿Qué hecho romperá el hechizo? ¿En qué momento la bella durmiente abrirá los ojos? No lo sabe nadie, aunque puede afirmarse que ocurrirá. «